«Mirar los valles arrasados fue duro, no quedaba nada»
Las 44 vacas de la familia Floranes, que sufrieron los incendios de León, encuentran refugio en Guriezo
El silencio del valle de Portilla de la Reina, en León, quedó roto aquel mediodía del 13 de agosto por el crepitar del fuego. Dos ... días antes, las vacas charolesas de la familia Floranes –originaria de Los Llanos, en Cantabria– pastaban tranquilas en los puertos de montaña, como cada verano desde hace generaciones. La trashumancia, esa costumbre antigua de llevar al ganado a los altos pastos durante los meses cálidos, formaba parte de su rutina. Pero en cuestión de horas, el paisaje cambió de forma espeluznante. Donde había prados verdes, solo quedaron cenizas; donde se respiraba calma, se instaló el miedo. Tres semanas más tarde, tratan de reconstruir lo que las llamas rompieron en una finca cedida en Guriezo.
«Al principio pensamos que era poca cosa, que lo apagarían rápido», recuerda Alfonso Floranes, cabeza de la familia, con la serenidad de quien ha aprendido a convivir con los sustos del monte. Pero aquel 13 de agosto no fue un día más. Los mensajes en el teléfono se volvieron alarmantes, la columna de humo se hizo visible y pronto supieron que el fuego avanzaba sin control. «Lo peor no eran las vacas, era no saber nada de los amigos que estaban allí arriba, intentando rescatarlas», señala.
Padre e hija subieron a toda prisa para poner a salvo al ganado. Las primeras horas fueron un laberinto de decisiones urgentes: mover las reses a un valle vecino, buscar ayuda entre otros ganaderos, improvisar refugios donde hubiera pasto. Pero el fuego cruzaba carreteras, saltaba ríos y no daba tregua. «Se suponía que estaban en lugar seguro, y de repente ya no lo estaban», resume el ganadero cántabro.
El rescate fue «contra reloj». Hubo animales cubiertos de ceniza, otros con heridas en las pezuñas y algunos que no lograron sobrevivir. Paula Floranes, la descendiente, todavía recuerda el impacto de aquella escena: «Cuando llegamos, lo que más nos preocupaba no eran las vacas, sino que faltaban siete amigos ganaderos. Hasta que no supimos que estaban bien, no pensamos en otra cosa». «Y después, mirar aquellos valles arrasados fue un golpe tremendo. No quedaba nada», suspira su padre.
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La familia Floranes ya había vivido otro incendio años atrás en Barruecos, pero entonces el fuego dio margen para reaccionar. Esta vez no hubo tiempo. «Estuvo demasiado cerca», reconoce Alfonso. «Si seguimos abandonando los montes, llenándose de maleza, cada veinte años veremos otra catástrofe como esta». El incendio ha dejado más de 8.000 hectáreas calcinadas en Portilla de la Reina, según datos de la Junta de Castilla y León. Un territorio casi irreconocible que tardará años en recuperar su fisonomía. «Ves la maleza seca, intuyes que puede pasar, pero nunca crees que te toque. Hasta que pasa», sigue.
Nuevo comienzo
Incapaces de regresar a casa con las reses en pleno verano, han encontrado una salida gracias a la Consejería de Desarrollo Rural del Gobierno de Cantabria. La finca pública La Jaya, en Guriezo, gestionada por la Asociación de la Vaca Monchina, estaba vacía y se ha convertido en refugio. Allí llegaron este pasado lunes las 44 vacas de los Floranes, agotadas pero vivas. Algunas todavía muestran heridas en las patas, pero pastan tranquilas y recuperan fuerzas. «Aquí están bien, tienen agua y pasto. Estamos muy agradecidos, desde el minuto cero no nos ha faltado nada», cuenta el padre con gratitud.
Ese alivio contrasta con la huella emocional que permanece. Alfonso lo explica sin rodeos: «Yo no fui capaz de volver a ver las vacas que estaban peor. No estaba preparado para eso». La dureza del campo se mezcla con la certeza de que esta forma de vida, pese a todo, merece la pena. Paula lo sabe: «No sé si es bueno o malo seguir sus pasos, ya lo veremos», dice con una sonrisa tímida, refiriéndose a su padre.
En su visita a Guriezo, la consejera María Jesús Susinos recordó que dieciocho ganaderos cántabros, con casi novecientos animales, se vieron afectados por los incendios en los puertos leoneses. Solo la familia Floranes solicitó acoger a sus reses en una finca pública. «Hemos puesto a su disposición no solo pastos, sino alimento y apoyo económico hasta que puedan regresar a casa», destacó.
Mientras tanto, las vacas charolesas siguen paseando por las praderas de La Jaya, sin saber que arrastran consigo una historia de supervivencia. Entre las cenizas de un verano devastador, la familia ha encontrado un motivo más para seguir defendiendo la vida en el campo.
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