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Kiko atiende a dos clientas riojanas en su puesto del mercadillo de Noja. / IGNACIO PÉREZ
Una mañana de miércoles en el mercadillo de Noja

Una mañana de miércoles en el mercadillo de Noja

Este encuentro semanal en la villa cántabra tiene tanta fuerza y tradición que consigue superar las exigencias de la nueva normalidad sin perder animación ni encanto: «¡Con mascarilla te veo mucho más guapo!»

carlos benito

Noja

Miércoles, 26 de agosto 2020, 11:52

Este verano han cambiado unas cuantas cosas en el mercadillo de Noja. La primera, evidente, es que todo el mundo lleva mascarilla. La segunda, que el Ayuntamiento ha establecido unas vías de entrada y de salida del recinto, para reducir en lo posible el roce entre quienes van y quienes vienen. Y la tercera es que se han reorganizado los puestos para optimizar el espacio y mantener, de nuevo en lo posible, esa distancia social que viene a ser la antítesis de lo que siempre ha significado un mercadillo. Pero este encuentro de los miércoles tiene tanta fuerza y tradición que consigue superar las exigencias de la nueva normalidad sin perder animación ni encanto. «¿Cómo estás?», le grita un vendedor a otro. «¡Espectacularmente bien!», responde el otro. Y el primero remata: «Con mascarilla, te veo mucho más guapo».

Los mercados, y el de Noja como el que más, son un universo fascinante en el que chispean las conversaciones y se recupera ese contacto humano que tanto necesitamos, aunque sea a un par de metros. Aquí se puede comprar cualquier cosa que quepa en un tenderete, desde «la fantástica Piedra Blanca que limpia, pule y protege» hasta dos paquetes de sobaos por diez euros, desde un bañador sugerente para triunfar en la playa hasta una camiseta de «los únicos que pueden hacerle daño a una mujer son sus tacones».

Lo más difícil de encontrar en el mercadillo de Noja es un nativo de Noja, porque aquí reina esa masa flotante de origen vasco que, cada verano, multiplica por veintitantos la población de la localidad. Vascos son la mayoría de los compradores y vascos son también muchos vendedores, como Kiko Díaz, nacido en Barakaldo y residente en Llodio. «El público de aquí responde muy bien en general», celebra el comerciante, mientras va vendiendo su género y regalando frases memorables. «¡Entran buenos culos ahí!», le asegura a una clienta que duda sobre la talla de unos 'shorts'. «¡A diez euros, chavales!», informa a una pareja que quizá tenga ya bisnietos. Kiko puede decir eso de «si hoy es miércoles, esto es Noja», porque los jueves está vendiendo en Llodio, los viernes en Mungia, los sábados en Durango, los domingos en Laredo...

Es bueno saber que...

  • Distancias Noja, en la comarca cántabra de Trasmiera, se encuentra a 43,6 kilómetros de Santander (S-10 y A-8) y a 58,2 kilómetros de Torrelavega (A-8).

  • Población En verano, Noja llega a multiplicar por treinta sus habitantes y pasa de 2.500 a más de 70.000 vecinos.

Precisamente Laredo fue el primer destino cántabro de Iván Gil y su familia, que viven en Izarra. «Preferimos Noja a Laredo porque es menos pijo. En Laredo hay más postureo, más tontería, mientras que aquí es todo más normal, más cercano, muy margen izquierda -detalla Iván, otro que es nacido en Barakaldo-. Eso sí, hace veinte años estábamos cuatro y el tambor y ahora se ha masificado, pero sigue habiendo buen ambiente y buen poteo». La familia ha comprado «tomate y pimiento de la huerta» y ahora anda buscando un top y un vestido de playa para las niñas.

