Los virus, la vida y el cuco
(Consideraciones desenfadadas y a vuela pluma sobre la naturaleza de los
virus).
En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira,
todo es según ... el color
del cristal con que se mira.
Durante los últimos meses estamos viviendo en unas condiciones que nunca habíamos conocido ni siquiera los más viejos de la comunidad. Se nos dio, o impuso, una consigna: «Quédate en casa». Y en casa nos quedamos y, tal como está el patio, nadie sabe cuándo volveremos a salir definitivamente. Pero durante el confinamiento no hemos estado aislados, porque en el mundo actual las casas tienen demasiadas ventanas virtuales por las que se nos cuelan, muchas veces sin pedir la venia, noticias, rumores, bulos y opiniones que con frecuencia tienen la condición de ser tan contradictorios entre sí como la realidad tan acertadamente recogida en los versos de Campoamor. Y entre esos dimes y diretes hay unos personajillos que sobresalen sobre los demás:
LOS VIRUS.
A poco que nos paremos a pensar, enseguida nos asalta una pregunta tan concreta como: ¿qué son los virus? Estoy dispuesto a apostar que la mayoría de la gente corriente no tendría inconveniente en contestar algo parecido a que son unos bichitos muy pequeñajos, que están dispuestos a hacernos la puñeta siempre que se les presente la ocasión, como bien a la vista está en nuestra vida cotidiana actual.
El problema surge cuando alguien, con mayores conocimientos de la cuestión, les advierta que están equivocados, porque no se puede decir que los virus son bichitos ya que los bichos, incluidos los muy pequeñitos, son seres vivos y los virus no tienen vida.
Claro que quien haga esta advertencia debe estar preparado para enfrentarse a una nueva pregunta: ¡Ah!, ¿no?, ¿pues entonces qué X son? En la que la X corresponde a una palabra muy expresiva, pero tan malsonante que el autor no ha considerado oportuno transcribirla textualmente en un texto como éste; aunque reconozca que tampoco él se ha podido librar de plantearse la misma pregunta (eso sí, sin la X).
Dicen esos entendidos en el tema que los virus no tienen vida porque no tienen capacidad para reproducirse por sí mismos y un ser vivo es el que nace, crece, se reproduce y finalmente, tras un proceso de envejecimiento, muere.
Una nueva pregunta, y van tres, que se impone ante el hecho de que los virus no pertenezcan al mundo de los seres vivos/muertos (al fin y al cabo la muerte es una condición inherente a la vida), es si se les puede incluir en el mundo mineral inanimado. Y, ciertamente, la respuesta que a primera vista se impone a esa reflexión es que no, porque resulta que los materiales de que están compuestos los virus no pertenecen, ni siquiera se parecen, a los del mundo mineral ¡qué va! Y no es que se parezcan a los de la química orgánica, no, es que son química orgánica pura y dura; los virus están constituidos por hidratos de carbono, lípidos y proteínas, y este material orgánico no va revuelto y amontonado de cualquier forma, ni mucho menos.
Los virus son unos corpúsculos con una estructura relativamente simple integrada por la cápside, que es como una cajita diminuta compuesta por proteínas que alberga en su interior el genoma de cada virus, compuesto por ADN o ARN, dependiendo del tipo de virus (el causante de la pandemia actual pertenece al grupo de los ARN). A su vez la cápside está envuelta en una sobrecubierta lipídica. El genoma guarda el código de los mecanismos necesarios para que el proceso de replicación de cada virus se realice de forma correcta. Lo que resulta casi increíble es que unos organismos tan pequeños y, aparentemente tan sencillos, puedan estar tan bien diseñados para alcanzar lo que parece que es su único objetivo, conseguir que el secreto de su existencia se transmita a otras nuevas criaturas prácticamente iguales a ellos.
Llegados a este punto parece necesario plantear la cuarta pregunta de la serie: si los virus no son seres vivos, ¿cómo surgieron?
Se ha discutido mucho y se sigue discutiendo, vaya usted a saber hasta cuando, sobre el origen de los virus. A la sazón se proponen tres teorías:
A) Serían el resultado evolutivo de un proceso de regresión de células que habrían evolucionado hasta convertirse en parásitos intracelulares de otras células, viviendo a costa de ellas; esto no es un caso único en la naturaleza, de hecho hay bacterias, como las ricketsias y las clamidias, que sólo pueden reproducirse dentro de otras células aprovechándose, como los virus, de su capacidad metabólica. Serían algo así como los primeros gorrones de la naturaleza y, de la misma forma que los okupas (que no necesitan pagar la renta, ni la luz, ni el agua, ni la comunidad de vecinos, ni impuestos de ningún tipo, y viven holgadamente con la renta de subsistencia que les pasan puntualmente sus amables conciudadanos) no precisan dedicar su valioso tiempo a mantener activa una fuente de ingresos que les permita atender a sus necesidades vitales y, por lo tanto, pueden olvidarse de trabajar sin que les pase nada desagradable, esas células parásitas se encontraron con el lujo de no necesitar un metabolismo propio al ingeniárselas para aprovechar el de la célula parasitada que, en el colmo de la ingenuidad, les presta su capacidad de reproducirse y multiplicar gratuitamente el número de gorrones mediante un esfuerzo titánico que termina con su vida. Hay que reconocer que esta muerte es una situación enojosa y desagradable para la pobre prole de virus okupas que se ve obligada a buscar a otro ingenuo que le preste cobijo. Para vivir ajustando al máximo sus necesidades, las células okupa se dieron de baja de las funciones vitales que le proporcionaba el hostelero por su cara bonita, confirmando así el axioma biológico de que el órgano o función que no se utiliza se atrofia, y tiraron por la ventana los genes encargados de mantenerlas (para qué los querían si otro tonto se lo hacía todo) e, igualito que en la canción de Ma. Dolores Pradera, se quedaron con todo lo demás.
B) Otra posibilidad es que los virus sean genes vagabundos que accidentalmente se desprendieron del genoma de una célula y, de forma fortuita, penetraron en otra de una especie diferente en la que, por causa desconocida y contraviniendo la afirmación «¡ay del bicho que en la boca de otro entra!», en vez de haber sido destruidos por la célula receptora, como ocurre normalmente, pudieron sobrevivir y multiplicarse, confirmando en cambio el axioma de que «por la caridad entra la peste».
C) La tercera, y por ahora última posibilidad, es que los virus sean el resultado de un proceso evolutivo de moléculas complejas de proteínas y ácidos nucléicos, similar y paralelo (coevolutivo) al que terminó originando las células primitivas en nuestro planeta.
Entonces, cualquiera que sea su origen, nos encontramos con que, según estas teorías, una de dos: o los virus proceden directamente de otros eres vivos, o son el resultado de un proceso evolutivo que, con los mismos materiales y de forma similar y paralela, siguieron los seres reconocidos como dotados de vida y, por tanto, desde el punto de vista de su naturaleza están muy próximos entre sí.
Sin embargo, los que están en contra de considerar su estirpe vital aducen que ni tienen metabolismo propio, ni son capaces de reproducirse por sí mismos y, por eso, no pueden considerarse como seres vivos.
Pero parece que la cosa no es tan sencilla y, como dicen algunos, no serán seres vivos pero son vida. Y es que en los últimos años hay bastantes virólogos y biólogos que cuestionan que se pueda asegurar de manera categórica que los virus no tengan vida.
Lo que no se puede discutir es que los virus son seres que contienen celosamente guardado en su interior ADN o ARN, ni más ni menos que el código de la vida. Además, cada uno de sus otros componentes, perfectamente organizados, tiene una función diferente y específica, pero todas ellas destinadas a conseguir un objetivo fácil de identificar, producir nuevos virus construidos a imagen y semejanza de los originales. ¿Qué no son capaces de reproducirse ellos solos por carecer de las funciones metabólicas necesarias para ello? pues ésta es una afirmación que puede ser discutida y que depende, como tantas otras, del color del cristal con que se mire. Porque los virus disponen de una serie de herramientas que, funcionando con una precisión de relojería, consiguen suplir estas carencias y forzar a las células parasitadas a fabricar una réplica prácticamente igual del ADN o el ARN del virus invasor que, a continuación, es integrada en una estructura muy parecida a la del virus original, tanto como lo son los hijos a los padres en la que se considera naturaleza viva; a continuación abandonan la célula para «buscarse la vida» en otra célula incauta y adecuada a su objetivo de seguir multiplicándose. Así que si los virus no tienen vida les falta un pelo para tenerla, y no un pelo cualquiera, no, sino, como diría un castizo, el pelo de un calvo.
Aquí topamos con otro concepto, el de la vida, mucho más peliagudo que el de los virus. Llegar a resolver el enigma de si es ilusión, frenesí, ficción, o sueño, como cuenta Calderón que se planteó Segismundo durante su confinamiento forzoso en la cueva, está todavía muy verde y el autor de estas líneas prefiere pasar de puntillas sobre un tema para el que no se considera capacitado para discutir, máxime cuando gente mucho más autorizada que él no ha logrado, y probablemente no logrará, ponerse de acuerdo.
