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El pasado septiembre, la jubilación de sor Clara, que dirigía la Cocina Económica de Santander, puso al frente de la entidad a Ana Rivero (Laredo, 1980), una educadora social que forma parte de las Hijas de la Caridad desde 2003. A pesar de que asumió ... con «vértigo» el cargo, también lo hizo con la «responsabilidad» que corresponde. Cinco meses después de comenzar esta nueva etapa, rodeada de un equipo «enorme» de profesionales y voluntarios, tiene claro que quiere mantener el peso social y la importancia que tiene esta entidad, fundada en 1908.
–Asumió la responsabilidad de dirigir la Cocina Económica el pasado septiembre, tras la jubilación de sor Clara. ¿Pesa recoger su testigo?
–Ha supuesto una responsabilidad muy grande. Especialmente porque he vivido con ella cinco años aquí y he visto en primera persona su trabajo, su implicación y su profesionalidad. Porque sor Clara es una mujer con muchos recursos y mucha experiencia vital. Me dio vértigo. Aunque está claro que es un servicio que hago junto a un equipo enorme de profesionales y voluntarios. Es decir, sabía que no estaba sola.
–Al no ser Santander, ¿era consciente del peso social que tiene esta entidad en la ciudad?
–Sí. Conozco la Cocina Económica desde que tengo 18 años. En mi juventud, realicé un campamento de jóvenes voluntarios y entonces ya me di cuenta de lo que suponía esta institución en Santander. Pude comprobar la cantidad de gente a la que atendía y también la que colaboraba con la entidad. Por eso hablaba al principio de la responsabilidad que suponía para mí asumir la dirección, porque el objetivo es que ese peso que tenemos y que hemos mantenido no se pierda.
–En esa primera reunión que mantuvo la semana pasada con la alcaldesa de Santander, Gema Igual, se refirió a una nueva tendencia en 2024 «preocupante» sobre el descenso de la media de edad en nuevos usuarios que acuden a pedir ayuda. ¿De qué rango de edad habla?
–Entre 19 y 35 años. Es un grupo de personas, normalmente de fuera de España, que han venido nuevas al comedor y nos llama mucho la atención su juventud. Eso nos está haciendo reflexionar sobre la forma en la que podemos promocionarles.
–¿A qué conclusiones han llegado al respecto?
–La forma de ayudarles es siempre ofreciéndoles formación. Cuando vienen y están en este tiempo de situación irregular, pensamos que es cuando tenemos que aprovechar más para que se formen, para que adquieran herramientas que les serán muy útiles en un futuro cercano. Por ejemplo, las personas que están en nuestro centro de acogida viviendo –tiene 14 plazas– , son en su mayoría de este perfil. Chavales muy jóvenes que lo que se les pide para entrar es que tienen que estar todos matriculados en algún curso formativo. Para todo este proceso tenemos una empresa de inserción laboral, Luimar, que nace para generar puestos de empleo para personas que provienen del mundo de la exclusión.
–¿La atención que se ofrece a las personas que llegan pidiendo ayuda ha cambiado a lo largo de los años?
–Desde luego. Se ha profesionalizado mucho y especializado en cada etapa del usuario, en la problemática que más sobresale.
–¿Qué etapas diferencian?
–Hace muchos años, la Cocina Económica estaba más centrada en las necesidades más básicas. Actualmente seguimos atendiendo esas necesidades, pero es verdad que eso es como el gancho que tenemos para después ahondar en el resto de aspectos, como pueden ser la formación o la salud. Esto es muy importante porque, cuando tienen un problema así, especialmente de salud mental o de adicciones, por ejemplo, es imposible seguir un proceso sin ayuda, se rompen todas las intervenciones.
–¿Tienen las instituciones una tarea pendiente para atajar el problema del 'sinhogarismo'?
–Creo que todos debemos sentirnos responsables como sociedad. Al final, esas personas, fruto de su historia de vida, han llegado a ese lugar. Pero también son un poco víctimas de las estructuras, de sus propios antecedentes familiares. Son muchas cosas. Es difícil solucionar estos problemas, pero es verdad que entre todos podríamos coordinar mucho mejor la respuesta que les damos.
–¿Cómo gestiona los dramas con los que se encuentra a diario? ¿Le dejan dormir tranquila?
–Lo que es propiamente dormir, duermo bien. Básicamente porque cuando llega la noche acabo reventada de todo el día. Sí que hay situaciones y momentos más complicados. Por ejemplo, abrir la ventana de mi habitación y ver que alguien ha dormido fuera pues sí trastoca mucho.
–En estos cinco meses que lleva al frente de la entidad, ¿hay algo que le haya llamado la atención?
–Un dato que nos preocupa mucho es el tema de la vivienda. La cantidad de personas que nos solicitan vivienda y que podrían, entre varios, tener un alquiler, pero no es posible por cómo está la situación actualmente. Incluso para nosotros como institución es muy complicado conseguirlo. No se encuentran cosas accesibles, además de las trabas o los requisitos.
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