Tostada de aguacate
Este entrante, convertido casi en símbolo de modernidad gastronómica, es la muestra de cómo hemos incorporado sabores de lejos a la rutina de cada día
l mes de octubre siempre trae consigo una especie de ritual de transición, guardamos poco a poco las camisas de verano, rescatamos las chaquetas y ... dejamos que el cuerpo se acostumbre a un fresco que, tras los calores de septiembre, casi se agradece. La cocina también refleja ese cambio: los tomates ya no son tan dulces, los melones se despiden, los higos dan sus últimos coletazos y aparecen con fuerza las calabazas, las berenjenas, las alcachofas y las primeras setas. Es el mes en el que la cuchara vuelve a tener protagonismo, aunque yo soy de los que cree que nunca hay que soltarla, ni en agosto.
En medio de esa transformación de la despensa, hay un fruto que parece desafiar las estaciones el aguacate. Llegó a nuestras mesas como un exotismo, un capricho de gourmet, y en apenas unos años se ha convertido en un fijo de desayunos, ensaladas y meriendas. No recuerdo otro alimento que haya pasado tan rápido de la rareza a la costumbre, porque ya hoy nadie se extraña de encontrarlo en la barra de un bar, sobre una tostada de pan crujiente, acompañado de un chorrito de aceite de oliva, un poco de sal y, con suerte, unas escamas de buen queso o una pizca de pimentón. Esa tostada de aguacate, convertida casi en símbolo de modernidad gastronómica, es mucho más que un capricho, es la muestra de cómo hemos incorporado sabores de lejos a la rutina de cada día.
Pero esta 'moda' invita a enriquecer esta tostada, ya no basta con el aguacate aplastado con un tenedor, se reclama algo más, un añadido que hable de las inquietudes de quién está a los mandos de los fogones en casa y es cuando entonces aparecen los huevos de corral, cocinados lentamente hasta que la yema queda untuosa, listos para romper sobre el pan y mezclarse con la pulpa verde, las setas, que salteadas con un poco de ajo y perejil hacen un maridaje perfecto con la suavidad del aguacate. También las anchoas, con su potencia salina, encuentran en esa tostada un lienzo perfecto para equilibrar el sabor. Incluso las granadas, con sus granos brillantes y ácidos, aportan el contraste fresco y colorido que recuerda que el otoño no es solo marrón, sino también rojo, dorado y violeta.
La magia de esta combinación está en que no exige nada complicado, es suficiente con un buen pan crujiente, con miga consistente, a mí me gusta especialmente de maíz, un aguacate en su punto, ni duro ni pasado, y la libertad de jugar con lo que tengamos a mano. Yo suelo añadir frutos secos unas almendras ligeramente tostadas, unas nueces partidas que crujen bajo el diente, o unos piñones dorados que aportan aroma, y sobre todo queso, de cualquier tipo, pero el fresco le va que ni pintado. De repente, una simple tostada se convierte en un desayuno, en una merienda, incluso en una cena ligera.
Quizá lo más interesante de este fenómeno de la tostada de aguacate es cómo refleja un cambio cultural, hasta hace poco, nuestros desayunos eran casi siempre dulces galletas, bollería, pan con mermelada y hoy, cada vez más, apostamos por lo salado, por lo saludable, por fórmulas que combinan tradición y modernidad. Y ahí el aguacate ha entrado por la puerta grande, porque representa lo que buscamos versatilidad, frescor, textura, capacidad de mezclarse con lo nuestro sin pedir permiso. No hay nada más español que un buen aceite de oliva sobre el pan, y sin embargo ahora lo compartimos con un producto que viene de tan lejos y que hemos hecho nuestro.
La tostada se convierte así en un símbolo de cómo comemos hoy sencillo, rápido, con un punto saludable y abierto al mundo, pero sin renunciar a la memoria del gusto.
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