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Alerta por paparda
El Racing no pudo con un Alcorcón en descenso en un partido lleno de fallos e imprecisiones por parte de ambos equipos
Javier Llamazares
Santander
Martes, 9 de abril 2024, 07:13
Para cuándo el reloj parado en el fútbol profesional? Jugar con el crono también tiene su arte, pero abusar de las pérdidas de tiempo es ... la antítesis de la deportividad. El Alcorcón que visitó ayer los Campos de Sport parecía un equipo a cámara lenta. Desde el saque inicial parecía que fueran con el marcador a favor. Ralentizando los tiempos. Saca tú. No, tú. Tú. Venga, tonto. Y así medio minuto, con el árbitro en la luna. «Son profesionales, qué menos que salir a ganar», se lamentaba en la grada Juan Abando, que por ganas habría saltado al prao.
Porque lo peor de todo es el efecto contagio, porque el Racing es un equipo ciclotímico y volátil, es decir, emocional al máximo. Y de ahí a la empatía hay un paso. Y como el rival te pegue la pachorra, adiós. Espesura en lugar de electricidad. Centrocampismo pedestre, en duelo de imprecisiones por ambos bandos. Y si te desesperan tanto, hasta el aburrimiento, acabas por dormirte tú también. Fallos y más fallos, algunos incluso peligrosos de los centrales en la salida del balón, que daban oxígeno a un rival romo, y hasta le metían en el partido. Igualar por abajo es también una manera de neutralizar al contrario, pero el empate a nada es también mantener el partido abierto a las sorpresas. Las desagradables, vamos.
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Y nosotros en la grada comiéndonos las uñas. Cómo lo vería, que a mi compañero de asiento, Diego Navamuel, se le escapó un «está el partido para que lo resuelva Ekain en el último minuto». La fe, que mueve montañas… y montañeses. Y consigue hasta que nos olvidemos de las tradiciones. Porque… ¿hay algo más tradicional que una buena paparda del Racing? Más, cuando se dan todas las condiciones: que los rivales fallen y te allanen el camino, que la afición acuda en masa, ilusionada, y que el rival de turno sea un equipo en crisis.
Porque desde la noche del domingo no se hablaba de otra cosa: «ganamos y nos ponemos a un punto del ascenso directo». Estaba hecho, vamos. Serán más viejas que el mundo, pero con las cuentas de la lechera siempre picamos. No hay manera. Así que al ritmo de 'Una ilusión nos persigue, la Primera División' nos echamos todos a la calle y colapsamos la S-20, Los Castros y lo que hiciera falta. Aunque llueva y sople el noroeste, que esta vez no era el sur.
Pero nada que ver el atasco alrededor del estadio con el embotellamiento de dentro. El bosque impenetrable parecía aquello, sobre todo para unos verdiblancos obcecados en llegar por el centro. Por el medio del atasco. Y ya nos habíamos olvidado de que el equipo madrileño también jugaba, y que había salido a calentar vestido del Boca Juniors, cuando llegó el gol visitante. Si hasta entonces no se habían dado prisa, con marcador a favor, y una expulsión ya no hacía falta disimular para colgarse del larguero.
El Racing ya no sería capaz de sacudirse el desánimo, como si se hubieran invertido los papeles y el equipo en racha fuera el madrileño. Fallaron hasta los que nunca fallan; ya, ni de penalti. Y ya no habría tiempo para remontar nada, se había esfumado entre lesiones simuladas, broncas de veterano –al rival lo entrenaba un viejo conocido, Nafti– y triquiñuelas del otro fútbol se acabó muriendo el partido. ¿Pero qué pasa entonces con todo el tiempo perdido? Cuando quiso reaccionar el Racing quedaban veinte minutos, pero se habían perdido incluso. Tiempo que se va al limbo, porque no hay árbitro que pueda descontarlo.
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