José Puente Gómez
Autor de 'Un reencuentro con el pasado, un presente enriquecedor y un futuro por descubrir' cuenta la forma en que estudió sus orígenes
-Ha rastreado 300 años de historia para dar con el origen de sus apellidos. ¿Cómo surge esta idea?
-Siempre me ha gustado la ... historia y en el año 2011 comencé a investigar sobre varios temas, como la Torre de los Hoyos en Villanueva de la Peña (Mazcuerras). En 2020, durante la pandemia, me arranqué a escribir y a ordenar todos los datos que tenía almacenados fruto de la investigación. Lo hice con miedo y con cierto cabreo por lo que sucedía a mi alrededor. Fue una escritura bastante dura.
-¿Por qué?
-Por ver cómo iba evolucionando la sociedad. En fin, no es hasta que me doy cuenta de que he logrado recabar información interesante sobre los orígenes de mis ancestros que decido plasmarlo en un libro.
-Se remonta nueve generaciones atrás para descubrir que sus abuelos paternos y maternos eran familia.
-El nombre que más me costó encontrar fue el de Juan de la Puente Piro, el primero de los Puente y mi tatarabuelo tanto por parte de madre como de padre. Empecé desde abajo y fui tirando de los hilos. Recorrí diez o doce pueblos de Burgos y no daba con la partida de nacimiento. Conseguir su fe de bautismo fue complicadísimo, pero para mi sorpresa logré encontrar una en la que solo ponía Juan, hijo de madre soltera. Creo que hasta el propio sacerdote decide inscribirle sin apellido en señal de venganza.
-Por el camino descubre que sus dos abuelos, materno y paterno, fueron a Nueva York en busca de la prosperidad al mismo tiempo pero por caminos separados. ¿Era algo que se desconocía en su familia?
-Lo de los abuelos fue brutal. Que los dos casualmente viajaran al otro lado del Atlántico y que fuese algo absolutamente desconocido por la familia. Yo apenas tenía algo de información sobre el apellido Gómez, por parte de mi madre, y de los Puente no sabía absolutamente nada. Más adelante pude descubrir que fue alfarero y que eso fue lo que posiblemente lo trajo a Mazcuerras.
-¿Tuvo más suerte con los Gómez?
-Los Gómez partieron de la localidad de Tapia de Villadiego, en Burgos, hacia nuestras tierras y allí me planté un 20 de agosto de 2021, en busca de nuevas huellas genealógicas de mis antecesores y de su pasado alfarero. Así di con Juan Gómez González, nacido en 1733 en Villadiego, Burgos, el primero de la saga familiar de esta rama. Así descubro también que la alfarería llegó a la zona de Cos (pueblo de Mazcuerras) desde la provincia de Burgos y desde allí se va expandiendo por nuestro valle. Total, que ambas familias se dedicaban a la alfarería.
-Habla mucho del esfuerzo y las dificultades que atravesaron.
-Cuando mis abuelos materno y paterno, Valentín Gómez y Celedonio Puente, respectivamente, se marchan a Nueva York está teniendo lugar la Primera Guerra Mundial. Estados Unidos estaba evolucionando a un ritmo incesante y había personas que captaban a la gente de los pueblos dispuesta a irse a trabajar al otro lado del mundo. A mis abuelos los captaron y creo que tuvieron que pagarse el pasaje de su propio bolsillo y endeudarse hasta la médula.
-Habla de su llegada a la Isla de Ellis y tiene acceso a sus pasaportes. ¿Cómo logra dar con estos datos?
-A través de una página web del 'Movimiento de los Santos de los Últimos Días', un movimiento religioso conformado por un grupo de iglesias cristianas que en los años ochenta se dedicó a microfilmar datos de archivos de todo el mundo. Entre ellos, los pasaportes de la Fundación Ellis Island, que conserva los datos de entrada de emigrantes europeos desde 1880 hasta 1924. Ahí comencé a buscar el rastro de mis abuelos Valentín y Celedonio. Estuve un año sin encontrar nada hasta que en una ocasión me equivoqué y escribí mal el apellido de uno de ellos y entonces, me salió.
-Un poco a ciegas
-Sí, sí abriendo mucho los ojos, pero a ciegas. Creo que al final soy mejor investigador que escritor. Es decir, se me da bien recorrer el camino correcto de los mil caminos que te van surgiendo.
-En una segunda parte, se centra más en el matrimonio de sus padres, su nacimiento cuando para la época ya son mayores, la enfermedad de su madre. Ahí cambia radicalmente el contenido del libro y se abre el canal. ¿Le produce vértigo la reacción de la gente?
-Sí, sí, evidentemente esta segunda parte es la que más miedo me da, no tanto por lo que diga la gente, sino porque estoy desvelando datos personales muy concretos. Pero la sinceridad para mí es lo más importante.
-Y el homenaje a su mujer, Marilyn.
-Cuando comenzamos la relación yo no estaba convencido, porque sabía que a mis padres no les podía dejar solos y sabía el sacrificio que conllevaba estar conmigo. Y ella se ha entregado al cien por cien. Si hay que homenajear a alguien, es a mi mujer, que se volcó desde el principio cuidando a mis padres. Sin ella todo hubiese sido radicalmente distinto y mucho más complicado.
-Tuvo una adolescencia dura. Lo cuenta sin ambages en el libro.
-Sí, dura y desconocida para la gente que estaba a mi alrededor, porque nadie tenía ni puta idea de lo que estaba pasando. Si no llego a salir de aquí, del pueblo, no sé cómo hubiese terminado. Igual otra persona con otro carácter lo habría llevado de otra manera.
-¿Se ha extinguido la denominada cultura del esfuerzo?
-Sí, sí, sí.
-¿Para bien?
-No sé. A ver, me explico. Mi mujer y yo hemos trabajado muchísimo los dos. Ha sido un esfuerzo brutal, lo que unido a la crianza de los hijos, te puedes imaginar, pero yo creo que la sociedad actual está evolucionando de manera que no sé si está preparada para lo que viene, teniendo en cuenta que una pareja joven hoy en día no puede acceder a una vivienda. En Europa hablamos mucho del Estado de Bienestar, pero no tengo claro que vayamos en esa dirección. Hay una tendencia a trabajar para vivir y no a vivir para trabajar y creo que la virtud está en encontrar el equilibrio.
-También aborda en el libro el tema de la despoblación. ¿Qué va a pasar con los pueblos como Mazcuerras?
-El turismo de la costa se está extendiendo al interior, de manera que en Mazcuerras ya se empieza a notar. El pueblo se está llenando de gente de fuera. Gente que normalmente no tiene apego al territorio. Los pueblos han cambiado radicalmente y ya no hay gallinas en el corral, hemos dejado de vivir unos al lado de otros y somos más individualistas. Ya apenas hay bares donde se relaciona la gente y nadie sale al patio a charlar con el vecino.
-¿Qué pueden hacer al respecto?
-Reconozco que los que tenemos propiedades y las vendemos, estamos contribuyendo a que se encarezca el precio del terreno y de la vivienda. Ya nadie se hace una casa pequeña. Una casa para pobres. Todo el mundo que viene se construye un casoplón. Eso encarece la vida.
-¿Se ha reconciliado consigo mismo escribiendo este libro?
-Totalmente. Ya cumplí mi misión en este mundo, así que lo que ha de venir, que venga, pero todo lo demás me importa un pito.
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