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Catedral de Lieja.
Lieja, urbe abierta y moderna de herencia medieval

Lieja, urbe abierta y moderna de herencia medieval

El carácter afable de sus gentes y su gran ambiente nocturno hacen de ella una de las ciudades con más personalidad de Bélgica

Álvaro Romero

Madrid

Jueves, 8 de febrero 2018, 11:24

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La ciudad de Lieja se levanta al este del país, cerca de las fronteras con Alemania y Países Bajos. Se considera la quinta ciudad más importante de Bélgica y la segunda más poblada de la región de Valonia. Estratégicamente se hace hueco en el valle del río Mosa, justo en la unión con otro río, el Ourthe.

La Lieja que se conoce a día de hoy comenzó a tomar forma en la Edad Media cuando pasó de ser una pequeña aldea a un importante destino para los peregrinos, tras el asesinato del obispo Lamberto. Los religiosos se asentaron en la zona y más tarde lo hicieron otros gremios dando vida a la ciudad y fomentando el comercio. El obispo Humberto trasladó allí la capitalidad episcopal en detrimento de Maastricht. Posteriormente perteneció al Imperio Germánico, Francia y Países Bajos, hasta el año 1830 cuando pasó a formar parte del Reino de Bélgica.

Repleta de misteriosos recovecos

Para los turistas Lieja suele ser una ciudad olvidada, pero aquellos que la visitan y descubren sus encantos no se arrepienten de invertir allí su tiempo. El casco antiguo es la zona más característica, allí se puede descubrir toda la historia que guardan sus calles, de marcado estilo medieval. Los recovecos convierten su trazado urbano es un verdadero tesoro, diferente y original.

El Palacio de los Príncipes Obispos es uno de los edificios más simbólicos. Levantado en el siglo XVI ofrece una fachada impactante que preside la plaza Saint-Lambert, su aspecto señorial recuerda la época más floreciente de Lieja. A pocos pasos de ahí se encuentra la Plaza du Marché, una zona perfecta para degustar la fantástica gastronomía belga y catar alguna de sus excepcionales cervezas. De noche los bares iluminan sus fachadas creando un bonito ambiente.

En ese mismo lado del río se sitúa la obra arquitectónica religiosa más importante de la urbe, la Catedral de San Pablo. Mezcla de estilos románico y gótico, su bello interior guarda tesoros medievales de incalculable valor, entre ellos destacan diferentes relicarios, marfiles y tejidos, un espacio repleto de arte e historia local.

La plaza St Barthélemy es uno de los lugares más queridos por los liejenses. La Colegiata del mismo nombre preside el cuadrado llenándolo de color, su fachada blanca con líneas rojas y sus impresionantes formas hacen de ella uno de los lugares más admirados por los turistas que bombardean a fotografías el exterior.

Las calles del casco antiguo muestran suelos empedrados y muros grises, también de piedra, que esconden en su interior majestuosas mansiones y casas señoriales. Es habitual, caminando sin rumbo por el centro, adentrarse en alguno de los numerosos callejones, oscuros y estrechos que parecen el mejor escenario para una película de misterio. Algunos sin salida, esconden recovecos inimaginables.

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