La Atalaya
Hasta 1845, año en el que por vez primera aparece en el nomenclátor como Cuesta de la Atalaya, el viejo camino figuraba como 'Fuera de la Puerta de Santa Clara subiendo a San Sebastián'
José Simón Cabarga, inolvidable cronista de nuestra ciudad, nació en la Cuesta de la Atalaya en 1902. En 1964 Simón Cabarga publicó 'Retablo Santanderino (3ª ... parte de Biografía de una ciudad)', en el que dedicó un extenso capítulo, de 40 páginas, a «La peripecia de la Cuesta de la Atalaya» en el que su habitual claridad de exposición está cargada emocionalmente de amor y de añoranza y donde sorprende leer este texto: «Mi calle era fea. Su mayor belleza era la fugaz de las golondrinas disparadas por la comba del cielo como flechas al corazón de la tarde en el verano, cuando sobre los aleros de las casas viejas y despintadas, se infla la pompa dorada del crepúsculo. Era fea, muy fea esta calle pina y sinuosa…»
El artículo es el desembarco, por escrito, de los recuerdos almacenados desde la infancia de mayores y de compañeros de juego, de personas y personajes, de tenderos y artesanos, de tipos pintorescos, de artistas, periodistas, músicos, aviadores, del poeta soñador de grandezas, a todos los cuales conocía por sus nombres y apodos, y ellos le conocían a él. Para Simón Cabarga su calle era todo el barrio. «La Cuesta era una espina dorsal; las vértebras unas callecitas nada ruidosas, que se acababan sobre desmontes enjoyados por la verdura de los prados y por los jardines encerrados entre tapias. Las vértebras del barrio que le surgieron a la Cuesta son, por el Oriente, Tantín, San Celedonio, San Sebastián y María Cristina, y por el Poniente, la entrada al barrio José María de Pereda y Vista Alegre. El duro repecho se iniciaba en Santa Clara; pero desde el ábside del instituto comenzaba realmente lo bueno. (…) Fue una pena que Pereda no pasara nunca más arriba de las puertas del instituto».
Su espacio estaba comprendido entre cuatro puntos señalados: los Jesuitas, el Cuartel, los Salesianos y el huerto y edificio del desamortizado convento de Santa Clara habilitado como instituto; en su solar se construyó el instituto actual. «Reptaba la calle hacia la cumbre del Alta sin regalarse con el más breve descanso y cada vez más pindia (…) Al llegar a la calle San Sebastián la Cuesta adquiría su mayor dureza. Allí emprendía la última y más fatigante escalada». Y comenta que esto no rezaba ni con los quintos del cuartel ni con los escolares, unos y otros subían y bajaban a todas horas. «Llegar al último escalón de la Cuesta era –y es hoy todavía– una risueña compensación tras de tantas fatigas», pero encontraba un premio al llegar a un Paseo del Alta distinto del actual: «Era la premonición de la cercana presencia del Alta, ese espinazo verde de chopos con hojas estremecidas siempre en rumor por la brisa que le llega directamente del mar».
Hasta 1845, año en el que por vez primera aparece en el nomenclátor como Cuesta de la Atalaya, el viejo camino pisado todos los días por los campesinos del otro lado de la colina, que llegaban a la villa para vender los productos de sus huertos, figuraba como 'Fuera de la Puerta de Santa Clara subiendo a San Sebastián', vulgarmente 'Subida a San Sebastián'. La calle comienza a tener historia cuando el Real Consulado de Mar y Tierra decidió la construcción, en el Alto de San Sebastián, de una atalaya para informar a Capitanía del Puerto por medio de un complicado lenguaje de banderas, de los buques que navegaban por el mar abierto. Remigio Calderón, en su Guía de Santander de 1860, indicaba que desde la atalaya las vistas eran sorprendentes: «Se contemplaba Santander a vista de pájaro, la bahía y las embarcaciones ancladas en la misma y, por el otro lado, muchas millas de océano y los buques que cruzan o vienen hacia el puerto».
El telégrafo, los faros y semáforos marinos acabaron con la función de la atalaya. En 1904 el Ayuntamiento ordenó su demolición por su lamentable estado. La historia urbana de la Cuesta le sirvió a Simón Cabarga de envoltorio para recordar la biografía humana de su barrio; se transparenta en detalles mínimos pero entrañables: «Un pequeño mundo, risueño y pintoresco con el que podría escribirse una gran novela». Para trasmitir fielmente el sentimiento del autor he abusado en este artículo del texto entrecomillado; pienso que los lectores lo agradecerán.
El incendio de 1941 afectó las manzanas del Este, el actual espacio del Grupo Pero Niño, entre la Cuesta y la calle Sevilla. Para que no afectara a Tantín se hicieron cortafuegos con dinamita. En la primavera de 1941 las golondrinas no encontraron sus nidos «los había destruido el fuego como tantos otros nidos de gentes que habían vivido con una fidelidad envidiable el espíritu y la tradición del barrio».
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