Todo es posible
La política es el territorio de las verdades a medias y de la guerra perpetua
Mi tocayo, el filósofo argentino Pablo Dreizik, rescata en Facebook una cita de Borges: «todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros». Como, ... habitualmente, esa imagen bascula entre la indiferencia y el desprecio, es lógico que todos estemos más o menos traumatizados por la vida; por la sensación de irrealidad y de urgencia. Lo interesante es que la brega entre lo que somos y defendemos y lo que otros nos atribuyen tiene su reflejo también en el ámbito colectivo. La política es el territorio de las verdades a medias y de la guerra perpetua, artificialmente declarada todos los días. A partir de 1945, con el pacto europeo entre conservadores y socialdemócratas, la carga ideológica del mundo –y, por tanto, sus peligros– se puso en suspenso. Era necesario rebajar la tensión revolucionaria, la querencia homicida del personal, limitando las posibilidades de ruptura. Y fue bastante bien.
Últimamente, sin embargo, acaso provocadas por la renuncia a la transmisión de la cultura, las ideas totalizadoras (totalitarias) emergen de nuevo con ilusionante furia. Las causas carecen de matiz, los activistas son incapaces de dialogar sin el eslogan y el tumulto. Espoleadas por la intuición apocalíptica –todo es posible en estos tiempos de pandemias y Tik Tok–, las ideologías son ahora más básicas, como el vino en cartón. Los contendientes cimientan sus valores según la caricatura que dibuja el rival.
Así, la izquierda callejera, ajena ya a la institucionalidad, se presenta como aliada de todos los supervillanos internacionales. Caracas, por ejemplo, parece Westminster si lo comparamos con las actuales preferencias. El canal de Pablo Iglesias se abre a difundir la propaganda de la dictadura china, como otrora lo hiciera con la iraní, mientras los manifestantes se entregan al antisemitismo más ramplón en un presunto apoyo a Gaza que nunca incluye (malas) referencias a Hamás ni, por supuesto, a sus acciones, estas sí, descaradamente genocidas.
Por su parte, la derecha que hoy inspira Trump –la otra, la liberal, ni está ni se la espera– se envuelve en la negación del cambio climático, las conspiraciones contra el Paracetamol y la obsesión migratoria. Es todo infantil y escalofriante. Lo que verdaderamente progresa es el convencimiento de que la desaparición del adversario es un asunto de higiene pública. El asesinato de Charlie Kirk, un tipo que se dedicaba a debatir, es una muestra inequívoca de una derrota: la del estado de derecho, como escenario para la integración y el intercambio, donde la identidad se somete al concepto de ciudadanía. Fue un buen ideal, quizás no ha habido otro más bello para ordenar las cosas de todos.
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