Leonora Carrington en Santander
Se cumplen diez años de la muerte de la pintora surrealista y autora de 'Memorias de abajo', un conmovedor relato acerca de la reclusión, escrito por una mujer inteligente, una rebelde
RAFAEL MANRIQUE
Santander
Martes, 25 de mayo 2021, 08:04
El ingreso en el año 1941 de Leonora Carrington en el sanatorio psiquiátrico del doctor Morales en Santander, en las circunstancias en las que se ... produjo, no fue justo, ni necesario ni eficaz. Supuso un golpe terrible en su vida, ya para entonces bastante difícil, pero quién sabe si le convirtió en una artista más poderosa. En España, la guerra civil estaba recién acabada. El país no estaría mucho mejor que la mente de Leonora. La psiquiatría aún estaba muy poco desarrollada pero también es verdad que, por ejemplo, el doctor Freud había muerto tan solo dos años antes y ya existía el doctor Charcot y la clínica Salpêtrière de París. Lo que se hizo con Leonora no era lo único que se podía hacer por ella. Fue un castigo, una imposición, una crueldad destinada a doblegar a un ser humano original, salvaje y bastante alterado. Había otra manera de actuar que no fuera amarrarla, tenerla desnuda y darle en ocasiones (al parecer no muchas) dosis de Cardiazol, un producto que provocaba crisis convulsivas de naturaleza química y que posteriormente fue prohibido. No en vano eran tratamientos desarrollados en una Alemania, dominada por los nazis. Los antipsicóticos aún no existían. Pero eso no era todo lo alemán respecto a la psiquiatría. Los grandes teóricos de la especialidad como Kraepelin, Jaspers o Bleuler, cuyas ideas aún están vigentes, eran centroeuropeos de lengua y cultura alemanas.
Para la psiquiatría del doctor Morales un loco era una persona antisistema. Había que protegerla de sí misma y había que proteger a la sociedad. Por las buenas o por las malas. Para el doctor Freud la locura era un conflicto grandioso entre la razón y las pasiones desatadas desde el mundo inconsciente que era necesario comprender. Sin duda ella fue una víctima pero también es cierto que, por lo que sabemos, la situación de Leonora con alucinaciones, delirios y severas alteraciones de ánimo y de conducta, era grave. Los datos que se tienen del tiempo de su ingreso son dramáticos. Cree que los dos doctores Morales son Dios y Jesucristo y ella misma el Espíritu Santo. Es una época en la que sus delirios paranoicos y alucinaciones son poderosos y muy angustiosos. Llegan incluso a paralizarla físicamente. Su trastorno, como suele ser lógico en lo que se denominaba psicosis cicloide, se alternaba con estados de total lucidez. Sabemos que había tenido problemas mentales y de relación desde niña. Creció en una familia adinerada de empresarios. Su padre, un autoritario fanático, nunca aceptó la personalidad rebelde ni la vocación artística de su hija. Eso le supuso continuos conflictos, exclusiones y amenazas que tiñeron toda su existencia.
Con veinte años conoce al pintor Max Ernst que la introduce en el mundo artístico y social de los surrealistas. Cuando más adelante detienen a Ernst ella se desequilibra gravemente en el intento por conseguir su libertad. En ese momento viaja a España donde le han informado que puede obtener salvoconductos para liberar a Ernst y viajar a América. Como señalaba Elena Poniatowska: «Cómo si no podría reaccionar alguien que de pronto ve que los gendarmes se presentan y se llevan a su amor alegando razones de religión, de raza o de ideología». Aislada en Madrid, deambulando alterada por las calles tiene la desgracia de tropezar con un grupo de soldados que la violan. Cae en la locura. Su padre, contacta con la clínica del Doctor Morales que tenía fama en los medios médicos alemanes para conseguir el ingreso involuntario de su hija en lo que fue prácticamente un secuestro. 'Memorias de abajo', es el libro que ella escribió relatando esa estancia. Durante mucho tiempo la gente de Santander recordaba los gritos de Leonora reclamando su libertad, lo que hacía que el encierro fuera aún más severo. En su ingreso insultó, amenazó y protestó ante el Doctor Morales al que llegó a arañar. Cuenta en sus memorias: «Me enteré que había entrado en el establecimiento luchando como una tigresa». Una época en la que ingresar a alguien en contra de su voluntad era bastante fácil si se tenía poder y dinero. Si además se era una mujer que se definía como artista, como libre, como rebelde y que, en ocasiones, estaba bastante trastornada pues aún más.
«Fue un castigo, una imposición, una crueldad destinada a doblegar a un ser humano original, salvaje y bastante alterado»
Consigue salir del sanatorio, huye a Lisboa y desde allí a México donde vivió gran parte de su vida, donde desarrolló una importante y exitosa carrera y donde murió ahora hace diez años. Hoy Leonora Carrington es una artista reconocida. Merece la pena saber algo de las circunstancias de su estancia en Santander y la influencia que tuvo en su vida y en su obra. Conmociona el sufrimiento personal y la dura experiencia vital que la acompañó gran parte de su existencia. Impresiona su fuerza, su resistencia, su determinación por ser una mujer no sumisa.
No es que tengamos que adscribirla a una corriente específica de pensamiento feminista pero sin duda una parte de su sufrimiento fue por querer ser una artista, no una musa que, como ella decía, serviría de inspiración y compañía a los artistas varones. Esa posición era muy común en la época de las vanguardias y en el surrealismo. Puede que estuviera loca en muchos momentos, pero tonta o acrítica, no era.
Hay locuras que vienen de dentro de uno. Otras las produce el mundo y sus circunstancias. Algunas veces las generan el uso de sustancias psicoactivas. Con más frecuencia hay un poco de todo en cada una de esas situaciones. Es el caso de Leonora Carrington. Este aniversario puede ser un buen momento para reflexionar sobre la naturaleza del arte, la desobediencia, la sumisión, la psiquiatría como forma de represión, pero también como un intento de ayuda en situaciones muy difíciles, aunque a veces resulte desgraciado.
La experiencia del sanatorio santanderino afectó a Leonora para siempre según cuenta en su libro y en entrevistas y textos posteriores. Su interés por el surrealismo viene mediado por la relación con Ernst, por sus gustos artísticos, por su propia experiencia de alteraciones psicológicas y también por la estancia en la clínica.
El surrealismo, el contacto con el mundo inconsciente, si no es vivido como un lujo cultural e intelectual un tanto diletante, es siempre peligroso. Supone asomarse a los abismos de la mente. Sin red. Las profundidades desconocidas de la mente humana no son fáciles de dominar. En México, más estable y equilibrada, pudo pintar como quería. Desarrolló un estilo quizá más simbólico y onírico que surrealista, sin que se puedan hacer distinciones nítidas en estos terrenos de la mente y el inconsciente. En todo caso, su compleja y atormentada biografía hizo de ella una pintora muy personal y existencial, no tan intelectual como otros artistas que adscribimos a esa corriente. El libro mencionado, 'Memorias de abajo', no trata tanto de la locura o del surrealismo sino que constituye un conmovedor relato acerca de la reclusión, la violencia y el abandono, escrito por una mujer inteligente, una artista, una rebelde que en algunos momentos de su existencia vivió en el otro lado de la realidad.
«Mis ojos son fuertes y están acostumbrados a todas las luces y a todas las oscuridades».
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