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«Hay un exceso de sensibilidad, un gusto por sentirse ofendido»
'El linchamiento digital'

«Hay un exceso de sensibilidad, un gusto por sentirse ofendido»

#ElAlgoritmoTóxico ·

Daniel Gascón, editor de 'Letras Libres' España, presenta este mes su libro 'El golpe posmoderno' (Debate, 2018) centrado en los frentes y debates abiertos por el 'procés' en Cataluña

Mada Martínez

Santander

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Lunes, 23 de abril 2018, 19:40

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Traductor, escritor y al frente de la edición española de la revista 'Letras Libres', Daniel Gascón está a punto de presentar su último libro, 'El golpe posmoderno' (Debate, 2018), centrado, en gran medida, en el 'procés' catalán y en todos los interrogantes que esta situación ha lanzado bien alto para iluminar la agenda política y los debates a pie de calle. Sobre esto y sobre las amenazas a la libertad de expresión habla aquí.

–En 'El golpe posmoderno' hace esta reflexión: «El separatismo viene del pasado, y nos ha puesto frente a cosas que ya no creíamos que fueran a suceder: la discusión por las fronteras, el conflicto étnico, la posibilidad real de violencia. Pero quizá también anuncia el futuro». ¿Estos asuntos vertebrarán nuestro futuro inmediato?

–Muchos de sus elementos nos llevan a cuestiones que creíamos superadas, pero con una especie de actualización: la piel nueva para la vieja ceremonia, como decía Leonard Cohen. Hay otros aspectos −la sentimentalización, la reducción de la democracia al plebiscito, la manipulación informativa apoyada en las redes, la polarización y una forma más o menos maquillada de supremacismo− que guardan parecidos con otras tendencias iliberales que parecen crecer. La tergiversación recuerda a Brexit. El populismo fracasó en España a nivel nacional, pero en el independentismo hay claros elementos populistas.

–¿De qué modo y cuánto han influido en este 'golpe posmoderno' las redes sociales?

–Han sido muy importantes. No creo que esto se hubiera producido del mismo modo sin ellas. Pensábamos que las redes sociales enriquecerían el debate, y que si todos hablábamos y teníamos información llegaríamos a un acuerdo: en cierta manera, un viejo sueño de la Ilustración. Ahora el discurso es diferente. Ha cambiado la velocidad pero las redes sociales se parecen mucho a nosotros: la vida digital se parece bastante a la analógica. En el caso del procés (con excepciones) hemos visto su capacidad de movilización a través de las redes sociales, la circulación de noticias falsas o distorsionadas, la tendencia a enfrentarnos a la peor versión de tu adversario: no discutes contra el mejor argumento, sino contra la caricatura de la posición contraria. Y al mismo tiempo sueles estar más expuesto a la visión más extrema de tus adversarios que a la de quienes están en tu bando.

–También indica en su libro que «A lo largo del 'procés' se ha hablado mucho de la batalla por el relato». ¿De qué modo han contribuido los medios a ese relato? ¿Qué han de aportar los medios al relato de situaciones como esta?

–Ha habido un gran debate. Ha habido medios, públicos o poderosamente subvencionados, que han tomado partido por el independentismo. Entre medios contrarios a la secesión la toma de posición también ha sido clara. Pero creo que el independentismo, que se equivocó al optar por la vía unilateral e ilegal, llevó ventaja, y logró imponer algunos de sus marcos a sus adversarios (pensemos, por ejemplo, en la palabra «unionista», que presenta las dos opciones como si fueran equivalentes y que tiene connotaciones «importadas» de otros conflictos). Yo creo que los medios, en primer lugar, deben ser el espacio de la verdad fáctica: contrastar los datos, no publicar falsedades, desmontar la propaganda. Y luego también un espacio, diferenciado, de análisis. Un medio público, además, debe aspirar a una cierta pluralidad. A mi juicio uno privado también, pero es cuestión de gustos; uno público tiene un componente de representatividad.

–La edición española de 'Letras libres' acaba de cumplir 200 números. ¿Cuáles son los puntos fuertes de esta publicación sobre crítica y creación?

