Emociones en torno a Antonio
Las voces le aclamaban como si fuera el goleador de la tarde. Eran 22.000 voces que, si no todas pronunciaron su nombre, sí lo ... escucharon y se estremecieron de emoción: «¡Antonio, Antonio, Antonio!»
La Gradona había coreado el nombre de Vicente, Arana, Andrés Martín y hasta el de Julio Alberto, ¿pero Antonio? La pancarta que se desplegó contra el 'bullying' nos dio la pista. Y volvió a paralizarnos. Por lo menos yo me paralicé cuando vi el vídeo en el aula del Torres Quevedo. Paralizados como si nuestro cuerpo se fundiera con el de Antonio en un avatar y se llenara de impotencia, pavor e indignación.
Aunque el idioma español tiene una enorme riqueza lingüística, aún no encuentro palabras para definir la agresión a un chaval con parálisis cerebral con el único fin de burlarse de su discapacidad y luego exhibir las imágenes. He buscado en el diccionario: execrable, repugnante, cruel, infame, cobarde, abominable… pero creo que más que en el diccionario tengo que buscar en las podridas y malolientes profundidades de la naturaleza humana.
Antonio nos ha despertado algo que debemos conservar como un tesoro: el rechazo unánime del abuso del poderoso sobre el indefenso. Que nadie se inmunice a los efectos de la agresión del fuerte al débil, del hombre a la mujer, del hombre o la mujer a un anciano, a un niño o a un discapacitado. Y aunque la crudeza se multiplica y al mismo tiempo se disuelve en la magnitud, lo impersonal y la lejanía, no aletarguemos el espanto cuando una potencia internacional invade un territorio ajeno y masacra con bombardeos a decenas de miles de inocentes e indefensos justificándolo como simples daños colaterales.
El grito de ¡Antonio, Antonio, Antonio! no podrá llegar hasta Ucrania o hasta Gaza, pero desde aquí son las mejores palabras para fortalecer a las víctimas y abanderar con ellas la lucha contra la tiranía de la gran estupidez.
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