Crecer mirando un cuadro
A propósito de la muestra que cierra el Año del pintor Agustín de Celis que, desde hoy y hasta enero de 2026, puede verse en la Casa de Cantabria en Madrid
Bárbara Celis
Martes, 2 de diciembre 2025, 07:44
Crecer con dos padres artistas es intenso. Pero es el precio a pagar por existir. Muchos artistas evitan tener hijos porque saben que han escogido ... un camino arriesgado en lo económico pero mi padre, el pintor cántabro Agustín de Celis y mi madre, la escultora italiana Miranda D'Amico, se atrevieron a tener no uno, sino dos hijos.
Crecer entre artistas significa ver peregrinar por casa gente extraña, personajes con ideas y aspecto diferente a los que veía en casa de mis amigos, cuyas familias eran, aparentemente, más normales que la mía. Pero ¿qué es la normalidad? Para mí significaba ir al estudio de mi padre y embadurnarme de azul tratando de pintar cuadros como los suyos, o ir al de mi madre e intentar convertir cualquier cosa en una escultura. Mi hermano y yo íbamos con ellos a ver todas las exposiciones que se inauguraban en Madrid, y aunque a menudo nos quejábamos, lo que vives de pequeño deja siempre un poso, y en nuestro caso, marcó nuestras carreras. Mis padres pasaban horas hablando de arte con sus amigos, a menudo de forma acalorada, porque los artistas son gente apasionada y no les importa mostrarlo. En aquellas salas de esa España de la transición, ellos charlaban, discutían, bebían y fumaban y nosotros vagabundeábamos entre obras de arte que se convirtieron en nuestra normalidad.
Vivíamos en Madrid pero viajábamos mucho a Santander a ver mi aya, que nos hacía croquetas y un bonito con tomate que aún recuerdo, como su tabaco, 1x2, que le sacaba a escondidas de su bolso. A menudo íbamos por temas profesionales de mi padre. Y fue así como Santander se convirtió en una parada crítica para mi vida y mi futuro, cuando un verano de 1993, siendo universitaria, pasé un verano de becaria en El Diario Montañés.
Mi llegada al periódico coincidió precisamente con una de sus exposiciones así que le hice una entrevista y con gran desparpajo me planté con ella en la sección de cultura. «Si no te gusta la tiras pero, si se puede publicar ¿me dejáis escribir en la sección?». Me miraron mal pero les gustó. Así me estrené como periodista, con una entrevista a Agustín de Celis. Fue el primero de los muchos creadores a los que entrevisté aquel verano para este periódico y después para El País. Y esa primera experiencia marcó a fuego mi vida profesional: el periodismo cultural se convirtió en mi forma de vida durante casi dos décadas. (Mi hermano se hizo arquitecto)
La celebración del homenaje Año Agustín de Celis que ahora se cierra en Madrid es emotiva en lo personal pero además me ha hecho reflexionar sobre lo importante que es cuidar de nuestros artistas, gente inquieta, curiosa, que busca como él respuestas entre sus lienzos, o entre palabras, los escritores, o entre sonidos, los músicos. La edad no les hace perder la motivación, al contrario, les mantiene más vivos que a muchos jóvenes anestesiados por sus limitados mundos de redes sociales. Y sin embargo, a menudo nos olvidamos de los artistas, entran y salen de las modas, como si fueran una chaqueta de temporada, algo tremendamente injusto porque su pulsión creativa con sus ideas, preguntas y estímulos son oxígeno para sobrevivir en un mundo cada vez más distópico. Al proponernos universos propios alejados de nuestras realidades nos obligan a pensar, nos hacen mejores personas, y contribuyen a que el mundo sea un lugar más amable y más bello. El arte y los artistas son un regalo que requiere atención. Por eso quiero darle las gracias a todos ellos y en especial a dos. Mis padres.
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