Con todos mis respetos para los amantes de los eufemismos, digo yo que morirse es una gran putada. En primer lugar, para el finado, aunque ... en este trance no sabemos muy bien cómo nos vamos a desenvolver; y luego, para los que más le amaron y echarán de menos.
Sabemos del desasosiego que provoca el vacío de las ausencias, las circunstancias de la marcha y el recuerdo huérfano que nos dejan los muertos. Intentamos aliviarnos con un lamento medido por el número de personas que acuden a su último adiós y, pasado el tiempo, por la prolongación de su duelo que mañana renovaremos en los cementerios aseando el descanso del nicho con una oración.
También expresan nuestro cariño los reconocimientos con símbolos funerarios, desde una efímera corona de flores hasta la gigantesca cruz que, por ejemplo, rige el monumento que el próximo viernes reunirá a las autoridades para honrar la memoria de los centenares de víctimas de la explosión del vapor Cabo Machichaco.
El día de Todos los Santos, día 1; el día de los Fieles Difuntos, día 2; y el día de la explosión del Machichaco, día 3, son jornadas de noviembre que invitan a reflexionar sobre la muerte, también desde la rebeldía de quien ni muerto es capaz de abandonar la fiesta. Es el caso de Juanito Oñativia, fallecido el pasado 11 de octubre, que quiso expulsar el desconsuelo en su funeral. En la esquela publicada en un periódico vasco comunicaba que «A mis amigos os dejo pagada la última txopera para que brindéis y rememoréis los buenos momentos que pasamos juntos», advirtiendo de que «por favor» se abstuvieran «los que no hayáis pasado buenos momentos conmigo y los que me debéis dinero».
La familia cumplió su último deseo y dejó escrito, a modo de respuesta, que en su viaje se fuera derecho, «que siempre te lías por el camino». Descansa en paz, Juanito, cuando llegues. Y gracias por tu ejemplo.
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