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En ocasiones, en medio de lo inesperado como el apagón que ha dejado sin luz a la Península Ibérica durante más de cinco horas ha regado Cantabria de imágenes pintorescas. Este lunes al mediodía la realidad tornó a atómica, medio obnibulada, para los cántabros sin luz y la mayoría salió a la calle para abastecerse. Y las imágenes quedan para el recuerdo. Como la de una familia de Vioño, en Piélagos, que cogió los bártulos, una bombona de butano y se plantó en la calle a hacer la comida.
Y es que se han agotado los hornillos, las pilas, las radios, las velas y el pan, entre otros productos. En Cabezón de la Sal el problema fueron fundamentalmente los pasos a nivel, que dejaron de funcionar, lo que desordenó el tráfico y alteró la sensación de seguridad de los viandantes. La intervención de Protección Civil, la Guardia Civil y de la Policía Local evitó que se produjeran mayores incidencias. A Nicolás Fiore, de Cabezón, le pilló el corte en la calle con su padre. «Vimos cómo se empezó a ir la luz de todos los sitios, las cajas del supermercado dejaron de funcionar y nos decían que nos fuéramos para casa». Reminiscencias «de la pandemia», decía Fiore. Fue un recuerdo, el del covid-19, que salió en más de una conversación.
Rubén Rodríguez, propietario de una estabulación ganadera en Lamadrid, Valdáliga, lo vivió más mal que bien. Tras horas sin poder ordeñar a las vacas ni encontrar alternativa –llegó a desplazarse a un lugar de alquiler de generadores–, se resignó a escucharlas mugir «como locas». Asegura que pasarán «días» hasta que recupere la normalidad y cree que tendrá pérdidas de hasta 700 litos de leche. Ante la ausencia de electricidad, lo rudimentario se vuelve esencial. Por eso en Laredo, el jefe de la Policía Local, Federico del Río, explicaba que la gente «venía corriendo para avisarnos de las incidencias, porque no tenía otra forma de hacerlo». Además, como no había luz, tampoco funcionaba la incubadora de los huevos de gallina que una vecina de la zona tuvo que tirar a la basura. Mientras, los profesores en los colegios explicaban la lección en la pizarra y con la tiza.
En Los Corrales de Buelna, el corte afectó a Nissan Cantabria, que tuvo que parar la producción y enviar a casa a la plantilla hasta el turno de noche. Aunque como en todo, hubo quien sacó algo bueno dentro de lo malo. Fue el caso de Ana y Toño, propietarios de la tienda de ultramarinos Analeti, en la plaza de La Pontanilla. Con los supermercados cerrados, vendieron más de lo habitual. Más imágenes curiosas se vivieron en Santoña. La Cofradía de Pescadores subastó el pescado como antaño, a viva voz. «Con los generadores de los propios barcos se ha dado corriente eléctrica a las básculas de la cofradía para pesar las cajas de pescado. Al no funcionar los ordenadores, no se ha podido etiquetar y se han apuntado las cifras con bolígrafo y papel. Todo a mano». Problemas han tenido en Santoña las conserveras a la hora de cerrar las latas de anchoas, un proceso mecánico que ha sido imposible de concluir.
A otro puerto, el de San Vicente, la ausencia de luz le pilló de resaca –el domingo se celebró la Folía– y sin apenas actividad, como permaneció la mayoría de comercios y establecimientos. En Camargo, el alcalde, Diego Movellán, destacó el rescate de cinco personas mayores atrapadas en ascensores. En El Astillero se puso en marcha un plan de emergencia y, en Piélagos, también se ha establecido un dispositivo especial de la Policía Local. En general, no ha cundido el pánico y ha vuelto la luz a hacernos dependientes.
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