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En noviembre de 2016, el expresidente de Uruguay José Mujica pasó tres días en Cantabria «que no olvidará en su vida». Así lo contaba entonces Miguel Ángel Revilla tras despedirle en el aeropuerto de Santander. Durante su visita, de carácter privado -y en la que el uruguayo costeó de su bolsillo los billetes de avión, el hotel y las comidas-, conoció Polaciones, Fuente Dé, Santillana del Mar, la cueva de El Soplao y Suances, y compartió un encuentro con alumnos de Bachillerato y ciclos superiores en el instituto de El Alisal, de Santander.
Con la humildad del hombre sabio que era, el arrojo del ser comprometido y la serenidad que le caracterizaba, Mujica ofreció una lección magistral a aquellos jóvenes, a quienes animó a no conformarse, a luchar contra lo que no les gusta y a tener «el coraje de vivir», lejos del dominio del consumismo. También les habló de política internacional y, ya entonces, se mostró crítico con la victoria de Donald Trump, aunque reconoció que su verdadera preocupación era «la gente que le sigue».
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Sin querer convencer, sino únicamente llamar a la reflexión, este humanista del siglo XXI alertó a los jóvenes de que «hasta cierto punto, el hombre puede trazar el rumbo de su vida. O nos dejamos llevar y el mercado nos gobierna y nos convertimos en pagadores de cuotas y debiendo, o compramos lo necesario y nos reservamos un margen para vivir».
El carismático político y su esposa, la senadora Lucía Topolansky, disfrutaron de la gastronomía cántabra y estuvieron también en la casa de los Revilla-Díaz, en El Astillero, donde compartieron un rato viendo la televisión. «He conocido a un hombre bueno con mayúsculas, y sabio, a un embajador de la paz», decía el presidente cántabro, a quien Mujica invitó entonces a su austera chacra a las afueras de Montevideo.
En aquel viaje a Cantabria, Mujica tenía 81 años y, como reconocía Revilla, «está bien, pero torpe». De la región se llevó anchoas y fotografías de vacas tudancas, una raza que despertó su curiosidad. Revilla recordaba, tras su marcha, que el expresidente sudamericano se había guardado dos latas de anchoas en el bolsillo del chaquetón y, al pasar por el escáner del aeropuerto -ese «cacharro», que diría el uruguayo-, aquello no dejaba de pitar.
-¿Pero qué llevas ahí?, le espetó Revilla, expectante.
Mujica, con cara de despistado, sacó entonces la hojalata del bolsillo y con aquella última imagen se quedó Revilla. «Gracias por habérnoslo traído», le decían al regionalista tras la visita a Cantabria de uno de los máximos referentes éticos del mundo.
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