–En parte su naturaleza híbrida. Trata de política, pero más desde la reflexión que desde la actualidad pura. Intenta comunicar la creación literaria con el pensamiento político y pretende ser un puente entre España (y Europa) y América Latina. Estamos atentos a autores y debates en otras lenguas: la revista es desacomplejadamente cosmopolita. Me gusta que haya escritores jóvenes y autores consagrados, intelectuales clásicos y politólogos, la velocidad de la revista en papel y la velocidad más rápida de la web, letraslibres.com. Y luego también la preocupación por ciertos temas: el pluralismo, el liberalismo y su autocrítica, los problemas de la identidad, una preocupación que se va renovando con nuevas perspectivas. Y, sobre todo, muy buenos textos y colaboradores.

–¿Qué papel juegan o han de jugar los intelectuales contemporáneos en la opinión pública, en la conformación de ciudadanos críticos?

–Los intelectuales son como la mafia, solo matan a los suyos, decía Woody Allen. Diría que los intelectuales en general tienen menos influencia que en otras épocas, por la fragmentación de las audiencias, por el descrédito de la autoridad, por sus propios y abundantes deméritos y frivolidades, por la especialización. Tiene inconvenientes y ventajas; la visibilidad excesiva de los intelectuales no suele ser señal de buena salud democrática. Por otra parte, sí creo que es necesario un debate previo, que hay cuestiones anteriores que luego podemos decidir con una política concreta u otra. En el caso de Cataluña, hemos visto algo curioso en una democracia liberal: la adhesión acrítica de numerosos intelectuales a la posición de la Generalitat, algo que ha contado Jordi Amat, o la complacencia acobardada o cínica de algunos. Pero también en la crítica al independentismo ha habido intelectuales, muchos de ellos han realizado aportaciones muy importantes.

–¿Cree que deberían de regularse las llamadas 'fake news', como quiere hacer el Gobierno francés y como ha insinuado en España el PP? ¿Qué supondría esto para la libertad de expresión y el periodismo?

–No lo tengo claro. Por un lado, me parece que la regulación debe cambiar con las nuevas tecnologías. Esto ha sucedido muchas veces en la historia: la ley va por detrás, y a veces quienes tienen la legitimidad para legislar no comprenden bien un terreno cambiante y en expansión. Me parece que la principal batalla es contar bien las cosas, ser riguroso. Creo que cuando hay una difamación o una actividad de un país extranjero que intenta interferir es otra cosa, y que la respuesta debe ser distinta. Pero me parece que lo que hacen las fake news es sobre todo crear un ambiente de incertidumbre. No una verdad, sino muchas verdades: un relativismo paradójicamente absoluto, donde parece que todos mienten y donde podemos acabar diciendo que es fake news todo lo que no nos gusta. A riesgo de parecer ingenuo, soy más partidario de las armas de siempre: hacer las cosas mejor, ser crítico y autocrítico, ganarse la credibilidad.

–¿Que amenaza, hoy en día, la libertad de expresión en España?

–Hay un exceso de sensibilidad, un gusto por sentirnos ofendidos. Durante mucho tiempo, esto era patrimonio de la derecha y la iglesia. Y lo sigue siendo, pero ahora también lo hace la izquierda. En vez de no prestar atención a quien dice algo que nos parece inadecuado, pretendemos que no lo diga. Defendemos al transgresor de nuestro bando, pero queremos que calle el del contrario. Yo ahí soy partidario de una cierta indiferencia. Luego, no tiene mucho sentido castigar a gente por decir idioteces, por insensibles o repugnantes que sean, y emplear contra ellos una legislación pensada para un contexto diferente. Eso desde el Estado. Por otro lado, la debilidad del periodismo también socava su libertad: de los medios como empresas y de los periodistas como trabajadores precarios. Finalmente, oponerse a ideologías como el nacionalismo ha tenido un coste social e intelectual grande también.

–¿Por qué quiso y quiere ser periodista?

–Porque me gusta ver y me gusta mirar. Y, mientras exista, ya que el modelo de negocio del periodismo en castellano es incomprensible, es uno de esos trabajos donde cobras por aprender.

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