Volvamos al asunto de la importancia que tienen el ADN o el ARN que tan celosamente guardan los virus en su interior a la hora de decidirse a etiquetarlos, o no, como seres vivos. En el año 1977 en las cápsulas voyager lanzadas al espacio por la NASA con el objetivo de sobrepasar los límites del sistema solar, decidieron, como hace el náufrago con una botella, incluir un mensaje encriptado en el famoso disco de oro para que, en el muy improbable caso de que fuesen interceptados por personas de otra cultura extraterrestre, darles noticia de la existencia aquí, en nuestro planeta, de un ser vivo e inteligente mediante la descripción de los principales rasgos que nos definen como especie y las características primordiales de nuestra civilización. Con muy buen criterio, incluyeron en el mensaje la estructura del ADN con sus filamentos mágicos que regulan todas las características morfológicas y funcionales de cualquier ser vivo de este pequeño Mundo perdido en la enormidad de nuestro Universo, proporcionando así la pista fundamental sobre cual es el material básico e imprescindible en que se sustenta todo tipo de vida alrededor de la estrella Sol. Y no habría nada que objetar si la hubiesen acompañado de la del ARN, ya que ambas estructuras son dependientes una de otra. De forma que, en la representación de la Comedia de la Vida, al ARN le ha correspondido el papel de correveidile encargado de transmitir los importantísimos mensajes que le confía el ADN para que los traslade desde el núcleo hasta el citoplasma de las células; labor ésta tan imprescindible que hay quien dice que, cada vez que ADN y ARN se encuentran, se contemplan con arrobo y, cargados de razón, musitan aquello de «yo sin ti no soy nada».
De la misma manera, si en el mundo de la fantasía hubiera que adivinar cuál es el misterio tan cuidadosamente guardado en el Arca Perdida o el tesoro tan buscado en el Señor de los Anillos ¿encontraríamos alguno que mereciera estar tan protegido de malvadas intenciones como estas dos increíblemente perfectas maravillas?
Pues en la discusión sobre virus vivos sí, virus vivos no, conviene no olvidar que ADN y ARN son los elementos fundamentales en torno a los cuales se organiza la escasa materia restante del virus, lista no sólo para protegerle, sino también para garantizar su multiplicación aprovechando la capacidad reproductora de la célula que los cobija. Con estas evidencias, despojar a los virus de la característica de ser vivo va a depender, como dijo Campoamor, del cristal con que se los mire. Por eso hay bastantes científicos que no están tan convencidos de que no se les pueda considerar seres vivos.
¿Y si, en vez de capacidad, hablamos de posibilidad de reproducirse? Sería un simple y suave cambio de color del cristal, probablemente más adecuado a lo que estamos discutiendo. Es indudable que los virus poseen la posibilidad de reproducirse (a la vista está) y capacidad para delegar la capacidad de hacerlo en las células, valga la redundancia.
Como ya se ha adelantado en estas consideraciones, en la actualidad anda el patio de los virólogos y biólogos un poco revuelto con este tema de si los virus son seres vivos o no. Hay muchos que dicen que no, otros que dicen que sí y otros que ni sí, ni no, sino todo lo contrario.
Lo más aclaratorio que he leído sobre esta discusión ocurrió en el 5o Congreso Europeo de Virología de 2013. La conferencia magistral de inauguración del congreso, titulada «Orden en el universo de los virus», corrió a cargo del virólogo Dr. Dennis Bamford, prestigioso investigador de la estructura de los virus. En el coloquio que se desarrolló después de la conferencia, un congresista preguntó a Bamford si consideraba que los virus eran seres vivos o no; la respuesta fue muy escueta: «eso pregúntaselo a las células».
Se podrá argumentar que la Naturaleza no contempla la delegación de la paternidad y que, si ésta se produce en algún caso muy concreto, se trata de una perversión que no puede considerarse como norma.
¡Pues tampoco! En la Naturaleza tenemos ejemplos en que ese comportamiento no sólo no es aberrante, sino que forma parte de la condición de especies evolucionadas. Si será normal que hasta está recogida en una coplilla popular de las tierras altas de Ávila, que habla de que hay personas que son:
De la condición del cuco,
pájaro que nunca anida,
pone el huevo en nido ajeno
y otro pájaro lo cría.
¡Anda que no son listos los de Ávila! Y, tal vez, si estuviesen en nuestra tertulia
ajustarían la copla y dirían:
De la condición del virus,
bichejo que nunca anida,
pone el huevo en núcleo ajeno
y otro ingenuo se lo cría.
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