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Quico Taronjí.
Quico Taronjí: «Llegué a hablar con las latas de conserva»

Quico Taronjí: «Llegué a hablar con las latas de conserva»

«El ERE de Telemadrid me empujó al mar», asegura el cántabro, presentador dominical de 'Aquí la Tierra', que relata en un libro su experiencia de náufrago

arantza furundarena

Jueves, 19 de octubre 2017, 16:10

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No tenía a Wilson, como Tom Hanks, pero le sirvió de confidente una lata de albóndigas a la jardinera... El televisivo Quico Taronjí es un intrépido cántabro de 46 años, con pareja reciente y «de momento» sin hijos. En agosto de 2013 emprendió un periplo en kayak por el Mediterráneo y naufragó tres meses después, frente a las costas de Túnez, en una pavorosa tormenta. Estuvo más de diez horas a la deriva. Lo cuenta en su libro 'Aislado'.

–Pretendía recorrer 4.000 kilómetros en kayak. ¿Se lo ha hecho mirar?

–Ja, ja, ja... Todavía no. Es una locura, pero deliciosa. Estaba seguro de que en ese viaje iba a crecer y madurar.

–¿Le había dejado su novia o algo así?

–No, pero vivía momentos muy confusos. Y me faltaba determinación para poner en marcha un nuevo proyecto de vida.

–¿Qué dio lugar a tanta confusión?

–Me cogió el ERE de Telemadrid y llevaba ya unos meses sin trabajar... Se puede decir que aquel ERE me empujó al mar.

–Ya, pero en kayak y sin ayuda...

–Intuía, y no me equivoqué, que era la mejor manera de conectar conmigo mismo, llevarme al límite, tanto físico como mental, como en un rito iniciático. Yo empecé a navegar de niño y siempre he sido ávido lector de las novelas de Salgari. Ellas han alimentado mi pasión por el mar y la aventura.

–¿No escuchó eso de: «Hijo, me vas a matar»?

–Mi madre me despidió con lágrimas y mi padre en cambio me ayudó a meter la embarcación en el agua como si quisiera perderme de vista, ja, ja, ja... Soy el mayor de tres hermanos y siempre he tenido un apoyo total. Pero yo necesitaba saber de qué pasta estoy hecho.

–¿Y?

–Al final la aventura me ha situado mejor en mi propio mapa emocional. Me ha centrado. Ahora sé lo que de verdad es importante y lo que no. Necesitaba poner en marcha mi propio proyecto. Hay que apostar por los sueños.

–Y se va de Algeciras a Estambul... ¿Tanto le marcó la canción ‘Mediterráneo’?

–Je, je... Es que el Mediterráneo fue el centro del mundo y tiene toda esa mitología... En él, el cielo y el mar coinciden.

–Y justo naufraga en el cabo Serrat, donde un levante otoñal desguaza sus alas blancas.

–Fue un viento otoñal, porque era noviembre, pero no fue levante sino mistral. Y sí, desguazó mis alas blancas. Lo hizo.

–¿No le pareció una señal?

–Una señal clarísima. Una increíble casualidad. Naufragué a diez millas náuticas de allí (20 kilómetros). Era el lugar indicado. Y otra señal fue llegar vivo a la costa. Es como si el destino me dijera: «Ahora aplica a tu vida todo lo que has aprendido, melón».

–¿Se acordó de Tom Hanks o de Álvaro de Marichalar?

–No sea mala, je, je... Tom Hanks hablaba con Wilson y yo, durante los casi tres meses que estuve en el mar, llegué a tener largas conversaciones con mis latas de albóndigas a la jardinera, pero no llegué a ponerles nombre. Me las fui ventilando.

–En todo caso, tocaría puerto...

–Sí, iba tocando puerto. Lo máximo que estuve seguido en el mar fueron tres días, entre Mahón y Cerdeña. Pero tres días en el mar en un kayak es mucho tiempo. No te puedes guarecer ni de un chaparrón.

–¿Cómo dormía?

–Sobre el casco, en intervalos de doce minutos. Miraba alrededor y me volvía a dormir. Acababa con el cuerpo tieso como una llave inglesa y lleno de heridas, cortes, magullado...

