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«Con el agua al cuello, sentí que me ahogaba»
Luz Divina Fernández y Jesús Amo, de 91 años, fueron sacados de su casa por una vecina, mientras su hijo sufría desde Matamorosa por no poder ir a ayudarles
Luz Divina Fernández y Jesús Amo han vivido la peor experiencia de sus largas vidas. Ambos tienen 91 años y a media mañana descansaban calentitos ... frente a una estufa en el Hotel Vejo, con ropa prestada por una vecina, con alivio por saberse vivos y con mucho miedo todavía al explicar que el agua les llegó literalmente hasta el cuello. La historia de este entrañable matrimonio de ancianos tiene un trasfondo que pone los pelos de punta al advertir, a su lado, el gesto de impotencia de su hijo, que aguantó toda la noche aislado en su casa de Matamorosa aterrorizado porque no podía ir a ayudar a sus padres. No sabía qué les estaba pasando cuando la tromba asoló su calle, la Avenida de la Naval. Solo podía llamar al 112, al 061, a la Policía Local... a todos los números de emergencia que se le ocurrían. La suerte de Luz Divina y de Jesús se llama Conchi Arnaiz, la vecina del primero derecha. Los salvó, los refugió en su casa, los secó y los consoló hasta que la madrugada calmó las aguas y sus familiares pudieron llegar hasta ellos.
Jesús enumera, antes de narrar la pesadilla, todos los méritos en sus años de la mili. Para que conste. Esquiador, nadador, montañero... «y de los mejores», como queriendo sacudirse cierta vergüenza al verse convertido en un hombre mayor, frágil y desvalido, que por si fuera poco perdió la dentadura en la riada. «Anoche nos metimos en la cama a las diez, pero entró agua en el cuarto, a mí me llegó hasta el pecho... Pasé mucho frío». A su lado, su esposa solloza cuando le toca hablar a ella, «el agua me llegaba hasta aquí -señala su cuello- y me ahogaba, yo me ahogaba, qué frío, y no podía moverme. Ha sido horrible, nos abandonó Dios...». Y en ese terrible momento Jesús trató de salir de allí, abrió la puerta del piso... y el agua les entró en tromba. Es aquí cuando entra en escena su ángel, Conchi, que sacó a los ancianos, se los llevó a su casa, les quitó la ropa, les puso pijamas secos e hizo todo lo posible por que se sintieran mejor.
Hasta aquí el relato de Luz Divina y de Jesús. Ahora llega el de su hijo Paco, que explica al detalle la cronología de la desesperación, al saber que sus padres estaban en peligro y no podía hacer nada por ellos.
«Nos metimos en la cama a las diez, pero nos entró agua en el cuarto, me llegó al pecho, pasé tanto frío...»
Jesús Amo Vecino de Reinosa de 91 años
«Y yo atrapado en mi casa, sintiéndome totalmente impotente, sin poder hacer nada por ellos»
Paco Amo Hijo de Jesús
El jueves a última hora de la tarde, Paco se fue a hacer la compra para sus padres. Durante la mañana, los ancianos cuentan con un auxiliar de ayuda a domicilio y por las tardes, es su hijo el que acude a la casa, les llena la nevera y les hace la cena. Pues bien, los dejó cenando y fue a sacar las bolsas de la compra del coche. Y en las aceras percibió que corría ya un regato de un metro de ancho. Decide marcharse deprisa antes de que el agua cubriera las ruedas del coche y fuera imposible arrancarlo. «En el portal, algunos vecinos me decían que era peligroso que cogiera el coche, pero decidí sacarlo de esa calle y me fui a dejarlo a casa». Paco vive en Matamorosa. Llega a su casa, llama a sus padres y no le cogen el teléfono. «Se habrán acostado», pensó. Pero Matamorosa se empieza a inundar a una velocidad vertiginosa, algo que nunca había ocurrido. «Y yo atrapado, totalmente impotente, sin poder ayudarles». Consiguió llevar el coche hasta otro pueblo y, al volver, «ya estábamos rodeados de agua, ya no podía dar un paso». Pasó las horas en vilo. Llamando a los vecinos de sus padres. Supo que dos de ellos estaban aguantando el portal para que no reventara. «Y yo angustiado. Llamaba al 112, el 112 me decía que llamara al 061, el 061 que estaban desbordados y que al ambulatorio, la Policía Local que no sabía cómo ayudarlos...». Y de pronto se va la luz y deja de funcionar el teléfono. Paco que se quedó solo e inmóvil. A oscuras. Sin saber qué estaba ocurriendo en la Avenida de la Naval...
A las ocho de la mañana al fin pudo reunirse con ellos, y estaban perfectamente atendidos por Conchi. «Le estaré eternamente agradecido», dice emocionado.
En Reinosa los vecinos de los primeros pisos tuvieron el jueves por la noche un papel crucial para que nadie sufriera más pérdida que la material. Como en el caso de Luz Divina y de Jesús, decenas de personas relatan que pasaron la noche «en el primero». Que «los del primero» bajaron a por ellos, que los ayudaron a salvar cuatro cosas, que cuidaron de sus hijos, que les abrieron sus puertas.
Paco pudo entrar por la mañana en la casa de sus padres. «Una sensación horrorosa, toda esa agua dentro, los muebles girando en remolinos, y la tele nueva, que tanta compañía les hace, tirada por ahí debajo de un mueble... Lo han perdido todo, su documentación, hasta los dientes de mi padre, que no los encuentro. Ya no tenemos nada allí».
¿Y ahora qué? Alrededor de una mesa en el hotel Vejo surge un miedo nuevo: al futuro inmediato. «Me pregunto dónde, cómo y cuándo», reflexiona Paco, porque sus padres no pueden volver a su piso de la Avenida de la Naval, con las paredes cayéndose a desconchones, mojadas, en invierno... «¿Y qué hago con ellos?», se pregunta a sí mismo. Porque él no se los puede llevar a Matamorosa, un tercer piso sin ascensor, y su madre con la movilidad reducida.
La impotencia. Paco repite muchas veces esta palabra. Y dice que con lo que le pasó a él entiende perfectamente la falta de respuestas que le daban desde los servicios de emergencia cuando los llamaba por la noche. «También había impotencia al otro lado del teléfono. Mandando lanchas que no podían pasar por las aguas turbulentas. Tantas llamadas que debían estar recibiendo, cada cual con su problema...». Y, como conclusión, otra palabra: «la generosidad. La de todos los reinosanos». Y una más: «Gracias. A los bomberos, a Protección Civil, al Ayuntamiento... Ahora comprendo lo que pasaron durante todas esas horas. Ahora veo por qué».
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