De enseñanza y educación
En la diversa y enorme riqueza escolar de Cantabria se forjó durante dos siglos la educación de muchas generaciones
En un paseo por Santander, partiendo de la Biblioteca de Don Marcelino, un viajero conocerá poetas y narradores cántabros recordados en sus monumentos: Pereda, Concha ... Espina y su hijo Víctor de la Serna, Pepe Hierro, Fernández Moreno, Estrañi; para descansar puede sentarse, en su banco, con Gerardo Diego y compartir con él la contemplación de su 'Bahía natal' y su búsqueda incansable, en Castro Valnera, de «la senda de pastores hollada por la planta infatigable de su padre zagal».
Repuesto, continuará el camino para saludar a Pick y, ya en el Parque Mesones, encontrase con Pérez Galdós y José Luis Hidalgo.
Hay muchos más escritores honrados en placas y en el callejero. El viajero quizás piense: Buena tierra que perpetúa públicamente el recuerdo de quienes la cantaron. Si se encuentran con un joven estudiante es mejor que no le consulten, creo que quizás no pueda informarle; las nuevas tecnologías les han arrebatado tiempo de lectura. He disfrutado tanto leyendo que duele conocer la indiferencia de las jóvenes generaciones ante la lectura.
Aunque Santander no tuvo Universidad hasta 1972, dos siglos antes era considerada en España por su alto índice escolar y eran reconocidos los montañeses ilustrados.
Tomás Antonio Sánchez (Ruiseñada, 1725), magistral de la Colegiata de Santillana, en 1767 dirigió, en Madrid, la Real Academia de la Lengua y fue considerado el primer editor en Europa de textos medievales.
En el siglo siguiente Manual Rioz y Pedraja (Valdecilla, 1815) fue rector de la Universidad de Madrid y, en la misma Universidad, eran reconocidos por su autoridad académica, Diego de Argumosa (Torrelavega 1792), catedrático de Clínica Quirúrgica, y Menéndez Pelayo, de Crítica Literaria.
Según el Censo de 1860, en Santander y su provincia sabían leer y escribir 78.340 personas mayores de seis años lo que suponía el 51% de sus habitantes, dato que sin duda enorgullecería a los montañeses por superar en mucho la media nacional. Madoz en su 'Diccionario' (1845-1850) consideraba muy positivo: «La primera enseñanza o instrucción primaria se adquiere en cualquier aldea por pobre y miserable que ella sea, pues cuando el párroco no puede desempeñar las veces de maestro, jamás falta un vecino despejado que llene este vacío o que entre pueblecitos equidistantes concentren una escuela regularmente dotada. Es también muy común que en uno u otro pueblo haya alguna obra pía o fundación destinada a este objeto por la filantropía de algún natural».
Ya en el siglo XVIII se habían realizado tres fundaciones costeadas por la sensibilidad y generosidad de tres indianos. En 1746, Antonio Gutiérrez de la Huerta y Güemes fundó, en Villacarriedo, «una Casa-Colegio para acceso gratuito a primera y segunda enseñanza, con habitaciones para Padres Escolapios y colegiales para atender gratuitamente las necesidades escolares de las familias desfavorecidas», pero el prestigio del Colegio desbordó los límites iniciales y durante el siglo XIX estudiaron en él numerosos hijos de familias de alto prestigio social.
En Espinama, en 1779, Alejandro Rodríguez de Cosgaya fundó la Obra Pía «para que sirviera de educación y enseñanza a trece niños desde ponerles la cartilla en la mano hasta haber aprendido filosofía».
Y en Comillas, el arzobispo de Lima, Juan Domingo González de la Reguera, promovió el magnífico edificio actualmente conocido como 'El Espolón' para acoger el Real Seminario Cántabro como aglutinante de las numerosas y precarias escuelas de latinidad de muchas parroquias rurales porque, según la escritura fundacional, «no hay negocio de mayor importancia que el de la educación de los niños que debe mirar el bien de las costumbres y de la enseñanza como sus dos esenciales e insuperables objetivos».
En el siglo siguiente, ya antes de que en 1857 se promulgara la Ley de Instrucción Pública, había crecido en Santander y sobre todo en su provincia, el número de escuelas y colegios.
En 2010, editamos 'Viaje apasionado por las Escuelas de Cantabria', del inspector de Enseñanza Juan González Ruiz, obra motivadora de este artículo, extraordinario documento de la historia de la educación en nuestra región en la que se reproducen fotográficamente más de 550 escuelas y colegios, varios lamentablemente desaparecidos o abandonados.
En esta diversa y enorme riqueza escolar se forjó durante dos siglos la educación de muchas generaciones, de las personas que recordamos en monumentos y muchas más cuya vida sirvió de referencia, aunque muchas de ellas hayan podido ser olvidadas.
Muchas, muchas, de estas escuelas fueron creadas por indianos, cuya mejor referencia puede ser Ramón Pelayo, marqués de Valdecilla, quien construyó y dotó, en nuestra provincia, cerca de treinta escuelas y casas para los maestros, destacando la obra de su pueblo natal Valdecilla. Ramón Pelayo, que en su infancia, para asistir a la modesta escuela de Heras, recorría diariamente cinco kilómetros, quiso dotar a Valdecilla de una escuela, considerada en su fundación como la referencia de la escuela rural en España, dotada de todos los elementos pedagógicos del momento.
La concentración escolar ha dejado muchos pueblos sin referencias escolares. Las escuelas abandonadas, adecuándolas además para usos sociales, podían ser museo, referencia histórica del lugar y de la educación recibida por las generaciones anteriores.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.