El pueblo y su palacio
Un recuerdo-homenaje agradecido al pueblo de Santander, a cuántos, con su capacidad y decisión, nos regalaron una ciudad hermosa
El 7 de septiembre de 1912 el alcalde de Santander entregaba al Rey Alfonso XIII la llave de oro del Palacio de la Magdalena con ... este escueto discurso: «Señor, en nombre del pueblo de Santander tengo la honra y la satisfacción de haceros entrega de la llave de este palacio, el cual deseo que disfrutéis con felicidad acompañado de la Familia Real». Años venía el pueblo de Santander deseando este acontecimiento.
Benito Madariaga, en su obra 'Real Sitio de la Magdalena', recuerda que, en 1860, siete años antes que la ciudad ofreciera a Isabel II la finca de la Alfonsina para fijar en ella su residencia de verano, José María de Pereda había publicado, en La Abeja Montañesa, un artículo sobre un probable proyecto de edificar en la península de la Magdalena un palacio digno de acoger la estancia veraniega de SS.MM.
Las visitas de Isabel II y de Amadeo de Saboya alimentaron los deseos de los santanderinos, acrecentados por las rápidas visitas, en los primeros años del siglo XX, del joven Rey Alfonso XIII para participar en competiciones organizadas por el Club de Regatas de Santander.
De este deseo participaban todos como refleja el artículo publicado en El Cantábrico el 19 de marzo de 1906: «No somos monárquicos, pero por encima de nuestros ideales flota el compromiso, la obligación, el deber ineludible que tenemos de defender los intereses de Santander y su provincia, y allí donde un beneficio puede darse para la noble región que representamos, allí esta nuestro modesto cuanto desinteresado esfuerzo para su obtención. Por eso nosotros que no podremos estar conformes con que la monarquía exista en el gobierno de nación alguna, somos los primeros en pedir que esta idea de regalar al Rey, como Jefe de Estado, un palacio en el Sardinero se lleve a cabo sin vacilaciones».
En 1908, la corporación municipal acordaba por unanimidad ofrecer un palacio al Rey como residencia veraniega
Santander contaba en palacio con tres magníficos valedores: Antonio Maura y dos montañeses muy apreciados, Eugenio Gutiérrez, conde de San Diego, ginecólogo de la Reina, y Mariano Fernández de Henestrosa, duque de Santo Mauro, gentilhombre de cámara del rey y, en su palacio de Las Fraguas, solía hospedarse la Familia Real en sus viajes por nuestra provincia.
El 15 de enero de 1908, la corporación municipal acordaba por unanimidad ofrecer un palacio al Rey como residencia veraniega. El conde de San Diego trasmitió a don Alfonso el acuerdo y también comunicó al alcalde don Luis Martínez que Alfonso XIII aceptaba la donación. En agosto, el Rey llegó a Santander en su yate 'Giralda', participó en las regatas y visitó la península, entonces un lugar árido, sin apenas vegetación, y ocupada por el Ramo de Guerra del Estado como lugar estratégico de defensa de la ciudad y del puerto, y se acordó fuera la parte alta de la misma, frente al mar, el lugar apropiado para la edificación del palacio.
Aprobado el proyecto de los arquitectos santanderinos Javier González de Riancho y Gonzalo Bringas, se presupuestó la obra en 700.000 pesetas, recaudadas con las aportaciones de cuántos quisieron participar, y se fijó un plazo de 15 meses para su realización, plazo que se demoró por varias modificaciones al proyecto inicial.
En el verano de 1913, la Familia Real disfrutó, por primera vez, del encanto del palacio y de la península. La Reina, en su primera visita, manifestó verse sorprendida por su belleza, «superaba con mucho la idea que se había formado a la vista de las fotografías que le habían mostrado».
En 1915, las visitas provocadas por el veraneo real desbordaron los recursos hoteleros del Sardinero y de la ciudad y el Rey sugirió la necesidad de un hotel que pudiera competir con reconocidos hoteles europeos. Santander volvió a responder, entusiasmados, porque el palacio y la península que, cuarenta años antes Amós de Escalante había descrito como yerto peñasco, estaba devolviendo el ciento por uno de su inversión.
Ayuntamiento y Diputación, con la participación de la sociedad civil, crearon, en septiembre, comisiones para la realización de esta empresa y encargaron un proyecto, que debía presentar en el término de 30 días, al arquitecto Javier González Riancho, uno de los autores del palacio real.
En enero de 1916 se constituyó la S.A. Hotel Real y se crearon comisiones para recaudar los fondos necesarios. La obra, según se había presupuestado, se realizó en 15 meses y tuvo un coste total, incluido mobiliario y enseres, de 2.624.437 pesetas.
El 12 de julio de 1917 se inauguraba el Hotel Real y su espectacular terraza, según escribió Pick en La Atalaya, «un palacio digno alojamiento de príncipes, y al mismo tiempo, inmenso imán que atrajese desde todas las latitudes el mundo del dinero».
Dos días después se inauguraba también el nuevo Gran Casino del Sardinero y para asegurar la aventura empresarial de estas dos ambiciosas obras se había llegado a un acuerdo con el reconocido empresario belga M. George Marquet para que regentara ambas instituciones.
Dos meses después se inauguró el Hipódromo de Bellavista y, a partir de aquí, se aceleró y consolidó la urbanización del Sardinero. Desde el Alto de Miranda, en todo el verdor que se deslizaba hasta el mar, se trazaron, en todas las direcciones, nuevas calles, se crearon los jardines de Piquío y Valdenoja, se edificaron, entre otras muchas residencias, la Casa de Adolfo Pardo, La Casuca, El Solaruco, Los Pinares, la Quinta Labat, el palacete de don Juan Pombo se transformó en Villa Piquío, etc.; pero personalmente, como soy lego en la materia, siempre me llamó la atención que un edificio de la envergadura del Hotel Real pudiera realizarse, hace 110 años, con la enorme diferencia que existía de medios auxiliares para trabajar, en altura y en todo…, en sólo 15 meses, los mismos en que fue realizado el Casino y en los que, en principio, se había presupuestado el Palacio de la Magdalena.
El artículo es un recuerdo-homenaje agradecido al pueblo de Santander, a cuántos, con su capacidad y decisión, nos regalaron una ciudad hermosa.
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