Mis gallinas están desoladas. Bueno, en realidad no son mis gallinas, que son las de mi prima Toñi, que me abastecen de huevos frescos gracias ... al picoteo libre del que disfrutan bajo el cielo de Suesa. El confinamiento de gallinas al corral que ha anunciado el Gobierno de Sánchez va a afectar a su feliz cacareo. Ya sé que el covid no es la gripe aviar, pero si el confinamiento nos afectó en nuestros hábitos de vida, ¿por qué no va a hacerlo también al rendimiento de las gallinas de mi prima? Presiento un importante drama gallináceo. Para empezar, ya se han subido los precios de su laborioso ovar, y habrá depresiones y crisis de ansiedad, sin perros que pasear ni autorizaciones para salir del gallinero a comprar pan. ¿Y qué pasará con mis huevos? Bueno, con los huevos de las gallinas de mi prima.
Me dicen que las gallinas no son simples ponedoras. Son animales muy especiales, y no solo por lo insólito de haber sido resucitadas milagrosamente en Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada. Son capaces de recordar más de un centenar de rostros. Por eso a veces nos miran raro, como si nos tuvieran fichados por tanto refrán dicharachero, ya saben, que si gallina vieja hace buen caldo, que si matar a la gallina de los huevos de oro, que si gallina en casa rica, siempre pica… Son aves que no olvidan. Las he visto levantar el cuello, girar la cabeza y mirar de soslayo al horizonte ministerial con cierto aire de venganza emplumada. Pedro Sánchez no sabe lo que es el mal de ojo de una gallina. Que se prepare: sin Presupuestos, sin los votos del prófugo, entre tejemanejes de su esposa, chanchullos de su hermano, trapicheos de sus gallos de confianza y ahora con el gallinero revuelto de mi prima de Suesa. No acaba la legislatura este hombre.
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