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Cari Callejo, conocida hilandera de la zona y vecina de San Vicente del Monte, en su taller textil, donde la luz no se fue pese al apagón general en la Península Javier Rosendo
San Vicente del Monte

El pueblo cántabro en el que no se fue la luz

Las baterías con energía acumulada instaladas por Viesgo en el pueblo en 2020 hicieron que los vecinos ni sintiesen el apagón: «Ni nos enteramos»

Ana Gil Zaratiegui

Santander

Miércoles, 30 de abril 2025

El peor fallo eléctrico de la historia de España duró en San Vicente del Monte (Valdáliga) entre cuatro y cinco segundos. Poco más que un pestañeo. Es el tiempo que tardaron las baterías de energía acumulada en ponerse en marcha de forma automática tras el apagón general. Los montiegos –así son conocidos los vecinos de este pequeño pueblo a las faldas de la sierra del Escudo y de casas montañesas– vivieron en un oasis de electricidad gracias a un innovador sistema de almacenamiento instalado por la compañía Viesgo en el pueblo en 2020. Un enorme depósito que almacena una artillería de baterías de litio que reciben energía de la red eléctrica para 'saltar' en caso de avería o corte. Este contenedor pintado en color verde militar para camuflarse lo máximo posible en la naturaleza rodeado de pinos, laureles y abedules y que hasta ahora pasaba más o menos desapercibido fue la salvación de los 80 vecinos del casco urbano (son poco más de 160 empadronados con los de los caseríos). Tres triángulos amarillos avisan del peligro por alta tensión en una valla que solo pueden franquear los técnicos de Viesgo. Los vecinos no tienen ni las llaves para entrar.

«Ni caí en que teníamos electricidad por el generador, menuda suerte, me enteré y no puse lavadora porque pensé en que cuanto más durara para los vecinos mejor», cuenta Blanca Corral, de 72 años, justo delante del número 71 y apoyada en su barandilla de madera mientras recuerda cómo en su infancia utilizaban velas, linternas de carburo, candiles de aceite y hornos de leña (la mayoría de casas los conservan). «Es que nací sin luz, el pueblo no tenía corriente hace no tanto», aclara. Ahora, esas baterías les protegían casi un día entero. En invierno hubiera sido mucho menos, «3 o 4 horas a pleno rendimiento», explica Eduardo Callejo, otro vecino, que lo compara con la batería de un móvil: «Se guarda la energía y cuando se acaba la corriente pues tiras con lo que quede».

Eduardo Callejo Fernández, vecino de San Vicente del Monte, posa ante el contenedor en el que el pueblo almacena las baterías. Javier Rosendo
Cari Callejo, conocida hilandera de la zona, a las puertas de su casa con la iglesia del pueblo al fondo. Javier Rosendo
Manuel, conocido como 'Lolo', en el taller textil de su hermana en el que tampoco se fue la luz. Javier Rosendo
Dos operarios del Ayuntamiento de Valdáliga mueven un generador a gasolina, con el que trabajan en pueblos como San Vicente del Monte. Javier Rosendo
Blanca Corral, vecina de San Vicente del Monte, en la barandilla de madera frente a su casa, donde tampoco se sintió el apagón este lunes. Javier Rosendo

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Con lo acopiado cubrieron las cinco horas de apagón. Eso sí, tocaron las puertas para avisar de que nada de lavavajillas, ni lavadoras porque no sabían cuánto iba a durar y cuidaban esa energía como un tesoro. «Vamos al revés del mundo, antes se nos iba la luz por una tormenta cuando todos tenían y ayer éramos los únicos con luz», cuentan con gracia Hugo y Fidel, dos operarios del Ayuntamiento de Valdáliga mientras montan el escenario para la inminente Feria de las Flores en la plaza y rodeados por decenas de macetas con las plantas en flor.

Sus teces tostadas y brazos morenos al corte de las mangas de sus monos de trabajo dan cuenta de las horas en la calle. «En otros pueblos estaban sin luz y al volver a casa a nosotros nos funcionaba la tele, el teléfono y teníamos electrodomésticos como siempre», explican al tiempo que rememoraban los apagones de hace «30 a 40 años», cuando se quedaban sin luz «dos o tres días enteros» en los peores casos.

Otros rechazaron el proyecto piloto de las baterías, pero este pequeño pueblo aceptó por sus frecuentes averías

En este pueblo en el que la iglesia funciona como epicentro junto a una alta palmera hay poco más que una posada, un pozo reconvertido y, eso sí, unas vistas inigualables desde sus bancos de madera hechos con mucho mimo. La vida va a otro ritmo. Y se nota porque las puertas de las casas están abiertas de par en par: «Aquí cuando se va la luz pues se fue, en el mundo rural no afecta tanto, no hay semáforos, ascensores, ni ese ajetreo, aquí lo vemos de otra manera, aunque es una suerte lo del generador, la verdad», cuenta Cari Callejo tras pasar la cortina de su entrada con las zapatillas de casa puestas y al lado de una preciosa clemátide morada que trepa por su puerta.

Cuando la luz volvía al resto de España a media tarde, esta hilandera se acordaba de esa frase que le dijeron hace cinco años: «Esto es para cuando no tengáis luz». Y así fue. Este lunes, ese enunciado cobró sentido y entendió por qué su madre y su hermano Lolo, que viven a un kilómetro, no tenían electricidad y ella sí. Era el «cacharro» que pusieron.

En su momento, los vecinos aceptaron el proyecto piloto que otros municipios rechazaron. La compañía Viesgo confirma que estas infraestructuras se están «implementando en otros lugares de España» pero no aclara si a día de hoy esta tecnología está en funcionamiento en otros lugares del país.

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