Cantabria o ¡Venga escudos!
Así tituló Ortega y Gasset el texto que dedicó a nuestra región en el verano de 1925
Así tituló Ortega y Gasset el texto que dedicó a nuestra región en el verano de 1925. Llegaba de Castilla y quedó sorprendido por el ... contraste de los castillos castellanos con nuestras casas solariegas. «Lo grande no es su dimensión (…) si no la idea que estas casas tienen de sí mismas. Tienen un empaque, un ensimismamiento, una suficiencia que las aceptamos como palacios. A su lado los castillos de los anchos panoramas castellanos parecen humildes, nerviosos, inquietos, no bien seguros de su papel en el mundo. (…) ¿Qué les pasa a estos muros, tan serios, tan graves, para de pronto escarolarse en la fantasía de un escudo tremendo? Es curioso notar que en la España seca los grandes castillos no tienen apenas escudos, o los tienen exiguos, en tanto que estas casas de la hidalguía cántabra aguantan colosales blasones». Blasones que, desde la Reconquista, surgieron como reconocimiento de hazañas bélicas y ya en siglos posteriores, también por servicios a la Corona, bien fuera en la península o en territorios ultramarinos.
Cantabria no era una región rica. Indica Carmen González Echegaray, en su obra «Escudos de Cantabria», en la que recoge, en siete volúmenes, el estudio de más de 3000 escudos: «La mayor parte de las veces representan a familias de hidalgos, nobles de sangre, pero sin apenas recursos económicos, ya que el país era muy pobre y las principales propiedades quedaban vinculadas al mayorazgo». Un dicho popular lo retrataba de la siguiente manera: Tenía más zurcidos que las calzas de un hidalgo pobre. El hidalgo estaba exento del pago del impuesto denominado pecho, impuesto que sí debían pagar los plebeyos o pecheros. Mediado el siglo XVIII era tan grande el número de hidalgos en la Montaña, que, en el Censo que ordenó realizar el Marqués de la Ensenada, en numerosos pueblos de la Montaña no figuraba ningún pechero. Desde el siglo XVI muchos hidalgos, en busca de fortuna, optaron por servir al Rey en las Indias y si pidieron regresar construyeron nuevas casas solariegas y continuaron levantando su escudo en el lugar de sus mayores.
Hace justamente un siglo de la visita de Ortega y Gasset que motiva este artículo, pero ya no se pueden admirar algunas casonas y escudos que le sorprendieron. El paso del tiempo, el abandono o quizás circunstancias familiares causaron en demasiados casos deterioros irreparables. Ya hace más de sesenta años que Cossío, en sus «Rutas literarias», citaba un ejemplo, cercano a su Casona de Tudanca. En San Mamés de Polaciones, en la casa de los hermanos Toribio y Francisco Montes Caloca, capitán general el primero y general de la Armada, el segundo, hidalgos que gobernaron Quito y Santo Domingo, admiró «el escudo familiar más finamente tallado que he visto en la Montaña, honrando la casa solariega de su apellido, harto abandonada…».
El escudo mostraba públicamente el orgullo que el hidalgo sentía por pertenecer a un tronco familiar e, incluso solían añadir al escudo un lema o divisa que proclamaba una circunstancia de la que públicamente se enorgullecían; aunque, quizás por el paso del tiempo, algunas no lo parezcan. Con ligeras variantes, en los escudos de la familia Septién, se lee: «Las vidas que se pierden que se pierdan. ¿Qué se pierde?» En contraste el lema del apellido Cueto pregonaba con orgullo una razón de vida. «Noble sois de la Montaña, no lo pongáis en olvido». Otros utilizaban el lema para recordar su origen: «Barrieron a los enemigos hasta el mar», se leía en el del apellido Escobedo. En Estrada, la pequeña localidad de Val de San Vicente que en la actualidad sólo cuenta con veinte habitantes, se puede contemplar una de las torres más antiguas de Cantabria y su extraordinario conjunto recientemente rehabilitado. Edificada en el siglo XII, sobre una anterior del siglo VIII, tiene una capilla anexa del siglo XIII y una parte del recinto esta amurallado. El Duque de Estrada era propietario de una parte extensa de este occidente cántabro y desde la torre, estratégicamente situada, se dominaba una amplia zona. La abundancia, en su entorno, tanto en la inmediata Asturias como en la Montaña, de numerosos Solares, provocaba frecuentes enfrentamientos y para proclamar su poder Estrada añadió a su escudo, como signo de antigüedad y de orgullo, en una clara muestra de la importancia que los lemas tenían, un texto sonoro, fácil de aprender para llegar al conocimiento del pueblo y en el que todavía hoy, al leerlo o escucharlo, encuentro resonancias de la invasora publicidad actual: «Yo soy la casa de Estrada / fundada en este peñasco / más antigua en la Montaña / que la casa de Velasco / y al Rey no le debo nada». Casonas, escudos y lemas que causaron la admiración de Ortega y seguimos contemplando hoy.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión