China y España en el rincón de pensar
Hoy, Trump divide más a Europa que la relación con Pekín
España y China celebran los primeros veinte años de su asociación estratégica integral. La conmemoración tiene lugar al máximo nivel, con la visita de Estado ... de los Reyes a Pekín, uno de los hitos diplomáticos de este año. Ese buen tono, en gran medida tradicional en la relación bilateral, contrasta con una división de opiniones al alza en cuanto al tipo de relación que España debe mantener con China en el futuro inmediato.
Hasta hace bien poco, ese vínculo bilateral era fruto de una visión ampliamente compartida por sectores políticos, empresariales y sociales. La relativa erosión de ese consenso puede obedecer a causas internas y relacionarse también con el clima de polarización que vive el país, descartándose objetivamente que traiga causa de un tratamiento indebido de la relación por la contraparte china. Al contrario, esta sigue implicándose en España, multiplicando los anuncios de inversión y dispuesta a abordar retos como la nivelación del déficit comercial.
Lo logrado por España en la relación bilateral con la segunda economía del mundo no es de poca importancia ni resultado de la mera inercia o de una trayectoria poco pensada. El enfoque constructivo en el vínculo con China es una constante apreciable en los más de cincuenta de años de relaciones bilaterales. ¿Qué ha cambiado? Sobre todo ahora, hay otras variables contextuales a tener en cuenta. En lo ideológico, las diferencias sistémicas se han instituido, desarbolando aquella intención primera de contribuir con el diálogo y el comercio a que el modelo político chino se adhiriera progresivamente al liberalismo. Esto no va a pasar y China hace valer el peso de su economía como garante principal de la perennidad de su sistema. Pekín tampoco se distingue por enfatizar una dimensión ideológica en su diplomacia. En nuestro caso, las relaciones con los diferentes gobiernos y partidos evidencian su pragmatismo. No plantea, por tanto, ambiciones y objetivos fuera de lugar habida cuenta también de la ubicación geopolítica y en términos de alianzas de seguridad de España.
Hoy, en la relación bilateral, lo que está en cuestión es la idoneidad y capacidad propia para decidir los contornos de una determinada política. Y da la impresión de que solo podemos actuar correctamente si nos plegamos a los nuevos vientos que llegan desde el otro lado del Atlántico. Se sugiere, por ejemplo, que España agrieta la UE al desmarcarse de la política común. No obstante, Madrid ha reiterado que su orientación estratégica mantiene la lealtad a los posicionamientos europeos que tiene muy presentes al deslindar aquellos contornos de mayor significación política.
A China le interesa que Bruselas no secunde la estrategia de confrontación de Washington, pero ello no debe significar que los países europeos renuncien sin más a perseguir sus propios intereses, como hace EE UU. Ese entendimiento, la yuxtaposición de enfoques sin renunciar al europeísmo, era más factible con la Administración anterior que con la actual, a pesar de que ambas convergen en la hostilidad integral hacia China. Hoy, Trump, a diferencia de Biden, divide más a Europa que China e internalizar la política exterior de su Gobierno en este aspecto equivale a renunciar a cualquier expresión de autonomía estratégica con el riesgo de quedar al pairo si Washington acuerda con China al margen de los europeos; una situación altamente verosímil.
Lo que ahora importa es el futuro de esa relación. Cómo tratar con China es un dilema que enfrentan todos los países europeos. Lo hemos visto recientemente en Alemania, con la suspensión de la visita programada de su ministro de Exteriores Johann Wadephul. Pero no queda otra que dialogar y negociar dado el alto nivel de interdependencia, por un lado, pero también de coincidencia en perspectivas sobre el multilateralismo, el comercio o la transición verde, entre otros, capítulos esenciales en los que discrepamos más de Washington.
No es solo que a China ya no se le puede imponer tal o cual medida sin imaginar una respuesta equivalente, sino que el elenco de espacios para trabajar en común no es marginal. Es la nueva realidad que importa asumir encarándola con causa y conocimiento de sus intenciones y prioridades. Los objetivos estratégicos del liderazgo chino siguen apuntando al desarrollo de su economía, una tarea central que le absorberá aún por varios lustros y que tendrá fuertes implicaciones globales. Verlo todo en clave desafiante a expensas de interpretaciones ajenas y no también como una oportunidad a explorar es claramente limitador. No cabe gestionar ese proceso desde una posición ciegamente condescendiente pero tampoco desde una hostilidad anclada en el prejuicio ideológico o en una lectura geopolítica que obedece a parámetros en vías de superación en este mundo, en buena medida ya posoccidental, y en un orden que ha dejado de ser hegemónico.
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