¿Por qué Gaza sí y el Sáhara no?
¿Acaso hay un número crítico de víctimas a partir del cual ya es obligado mostrar la cara solidaria de un país?
Hace 50 años, en una hábil maniobra de su rey Hassan II, 300.000 desharrapados marroquíes –con su ejército escondido entre ellos– invadieron la 53ª ... provincia española, el Sáhara Occidental, aprovechando el vacío de poder por la agonía del dictador y un gobierno pusilánime. Se produjeron hechos vergonzosos como el repliegue de la Legión o la visita al Sáhara del entonces príncipe Juan Carlos para transmitir tranquilidad a los militares y asegurar a la población que nunca les abandonaríamos, justo lo que ocurrió unos días después, cuando en los Acuerdos de Madrid España cedía la soberanía del territorio a Marruecos, algo que el Tribunal de la Haya había negado.
El pueblo saharaui se defendió creando la República Árabe Saharaui Democrática y tuvo que abandonar sus casas para escapar a un pedregal inhóspito, la hamada argelina, huyendo de los bombardeos alauitas para asentarse desde entonces en los campamentos de la vergüenza, en Tinduf. Desde allí se reorganizaron para recuperar su territorio, lo que han logrado solo en parte, el Sáhara libre, habiendo sufrido torturas y asesinatos.
Este pueblo olvidado del mundo ha sobrevivido esperanzado de que se cumpliera la resolución de las Naciones Unidas de un referéndum de autodeterminación, para que ellos mismos pudieran decidir su futuro. Los sucesivos gobiernos españoles de uno y otro signo político nunca han apoyado decididamente la conclusión de la ONU, mientras que la población civil española siempre ha reconocido al Sáhara como un pueblo hermano, sus niños han venido a nuestras casas y convivido con los nuestros muchos veranos para escapar del clima radical del desierto, muchos profesionales saharauis formados en los pocos países que les ayudaron como por ejemplo Cuba, conviven con nosotros.
Lamentablemente, hace unos días han vuelto a ser traicionados por las potencias mundiales: los EE UU de Trump, la Francia de Macron, Rusia y China, incluso la propia ONU, que con cinismo e hipocresía ha determinado que el mejor futuro para el Sáhara es la integración en el país que los ha masacrado, con un grado de autonomía que no deja de ser una burla.
La posición española sigue siendo vergonzante. Un buen día de 2022 nuestro presidente, sin ninguna explicación mediante, decide que el mejor futuro para el Sáhara es pertenecer a Marruecos. Con este país compartimos asuntos muy importantes: control de flujos migratorios, expansión del radicalismo islamista y probablemente del tráfico de drogas, pero eso no nos da derecho a traicionar a un pueblo hermano, por mucho que se quiera apelar a la «real politik»: el fin no justifica los medios. Curiosamente, unos días antes, se descubre que los servicios secretos marroquíes han intervenido comunicaciones personales de varios miembros de nuestro gobierno, entre ellos del propio presidente. ¿Qué habrán encontrado ahí?
Simultáneamente, nuestro presidente ha enarbolado la bandera mundial de la lucha por la defensa del pueblo palestino, objeto de latrocinio y genocidio por el gobierno israelí. Y yo le aplaudo por ello. Pero me pregunto: ¿qué diferencia hay entre uno y otro caso? ¿Por qué con los gazatíes debemos mostrar espíritu nacional de cid-campeador-salva-patrias y con los saharauis somos pragmáticos y les dejamos a su suerte en manos del invasor, aunque –en este caso, sí– tengamos toda la responsabilidad moral del mundo?
Yo puedo entender que la corte de paniaguados y meapilas que rodean al poder aplaudan estos bruscos cambios de opinión de la presidencia, pero jamás entenderé que socialistas de bien los justifiquen. ¿Acaso hay un número crítico de víctimas a partir del cual ya es obligado mostrar la cara solidaria de un país?
Y la última: si el flanco este europeo entra en conflicto con la Rusia de Putin, algo nada difícil de profetizar, y la OTAN tiene que concentrar allí sus energías mientras España ha roto lazos de suministro bélico con EEUU e Israel, se darían condiciones muy similares a las del año 1975. Y el deseo de Mohamed VI de retomar la idea del Gran Marruecos que enarboló su padre podría ponerse de nuevo en marcha, con Ceuta y Melilla en su punto de mira. Que Dios –y Alá– nos cojan confesados.
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