María Belmonte
La autora de 'El murmullo del agua', historiadora y traductora, que explora el mundo a través de una cartografía de viajes y palabras, protagoniza la tribuna de los Martes Literarios
En el Penedés, donde vive, la ola de calor que impedía salir a la calle, dormir o hacer vida normal, ha hecho que las nubes ... le parezcan a María Belmonte (Bilbao, 1953) «una maravilla». En ese gesto de valorar los pequeños detalles tiene un gran reflejo suescritura. Historiadora, arqueóloga y traductora, ultima el que será ya su quinto libro y sobre toda su obra hablará en la próxima sesión de los Martes Literarios (19.00 horas) en el Paraninfo de la Magdalena.
-Viajes, caminos, descubrimientos... El movimiento constante está muy presente en su creación literaria.
-Me gustaría que fuera más constante incluso, pero sí. Sobre todo me gusta viajar para escribir. Siempre procuro que haya lugares que me planteen una curiosidad tremenda para ir a conocerlos. Es un incentivo muy grande para mí. Así ha sido viajar por Grecia, que es un país que adoro, por Italia o por senderos del mar que recorren la costa vasca. Sí, hay movimiento, viaje y conectar cosas, vivirlas, para luego plasmarlas en un libro.
-¿Viaja a esos lugares para escribir sobre ellos o escribe sobre lugares que se encuentra y le sorprenden?
-Empiezo un libro, van surgiendo personajes y eso es lo que me impulsa a y viajar, quizá más que al contrario. Aunque en el último libro, 'El murmullo del agua', hay un capítulo en el que hablo del Lago Como, y un lugar sobre el que sabía que tenía que escribir: la Fuente Pliniana, una fuente muy misteriosa que mana de la montaña y se detiene tres veces al día, sin que nadie sepa por qué. Ahí estuvo Leonardo Da Vinci investigando o los Plinio, el Joven y el Viejo. Fui a ver esa maravilla para poder escribir sobre ella.
-En sus relatos hay lugares míticos en la historia y otros como la fuente en la que jugaba en su infancia.
-Sí, siempre. En el tipo de libros que yo hago de repente estás escribiendo sobre cualquier tema y hay algo que te sucedió que encaja en uno de los apartados. Así salen pues el parque de Bilbao en el que yo jugaba de pequeña, o lugares donde pasé la adolescencia como el País Vasco francés.
-Por tanto, ¿seguir estas rutas que plantea es en cierto modo conocerla a usted también?
-Un poco sí. Hay gente que ha hecho la ruta de la costa a pie y me escriben, me cuentan y me hace mucha ilusión. En la Feria del Libro de Madrid se acercó un chico para decirme: «Por ti me voy ahora al Monte Atos en Grecia, porque te he leído», un lugar que describo en en el libro en 'En Tierra de Dioniso', al que no tenemos acceso las mujeres porque es un monasterio masculino de clausura. Me hace muchísima ilusión ese contacto con los lectores. Es de lo más gratificante, porque escribir es una labor muy solitaria, pero si luego ves que en cierto modo ha tenido resonancia, pues es el mayor regalo que puedes tener y lo que te impulsa a seguir escribiendo también.
-En ese sentido, ¿que representan encuentros como el que tendrá en los Martes Literarios?
-Es una experiencia que siempre me resulta absolutamente maravillosa y siento una gratitud inmensa. Hace poco más de un año estuve en Gil presentando el último libro y me acuerdo que estaba abarrotada la librería. Te das cuenta de que tú no controlas quién te lee, pero vas descubriendo gente de la infancia, de la adolescencia, incluso compañeras del colegio que te vienen a saludar tras leerte. Es una experiencia muy entrañable y el martes será algo muy parecido.
-Yendo al inicio; usted es traductora. ¿Qué le lleva en un momento dado a pasar de trabajar con palabras ajenas a decidir contar el mundo con las suyas propias?
-Yo me había pasado toda mi vida traduciendo, más que literatura, hacía traducción técnica, que lo mismo puede ser el manual de funcionamiento de un camión, traducción legal o económica, pero también hacía traducción literaria, libros de otros autores. En 2008 con la tremenda crisis económica me quedé casi sin trabajo, porque empresas y revistas cerraron. Tenía mucho tiempo libre y bastante angustia, así que decidí sacar todos esos cuadernos de notas que tenía desde hacía muchísimos años, con los que decía: bueno, algún día escribiré. Era un sueño que me ayudaba a seguir viviendo, pero no lo veía factible hasta ese momento
-Y ahora está viviendo un sueño, como quien dice.
-Pues sí, todavía lo vivo como un sueño, porque es un cambio de vida que ocurrió cuando tenía 49 años. Lo estoy disfrutando quizá incluso más por eso. La labor de un traductor es muy solitaria, la del escritor también, pero el escritor luego vive la fase de presentar su libro y he ido a muchísimos sitios. A Estambul, a Cuba... Cosas que yo no me hubiera imaginado jamás y que disfruto muchísimo.
-Entre sus lecturas menciona por ejemplo a Nan Shepherd, autora de «La montaña viviente», ¿es lectora de este tipo de libros que llevan a otros destinos geográficos y vitales?
-Sí, he sido lectora voraz desde joven de literatura de viajes que tuvo un boom en los 70 con autores como Bruce Chatwin, por ejemplo, que con su libro 'Patagonia' creó escuela. Me los devoraba todos porque permitían llegar a lugares que yo nunca había estado y que seguramente tampoco estaré nunca. Con Chatwin recorrí Borneo, Australia, Nueva Zelanda. Ahora ya con el turismo de masas, las cosas han cambiado mucho.
-En un mundo donde todo es accesible, ¿qué papel tiene hoy esa literatura de viajes?
-Es muy difícil escribir literatura de viajes en este momento. Antes un viajero aventurero iba a un sitio muy lejano y lo contaba. Ahora todo el mundo va a todas partes. Y con las redes sociales, cualquier persona que tenga una cuenta en Instagram, va contando su viaje en directo cada día. Ya no es que sea otra forma de narrar el viaje; es narrarlo instantáneamente cada día con fotografías, más que transformarlo en un libro. Coexiste. Mis viajes son más cercanos.
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