Probamos el simulador de Peña Cabarga: «Es tan real que da hasta vértigo»
El 'sistema Birdly' ofrece la experiencia de un vuelo virtual: «No engaña, te hace sentir como un pájaro durante dos minutos»
Son pocas las ocasiones en las que un ser humano puede sentirse como un pájaro. En Peña Cabarga es posible. Sin riesgos. Dos minutos ... de vuelo que parecen un suspiro: muñecas hacia arriba para ganar altura, un pequeño giro para esquivar una colisión y la ilusión de que el aire, las alas y el paisaje son de verdad. Nos hemos subido, para probarlo, y el 'sistema Birdly' no engaña: suspensión, viento en la cara y un viaje en el que uno sobrevuela montañas y costas cántabras como si siempre hubiera pertenecido al cielo. Y, sin embargo, todo empieza mucho antes de desplegar esas alas virtuales.
Esta innovadora máquina es el broche final de la visita al conocido 'pirulí'. Y no deja indiferente a nadie. El artilugio te hace volar literalmente. Si no agitas los brazos para volar, el pájaro no vuela. Te sitúas, te colocan las gafas de forma cómoda y, de golpe, la realidad cambia. El cuerpo ya no está apoyado en un soporte mecánico, sino suspendido en el aire. Con cada movimiento de muñeca se gana altura, se gira, se planea. En los cascos, el aire golpea la cara. Durante dos minutos te hace sentir como dueña del espacio que sobrevuelas.
En este caso, la arenosa zona de la Ría de Mogro. La sensación se podría comparar muy de cerca con la experiencia de montar en parapente, tan vertiginoso y tan hermoso. Las playas, dunas, texturas… el espacio entero es como si estuvieras de forma presencial en ese preciso momento. El vuelo parece corto, pero intenso. El tiempo vuela. La plataforma acompaña cada movimiento con tanta precisión que te mete de lleno en esa realidad aérea. La sensación de planear, de descender o de esquivar un obstáculo se vive con naturalidad. Llega a dar tanto vértigo como cuando te asomas a un precipicio. Durante esos instantes eres tan libre como un ave curioso por descubrir nuevos territorios.
Regreso a tierra
Y cuando llega el momento del aterrizaje, la transición resulta tan suave como sorprendente. El cuerpo vuelve poco a poco a su sitio, la máquina se detiene, y de pronto todo regresa al suelo. Las piernas tiemblan al levantarse, como si hubieran participado en un esfuerzo físico auténtico. Esa inestabilidad provoca risa nerviosa, pero también confirma lo vivido. La experiencia no termina al bajar. Todavía queda un eco en el cuerpo, una sensación de haber estado arriba, como suspendido en el aire. Esa mezcla de vértigo y euforia persiste, como si algo del vuelo se quedara dentro por unos minutos.
Ya desde la entrada del lugar se siente que no es un espacio corriente. El edificio y su forma peculiar tiene algo que impone: mezcla de lo nuevo con restos de lo antiguo que recuerdan que allí hubo un pasado distinto. La primera prueba aparece enseguida: una escalera de caracol que exige resistencia. Subirla es fácil pese a que las piernas pesan más con cada vuelta. El túnel que rodea al faro aparece casi al final, estrecho y con pequeños agujeros que dejan ver el exterior.
Al llegar arriba, la recompensa es inmediata. El mirador ofrece una vista inmensa, una panorámica que envuelve por completo. La bahía aparece a un lado, las montañas al fondo, los pueblos se reconocen a lo lejos y el horizonte se abre como si no tuviera límite. Un espacio que obliga a detenerse y mirar. A mirar a un lado y a otro, una vista que se podría estar observando durante horas. Es inevitable, el vértigo está ahí, pero también la calma. El recorrido continúa con espacios que sorprenden por lo inesperados. Aparece la posibilidad de convertirse en indiano, un juego curioso y entretenido. La experiencia va más allá de la fotografía tradicional, ya no basta con mirar imágenes antiguas, ahora la tecnología invita a ponerse en la piel de quienes vivieron otra época.
Del mismo modo, otra sala conduce hasta las cuevas cántabras, con la oportunidad de adentrarse en Covalanas sin salir del edificio. Con las gafas de realidad virtual, la impresión es impactante. Cada trazo, cada pared parece tan tangible que se tiene la sensación de estar realmente dentro. El espacio reproduce con tal exactitud la forma de la cueva que el cuerpo reacciona solo. Incluso lleva a extender la mano para apoyarse, como si de verdad uno pudiera tropezar con esas paredes rocosas. Es como si los sentidos se adelantaran a la razón, empujando a moverse para descubrir qué había más allá. Un espacio que combina, perfectamente, al milímetro realidad virtual con la historia de la región.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión