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Documentos manuscritos por el párroco Gregorio Ungo.
Aquellos días del verano del 37

Aquellos días del verano del 37

Con la caída de Bilbao, «en torno a 150.000 personas» huyeron a la provincia de Santander. «Fue un éxodo de refugiados»

Álvaro Machín

Santander

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Domingo, 3 de diciembre 2017

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Quedaron acogidos en conventos, en colegios, en casas particulares... «Un éxodo de refugiados, una avalancha». En unos días, en torno a 150.000 personas desplazadas –el experto llega a decir que pudieron ser 180.000, aunque no había estadísticas concretas en medio del caos–. Es el contexto de aquel verano de 1937 y de la Lista de Larrinoa. Las Brigadas de Navarra franquistas entraron en Bilbao el 19 de junio. Decenas de miles de personas llevaban ya días haciendo las maletas con urgencia. «Sobre todo, nacionalistas vascos y gente de izquierdas». Huyeron a la por entonces provincia de Santander. Y a ellos se sumó el repliegue del Cuerpo del Ejército de Euskadi, cada vez más arrinconado. El avance del frente esos días y las bombas llenaron las salas del hospital de guerra en el Palacio Eguilior y la fosa del cementerio de Limpias.

El historiador Fernando Obregón conoce la cronología. La que incluye a los veinte civiles muertos en el bombardeo de Villaverde de Trucíos y Arcentales del día 21 o la entrada de las tropas nacionales en Sopuerta y Valmaseda del 29. Los detalles. La comarca del Asón sintió el zumbido de los motores de la aviación. Atacaron el puente de Treto-Colindres y las bombas cayeron sobre Ampuero, Rasines, Lanestosa o Gibaja en el arranque de julio.

«Mueren en Limpias porque les llevan allí, pero son consecuencia de todo este proceso», apunta el experto, que recuerda que había otros tres hospitales «de sangre» en la zona. El convento de la Bien Aparecida, el balneario de Molinar de Carranza y otro más en Lanestosa. Caen en escaramuzas como la del 5 de julio, fecha en la que las tropas franquistas tomaron la cumbre del Castro Alén. Ese mismo día fue mortalmente herido en Trucíos Gonzalo Pereiro, el comandante del batallón vasco número 52 o ‘Capitán Casero’. A él también le llevaron a lo que hoy es el Parador Nacional.

El inicio de una ofensiva republicana en el frente de Madrid desvió temporalmente la atención –y las tropas– de la guerra en el Norte. «Fue un respiro. Si no hubiera pasado, Santander hubiera caído un mes antes», apunta Obregón, que señala en su relato la «explosión accidental de un proyectil en la Plaza de la Barrera (Castro Urdiales) con el resultado de trece muertos, en su mayoría niños». «Por fuentes orales sabemos que al menos un herido murió poco después en el hospital de Limpias».

El avance del frente llenó el hospital del Palacio Eguilior y el cementerio de Limpias

El retorno de las hostilidades tras varios días de parón fue ya definitivo. Los republicanos intentaron sin éxito –y con un alto coste de vidas– tomar la ermita de San Roque de Colisa (entre Carranza y Valmaseda) y los bombardeos volvieron a cebarse con Trucíos («murieron al menos trece civiles»). El 14 de agosto se inició la ofensiva franquista sobre Santander. Las Brigadas de Navarra rompieron el frente por Palencia y las tropas italianas, por Burgos. El límite con Vizcaya permaneció tranquilo durante diez días, pero el avance era ya imparable. El 23, «las tropas republicanas que permanecían en la Cantabria oriental se retiraron sin ser atacadas». «Los batallones vascos –escribe Obregón– se concentran en Laredo y Santoña, tras pactar su rendición con los italianos, y los demás se repliegan hacia Santander y Asturias». Los acontecimientos se suceden. El lehendakari José Antonio Aguirre y dos de sus consejeros huyen en avión desde la capital cántabra con destino a Biarritz, «mientras las autoridades republicanas de la ciudad se escapan en un submarino que se dirige a Gijón». Las tropas franquistas entran en Santander y en Santoña el 26. «Hacen miles de prisioneros montañeses y vascos que se entregan sin oponer resistencia».

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