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La primera película al óleo de la historia

65.000 fotogramas pintados a mano por 125 artistas han hecho posible el milagro: 'Loving Vincent', que se estrena el próximo viernes, retrata los últimos días de Van Gogh

BRUNO PARDO

Martes, 9 de enero 2018, 08:09

Hay proyectos que te atrapan, te cogen por el cuello y exigen todo de ti: tu alma, tu vida, tu tiempo. Suelen ser empresas faraónicas que albergan un cierto poso de locura. En este caso, la intrépida cineasta polaca Dorota Kobiela se preguntó un día si era posible hacer una película al óleo para homenajear a su querido Vincent Van Gogh.

Ahí empezó la historia de una obra imposible que necesitó de siete años de dedicación exclusiva y más de 65.000 fotogramas pintados a mano para realizarse. Entre medias, reescrituras de guion, problemas técnicos y una lucha constante por convencer al mundo de que el cine también se podía pintar. El tesón de la empresa, en efecto, recuerda al de ese holandés que agarró el pincel demasiado tarde y que en poco más de una década se convirtió en uno de los artistas más influyentes de la historia. Todo eso está en 'Loving Vincent', el primer filme al óleo de la historia, que se estrena en España el próximo viernes, día 12.

Kobiela trató de pintar toda la película por sí misma, pues en principio «tan solo» quería hacer su particular homenaje al pintor, una pequeña animación de apenas unos minutos. Pero el proyecto empezó a crecer y su compinche Hugh Welchman, que firma con ella la dirección y el guion de la obra, la convenció de que aquello debía ser un largometraje.

La titánica tarea del cine de animación: del ‘stop motion’ a la pintura sobre el celuloide

Pintar a mano 65.000 lienzos de 103 por 60 centímetros debe ser el método cinematográfico más lento jamás ideado. A su lado, el ‘stop motion’ o animación de marionetas fotograma a fotograma es un dechado de rapidez. La titánica tarea de Dorota Kobiela y Hugh Welchman da como resultado la que presume de ser la primera película al óleo de la historia del cine. Remite a la añeja técnica del pintado sobre el celuloide, que se utilizó durante los años cincuenta en el cine experimental y de la que también se sirvieron algunos filmes expresionistas. Sin ir más lejos, a finales de los 60 el artista donostiarra José Antonio Sistiaga empleó dieciocho meses en ‘... ere erera baleibu izik subua aruaren...’, una película de 35 milímetros pintada a mano fotograma a fotograma a lo largo de sus 75 minutos y que se puede ver en el Reina Sofía.

En realidad, ‘Loving Vincent’ poco tiene que ver con el llamado cine sin cámara, una técnica muy barata que se puede realizar reciclando película desechada, sin equipo cinematográfico, ni laboratorio, y que ofrece unos colores mucho más vivos que los de los sistemas cinematográficos convencionales. El pintado sobre el celuloide se inventó mucho antes que el Technicolor y permite que el artista pueda trabajar en todo el proceso de producción de la película, por lo que fue una técnica muy apreciada entre las vanguardias.

Esta nueva aproximación a Van Gogh, que ganó el Premio del Público en el Festival de Annecy, el más reputado en cine de animación, se sirve de una ingente cantidad de lienzos como punto de partida, pero después se han utilizado cromas en estudios de Inglaterra y Polonia, así como sofisticadas técnicas de animación por ordenador. Sus siete años de producción son pocos comparado con los trece que empleó la animadora estadounidense Christiane Cegavske en ‘Blood Tea and Red String’, un cuento protagonizado por alimañas que habitan en el interior de una encina y que custodian la figura de una mujer.Lejos de arrepentirse de la empresa, la directora anuncia una segunda parte de esta trilogía para 2022.

Así, comenzaron el proceso de escritura, que se alargó más de lo esperado. «Escribí muchas historias: algunas basadas en su vida, otras partiendo de cuadros concretos, historias de su época en Holanda y de cuando vivió en los barrios bohemios de París. Pero el primer guion real que surgió se centraba en los últimos días de su vida», explica la cineasta.

Terminaron articulando una narración basada en el 'flashback', en la que el hijo del cartero de Van Gogh, un joven que lo consideraba un loco con pincel, se ve obligado a recorrer los pasos finales del artista para entregarle su última misiva a su psiquiatra, el doctor Paul Gachet.

Lo verdaderamente complicado era convertir el libreto en trazos vivientes. Para ello, tuvieron que rodar la película con personas reales y, posteriormente, pintar cada uno de los fotogramas a mano, un proceso en el que involucraron a 125 artistas de todo el mundo que juntaron en los Estudios Loving Vincent de Polonia y Grecia. «No fue fácil encontrar colaboradores, la mayoría de los especialistas eran muy cautos para arriesgarse a formar parte de algo tan novedoso. Afortunadamente, encontramos a gente valiente que creía en nosotros», apunta Welchman.

Antes y durante el rodaje con los actores, el equipo de diseño estuvo un año imaginando las escenas y los encuadres en los que representar la estética del artista. El proceso de retratar al óleo a los protagonistas tampoco fue sencillo: los pintores tenían que integrar el trazo característico del holandés y, a la vez, detallar lo suficiente los rostros para que estos no perdieran su expresividad en la animación. Después, otro reto: adaptar los diferentes tamaños de los lienzos de Van Gogh a un estándar de 103x60 cm, una medida exigida para adaptarse al formato más cuadrado de lo habitual que eligieron para el filme. Se tardó hasta diez días en realizar un solo segundo del metraje y fueron necesarias 377 pinturas que se animaron a través de la tradicional técnica de la repetición con leves variaciones.

A lo largo de la película aparecen representados de forma fiel 94 cuadros del genio y se hacen referencias a detalles, como sus funestos cuervos, de otra treintena de obras.

El misterio de su muerte

La mayoría pertenecen a su última etapa, en la que desarrolló su estilo más maduro y en la que retrató al doctor Gachet, al cartero Roulin y otros personajes que aparecen en el filme. Su característico color, una gran preocupación para los creadores, se respeta en las escenas del tiempo presente, pero se torna en blanco y negro en los saltos temporales al pasado, en los que se muestran escenas que Van Gogh nunca llegó a pintar. «Pensamos que el color sería demasiado intenso a lo largo de 90 minutos. Y no queríamos introducir cuadros de Van Gogh que realmente no existían», explica Kobiela.

En su trama, la película se adentra en el misterio que rodea la muerte de Van Gogh. De hecho, su guion se vertebra como una suerte de investigación en la que el protagonista se empeña en descubrir si realmente el pintor se suicidó o no, al tiempo que se adentra en su personalidad y descubre todos sus matices, difuminando poco a poco la imagen de chiflado que de él tenía. Pregunta, piensa, y a través de sus ojos bailamos entre la repudia y la hagiografía, hasta que comprenden el brillo de sus estrellas , que abren y cierran la obra.

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