Una mudanza eterna
Juan Domingo Aguilar toma, en 'Un mal de familia, la historia de un personaje poético como marco en el que desarrollar su pensamiento y expresar sus sentimientos
Q uizá no ha habido otra época, al menos reciente, con tanta heterogeneidad estética como la que se da actualmente en el panorama poético español, principalmente entre las generaciones más jóvenes. La convivencia entre ellas es, por fortuna, pacífica. Se han dejado atrás caducas rencillas que alimentaron en décadas pasadas una polarización en muchos casos artificial, pues no eran, en esencia, muy distintos los principios que defendían unas y otras, aunque su formulación fuera, esta sí, diametralmente opuesta. Al final, como se puede comprobar en no pocos casos, los representantes más alabados de las respectivas tendencias han ido modificando sus posturas más recalcitrantes y han acabado asumiendo presupuestos estéticos de los supuestos antagonistas. No es necesario dar nombres, estoy seguro de que el buen lector de poesía los tiene en su mente.
'Un mal de familia'
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Autor Juan Domingo Aguilar
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Editorial Hiperión
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Páginas 80
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Precio 12,95 euros
Una de las corrientes que gozó de más fortuna en las décadas de los ochenta y noventa fue, sin duda, la llamada poesía de la ... experiencia, que no tardó, sin embargo, en ser estigmatizada por sus críticos, muchos de los cuales presagiaron su desaparición, algo, que a la vista está, no ha sucedido, pues actualmente no deja de ser una de las corrientes preferidas por muchos de los poetas más jóvenes. Este es el caso de Juan Domingo Aguilar (Jaén, 1993), un poeta que se dio a conocer con un estupendo libro, 'La chica de amarillo', en el que constataba sin matices su adscripción sin reparos a la estética experiencial, una adscripción que ha continuado con sus siguientes entregas y que viene ahora refrendada por 'Un mal de familia', libro con el que ha obtenido el ya longevo Premio Villa de Martorell en su cuadragésima novena convocatoria. Fiel a una de las máximas de dicha corriente, la poesía de Juan Domingo Aguilar es una poesía comprensible, escrita con un lenguaje pulcro, cuidado, pero exento de términos grandilocuentes, siguiendo el consejo de Luis García Montero, cuando escribe que, «para el poeta que acepta la realidad con intención de interpretarla, el dialecto poético no puede separarse de la lengua normal; por el contrario, tiene que partir de ella, blandirla creativamente, ofreciendo una visión personalizada, que no reduzca la lírica al simple comercio con un material lingüístico lujoso». Esa visión personalizada es la que podemos leer en este libro, divido en tres secciones entrelazadas temáticamente. Aguilar toma la historia de un personaje poético, con el que, presumimos, mantiene alguna relación biográfica, como marco en el que desarrollar su pensamiento y expresar sus sentimientos. Los acontecimientos que narra este personaje son, si no triviales, si comunes en la vida de cualquier ser humano, pero el poeta añade a la descripción de la anécdota una profunda reflexión existencial que se adivina ya desde el primer poema, 'La piscina', que finaliza con estos versos: «… preguntándome si mi vida / se resume en esto si puede / que mi vida hoy también / sea solo esto: / una pequeña piscina / donde me miro y compruebo / a cada instante / si todavía hago pie». El autor se adentra en el territorio de la memoria en busca de respuestas, rastrea hechos biográficos a través de sus recuerdos, a través de personas de su entorno familiar, padre, madre, abuelo, pese a que, como expresa en estos versos, recordar es «correr en sentido contrario / a la marcha de un tren recordar / es nadar en sentido contrario / al cauce de un río / recordar es decir aquí / y pensar allí, / y pensar en allí, / decir amor mío / aunque ya signifique / corazón de otro».
Las experiencias vividas en un viaje a Ecuador ocupan la segunda sección. No oculta Juan Domingo Aguilar su admiración por el país, pero tampoco elude subrayar sus contradicciones: «En este país aman la naturaleza / pero El Bosque más conocido / es un centro comercial en este país / las casas tienen forma de maleta / y lo único que siempre tiene descuento / al margen de la temporada son las despedidas / en este país no miento / el Cielo es una marca de agua embotellada / y el suspiro un himno nacional». En todo caso, resulta obvio que su mirada no es la de un turista accidental, sino la de alguien que utiliza los contrastes para interrogar al yo que observa. No encontramos aquí una versión idealizada de la propia identidad, antes al contrario, se muestra un tanto desconcertado, porque lo que ve no es siempre fácil confrontarlo con objetividad.
En la última sección, la desubicación y su complementaria, la soledad, son los ejes sobre los que rotan todos los poemas. El autor huye del sentimentalismo y de la condescendencia consigo mismo y retrata al personaje de los poemas, víctima del desamor, con toda crudeza: «Ellas se fue dejándote solo en la cama. / Con la frente húmeda de tantos besos tristes / y los ojos cerrados por el cansancio, te levantas […] Tus recuerdos son prótesis de un mundo mutilado…». Pese a las influencias, Juan Domingo Aguilar posee una voz personal y un sentido de la estructura del libro muy sólido, gracias a los cuales logra invocar una realidad más auténtica de la que se vislumbra en el espacio de la página.
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