Me rindo a la excelsa generosidad de la vaca con el género humano. Ya sé que en Cantabria estamos muy agradecidos a este animal y ... le hemos levantado estatuas y paseado por las calles con orgullo patrio, orgullo que se multiplica con los galardones internacionales de nuestras reses (gracias Sultán) y, aunque no presumamos de ello por pura ignorancia, por el hecho histórico de introducir las explotaciones vacunas en Norteamérica y originar así el mito de cowboy gracias a un señor de Soto de la Marina: José de Escandón.
No cabe duda de que la vaca es un signo de identidad de la forma de vida de Cantabria, y aunque cada vez hay menos ganaderos, casi todos descendemos del ambiente rural que hoy nos permite una vida más cómoda y urbana.
No llegamos a tratarlas como en la India, donde la vaca es respetada por ser considerada animal sagrado y símbolo de la madre tierra y de la fertilidad. La cultura hindú prohíbe su sacrificio, su maltrato y el consumo de su carne. Se conforman con aprovechar su leche como alimento y su abono para mejorar la producción agrícola. En España no hay raza con más utilidades que la vacuna. Proporciona leche, carne, transporte e incluso espectáculo con las competiciones de arrastre de piedra y la fiesta taurina. ¿Qué más podemos pedir a estos animales?
Pues hay más. Abierta la campaña de la vacunación de la gripe y del covid, me deleito con la historia del médico Edward Jenner (1749-1825), que en un pequeño pueblo de Inglaterra observó la inmunidad de las ordeñadoras de vaca que tras padecer viruela bovina no padecían la viruela humana que tantas muertes producía. Jenner descubrió así la vacuna (por algo se llama así) y salvó la vida de millones de personas, además de erradicar por completo la viruela en todo el mundo. Por cierto, que no se nos olvide vacunarnos. Bendita vaca.
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