Nuevas perspectivasde la tragedia
La Machina, a las órdenes de Iñaki Rikarte, autor también de la adaptación, pone el acento en la desesperación de una Medea más humana
Velada de lujo el miércoles en el FIS, con el estreno de la adaptación de 'Medea' a cargo de Iñaki Rikarte para la compañía La ... Machina. Más que una versión, Rikarte propuso una actualización que volviese la obra más accesible para el público actual, pero respetando escrupulosamente su esencia, su tempo y su canon clásico.
Y es que la primera sorpresa sería la presencia en primera fila de una butaca donde se instaló, justo antes de empezar, el particular 'coro' de la obra, en este caso una joven en cuya espalda podía leerse 'Mujer de Corinto'. La escenografía, en cambio, no sería tan minimalista, sino más bien entregada a un simbolismo casi valleinclanesco: sobre un escenario ligeramente inclinado, que caía hacia el patio de butacas, se representaba un dormitorio que parecía un campo de batalla: la cama deshecha, también inclinada, los cuadros torcidos, el descalzador patas arriba… Allí, más que sollozar, Medea se retorcía entre los terribles sufrimientos del desengaño amoroso; enseguida su esclava –una Elena Martinaya que progresaría de la inquietud a la desolación, personificando a la perfección el espíritu trágico– nos pondrá en antecedentes de la traición imperdonable de Jasón, que ha abandonado a su mujer y sus dos hijos para casarse con la princesa de Corinto.
Claro que lo que podría quedarse en un revés pronto va a adquirir proporciones mitológicas, en cuanto la despechada Medea desvela la cruel venganza que planea. Y no vamos a hacer más 'spoilers', sobre todo porque el final ya se lo sabe todo el mundo desde hace más de dos mil años.
Por supuesto, cuesta entender a Medea desde una perspectiva no ya posmoderna, sino incluso contemporánea. Cierto que la venganza es atemporal y universal, pero la vida y la mentalidad han cambiado demasiado desde los tiempos de Eurípides. Y ahí precisamente radica el mérito de Rikarte, que desbroza –hasta donde puede, lógicamente– del texto original los sesgos y prejuicios de la época, y se aleja de erráticas perspectivas de género para centrarse en el drama y el dilema personal de la protagonista.
Cierto que es imposible huir del destino, al menos sin alterar esencialmente la obra original y, sobre todo, el género clásico, pero sí que el dramaturgo consigue poner el acento en la desesperación y el proceso interno que experimenta Medea, lo que nos permite contemplar la escena desde una perspectiva más humana, por mucho que el horror termine siendo inevitable.
A ello contribuye, cómo no, una actuación magnífica de Patricia Cercas, que logra despertar tanta empatía por su sufrimiento como dolor y rechazo cuando en su mente va creciendo el mal. Llena de matices y sublime sobre todo en dos momentos: cuando maquina su venganza y cuando disfruta del dolor ajeno. Brillantísima.
Eso sí, menos mal que los espectadores de Santander pudimos escuchar hace un mes al Brujo explicándonos bien esta obra, que según él se representa cada año en Mérida «sin que nadie entienda nada». Porque, como en la antigüedad todo el mundo conocía al dedillo las andanzas de Jasón y Medea, no hacía falta poner al respetable en antecedentes, y la obra arranca en un punto crítico, ya consumado el abandono. El Brujo lo resumía muy bien: «Jasón era corto, corto». Miguel Meca, que lo representaba, encarnó maravillosamente a este arribista con doble moral y don de lenguas, que sin embargo acaba sucumbiendo ante Medea, vencido con sus propias armas.
Tras poco más de una hora, el público se puso en pie para ovacionar al elenco y al equipo técnico, en una sala Pereda abarrotada, en cuyo techo el fabuloso mural de inspiración griega de José Ramón Sánchez cobró más sentido que nunca.
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