Muchas veces, la compra es una simple excusa para darse un garbeo entre los puestos, curiosear y disfrutar de la vidilla. Víctor Salcedo y su hijo Eneko vienen buscando «alguna camiseta o alguna gorra» antes de marcharse a la playa. Jorge Bengoa y su hijo Orkitz han pillado una mascarilla para el chaval y un paquete de calzoncillos para el padre: «Tres por diez euros. ¡Y dan buen resultado! Ya compré la otra vez y he vuelto a por más», proclama, con un entusiasmo que casi merece comisión. Y le matrimonio Augusto Luis y Vitori Fuentes se llevan un sombrero de siete euros para él. «Cuando podemos, venimos al ático del hijo. Nos gusta mucho andar -comenta Augusto-. Vamos a la playa a andar, yo soy de andar llano».

- Y, claro, se ha comprado el sombrero para protegerse del sol. ¡Tanto andar!

- Bueno, nos gusta andar, pero también la mariscada.

Cuando se hacen reportajes en Noja, uno no puede sustraerse a la tentación de buscar a algún veraneante veteranísimo, para que le hable de cómo era todo esto antes de que existiese todo esto. El contraste entre la urbe turística de hoy y la arcadia de antaño siempre da mucho juego. Pero Begoña Lafuente impone un giro inesperado a la conversación: «Antes hacía más malo, el clima está cambiando a mejor. A mejor para el veraneo, claro. Antes llovía mucho y había gente aquí y en Isla que se marchaba porque no soportaba el mal tiempo».

José Javier atiende a José Luis en su furgón de bacalao. i. p.

De San Mamés, en carro

En realidad, si organizamos una competición de recuerdos añejos, dos de los que pueden remontarse más atrás en el tiempo se encuentran juntos en un rincón del mercado. Eso sí, ninguno de los dos acudía a la comarca de vacaciones. El vallisoletano José Javier Sanz, que lleva el puesto de bacalao de Islandia, empezó a viajar a Noja hace 42 años: «Esto era un prado y veníamos en verano para vender a la gente de los cámpings. Después, cada verano me encontraba con que esto ya se había vuelto diferente, hasta ahora. También ha cambiado la carretera: ahora, venir de Valladolid aquí es un paseo, pero antes suponía seis horas». Es un buen envite, pero el primer cliente que acude a por bacalao lo supera: José Luis Portillo, maestro jubilado, es nacido en San Mamés, lo que siempre aporta cierto aire bilbaíno, pero en realidad se trata de San Mamés de Meruelo, a seis kilómetros y medio de Noja. «Los de San Mamés veníamos a la playa en carro y en caballo», evoca, para dar una idea de la época.

Paula muestra su tatuaje de las coordenadas de Noja. I. Pérez

«Me he tatuado en el brazo las coordenadas de Noja»

Paula Frías empezó a venir de vacaciones a Noja hace veintiocho años, cuando tenía 3. Y este pueblo costero ha acabado definiendo lo que podríamos llamar el eje central de su vida: «Veníamos al piso de los abuelos todos los veranos y también en Semana Santa. Todos los niños de la urbanizacíon formamos una cuadrilla muy unida: de hecho, hoy nos seguimos poniendo en el mismo sitio de la playa. Y, claro, acabamos emparejándonos entre nosotros», explica Paula, que se está tomando un café de media mañana en el Montecarlo con su madre, Mari Carmen; su bebé, Danel, y su perro, Kio, que «tiene depresión cuando vuelve en septiembre, después de pasar dos meses aquí».

Falta el padre de la criatura, Iker, al que Paula, por supuesto, conoció en Noja: «Claro, él era de la urbanización de al lado y nos conocemos desde críos, de tirarnos globos y jugar a polis y cacos». La localidad cántabra ha tenido tanto peso en su biografía que, al principio de este verano, Paula decidió rendirle por fin el homenaje que se merecía: «Me he tatuado las coordenadas de Noja -explica, mostrando la cara interior del brazo derecho- porque ha sido un sitio superimportante para mí. ¡Qué mejor que eso! Estuve dudando entre la playa del Ris o Noja en general, pero al final dije: ¡mejor todo!».

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