Manuel Rivas, contrabandista en la Costa da Morte
Para retratar a Manuel Rivas nada mejor que una definición que robamos a Marcos Pereda –la publicó en una entrevista en JotDown–: «contrabandista de géneros». ... Quien nos cuenta algo también lo trae de un lado al otro, a salvo de miradas indiscretas y controles que desvirtúen su pureza, su integridad. Si, además, se pone en riesgo, se juega la vida en cada página –y en los peores años de los 'clanes galegos', eso era algo literal–, de vulgar estraperlista transmuta en Prometeo moderno.
Y todo ello salpicado por la espuma del Atlántico en la Costa da Morte, cuyo nombre nunca ha sido gratuito.Allí está empadronado desde hace años este coruñés del cincuenta y siete, aunque lo cierto es que siempre ha militado en el otro bando, en la orilla de la vida. Una vida que siempre ha celebrado, en poemas entre el culturalismo y la bohemia: «A esa hora, en aquella taberna, todos los viejos parecían Samuel Beckett», reza su poema 'Cultura'.
Podría haber sido uno más de Os Diplomáticos de Monte Alto –los rockeros de su barrio, con los que ha colaborado a menudo– pero prefirió ser embajador de su tierra y de su lengua, primero como corresponsal y cronista al resto del país una Galicia convulsa, mientras se implicaba en su propia mejora –a través de su activismo en Greenpeace o participando en el movimiento Nunca Mais–, pero también trascendiendo la actualidad para contar el mundo a través de la ficción, de su visión emocionada y cargada de poesía, de su profundo humanismo y de una mirada tierna e indulgente, pero que no renuncia a buscar los mecanismos profundos que mueven el mundo.
Por eso sus relatos y novelas, desde 'Un millón de vacas' (1989), '¿Qué me quieres, amor?' (1995), 'El lápiz del carpintero' (1998), 'Los libros arden mal' (2006) hasta 'Todo es silencio' (2010) son ya patrimonio de una generación de lectores. En una carrera culminada el pasado año con el Premio Nacional de las Letras Españolas, el secreto de Rivas es que, lo haga en las páginas de sus libros, en papel prensa, por la radio o en sus guiones audiovisuales, parece hablarnos en baja, pero siempre directo al corazón.
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