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El primero por la derecha es el viejo Miguelón, artífice del restaurante que llevaba su nombre.
Más que paladar

Como las sardinas asadas de El Curro de Laredo, ninguna

«Una sardina, una sola, es todo el mar, a pesar de lo cual yo le recomendaré al lector que no se coma nunca menos de una docena...»

Ángel Luis Gómez Calle

Miércoles, 23 de julio 2025, 17:33

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Estoy seguro que todos conserváis en la memoria algún perfume gastronómico de vuestra infancia. Yo tengo uno marcado a fuego que vuelve a mi recuerdo siempre por estas fechas del inicio del estío; el aroma a las sardinas asadas me traslada a cualquier verano de mediados de los sesenta del pasado siglo en un Laredo conquistado por un turismo francés que no sólo disfrutaba con la playa. En la calle donde se desarrollaba mi vida, mis juegos, ejercían sus destrezas gastronómicas dos de los restaurantes más carismáticos de los que disfrutamos en la villa pejina: el Somera y el Miguelón. Y casualidades de la vida, ambos tenían en sus puntos fuertes de la oferta gastronómica a las sardinas asadas.

Las sardinas y el carbón inundaban de humo y sabrosos aromas a toda la Puebla Vieja laredana, rememorando la ancestral costumbre de los pescadores locales de hacer sus almuerzos de sardinas asadas en las antiguas bodegas diseminadas por los bajos de las viejas casas de la villa.

Pero debido a mi corta edad, no podía disfrutar plenamente de tan deseado manjar; fue veinte años más tarde y en otro espacio de la geografía pejina donde realmente me inicié en esa buena costumbre de comer las sardinas asadas al carbón. Sí, fue en El Curro –asador situado entre la antigua Cofradía de Pescadores San Martín y la ya derruida fábrica de Salvarrey junto al viejo puerto laredano– donde surgió mi amor inquebrantable hacia ese manjar. Las palabras del maestro Julio Camba son una clara referencia de lo que que yo sentía sentado en aquellos bancos de madera, compañeros inseparables de las largas mesas cubiertas por un inmaculado hule de plástico blanco, comiendo con las manos, ayudado por el pan como plato –¡qué manjar ese pan untado en aceite– y bebiendo el vino en porrón.

Uca y Fonso, propietarios del asador El Curro, en Laredo, y padres de Mónica González (Son de Mar y El Túnel). El Curro fue posiblemente el primer merendero de sardinas que abrió en Cantabria. Pioneros e impulsores de la brasa. Medio siglo asando sardinas en el antiguo puerto de Laredo, desde 1953. La foto es de aproximadamente 1964.
Asando sardinas en una de las calles de la Puebla Vieja de Laredo.

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Una sardina, una sola, es todo el mar, a pesar de lo cual yo le recomendaré al lector que no se coma nunca menos de una docena… No es para tomar en el hogar con la madre virtuosa de nuestros hijos, sino fuera, con una amiga golfa y escandalosa. Las personas que se hayan unido alguna vez en el acto de comer sardinas, ya no podrán respetarse nunca mutuamente, y cuando usted, querido lector, quiera organizar bien una sardinada, procure elegir bien a sus cómplices.

Las sardinas asadas saben muy bien, pero saben demasiado tiempo. Después de comerlas uno tiene la sensación de haberse envilecido para toda la vida. El remordimiento y la vergüenza no nos abandonarán ya ni un momento y todos los perfumes de la Arabia serán insuficientes para purificar nuestras manos.

Después he comido sardinas en muchos otro lugares, pero ninguna como las del Curro.

Gracias infinitas a Fonso y a Uca, artífices de un espacio gastronómico irrepetible.

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