–¿Vio las orejas al lobo o la aleta al tiburón?

–Tuve sustos morrocotudos. En Mahón estuve a punto de chocar de noche contra una boya del tamaño de un autobús. Pero nunca vi tiburones. Una vez creí verlos pero eran lampugas. Sí vi delfines y calderones, que son las ballenas piloto.

–¿Amigables?

–Me dieron un buen susto cerca de Mallorca. Una noche de luna llena de repente vi venir hacia mí tres aletas negras a toda velocidad como si me fueran a embestir. Justo cuando ya estaban encima se sumergieron y volvieron a salir por la popa. Eran tres calderones. Me pararon el corazón. Son muy juguetones y yo era su sonajero.

–¿Lloraba, reía, cantaba, ahí solo en mitad del mar?

–Sobre todo me daba cuenta de que era un privilegiado. Disfrutaba de esos cielos estrellados, diferenciando las constelaciones, poniéndole nombre a cada estrella... Un regalo. Algo que no se puede pagar con dinero. Sentía que estaba viviendo algo extraordinario.

–Hasta que llegó la tormenta.

–Fue un temporal tremendo con olas de ocho metros y vientos de más de cien kilómetros por hora. Una ola chocó contra la embarcación, rompió un perno de acero y me dejó sin gobierno, a la deriva durante más de diez horas.

–¿Rezó?

–Cuando la ola impactó grite ¡Noooo!, como en las películas. Un no que me salió del estómago. Y luego, ya a la deriva, me di cuenta de que la aventura se había terminado. Mi viaje era ‘low cost’. Llevaba una radio que no funcionó y un teléfono satelital de segunda mano que tampoco funcionó. Al final pude hacer una llamada de emergencia con mi móvil, que casualmente en esa zona tenía cobertura, cosa que todavía hoy no me explico. Pero tampoco pudieron salir a buscarme por el temporal.

–Creyó morir...

–Se te pasa por la cabeza pero tampoco dejas que esa idea eche raíz. Estás demasiado ocupado en intentar salvar el pellejo. Con el paso de las horas fui perdiendo más piezas de la embarcación. El kayak seguía en pie pero una ola, llegando a la costa, lo elevó y salió pitando como un cohete.

–¿Y cómo logró llegar a la orilla?

–Dejándome llevar por las olas hacia la playa. Olas enormes que me pasaban por encima, me sepultaban. Pensé: no puedo morir ahora ahogado después de todo lo que he pasado en estos tres meses... Sentí un golpetazo tremendo en la rodilla y supe que había llegado a una playa. Me quité toda la ropa, la escurrí, me volví a vestir y me enterré en la arena. Hacía un frío del carajo.

–¿Quién lo encontró?

–De pronto vi dos linternas en la orilla. Fui a pedir ayuda y eran dos gendarmes de Túnez que me habían desvalijado la embarcación. Por lo menos me devolvieron mi pasaporte. Luego caminé como una hora hacia una cabaña y encontré una familia que me atendió, me permitió lavarme con un cazo de agua caliente, me dejaron ropa, me invitaron a desayunar...

–Y usted se transformó para siempre.

–Ahí soy consciente de que me empiezo a parecer a los personajes de las novelas que he leído desde pequeño. Yo al leerlos siempre pensaba: ¿cómo se sentirá un náufrago? Ahora ya lo sé. Sientes que alguien te ha regalado una segunda vida, eres más agradecido. Ya en España, recapacito, pasan los meses, asiento mi cabecita y me doy cuenta de todas las mejoras que ha habido a nivel personal. No estoy tan perdido, sé mejor lo que quiero, soy capaz de conectar emocionalmente con las cosas, de concentrarme mejor, de liderar cualquier proyecto.

–¿Le tiene miedo a algo?

–A vivir algún día sin la pasión que siento por algunas cosas. Le tengo mucho miedo a aburrirme y a desapasionarme. Ese día voy a sufrir mucho.

–¿Ha compartido su experiencia con otros náufragos?

–Creo que todos alguna vez en la vida hemos naufragado o lo haremos. Hay más náufragos en tierra que en el mar.

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