«No paro de trabajar, pero me da mucho miedo que la gente me olvide»
Rozalén, protagonista del espectáculo musical 'Chavela' que se ofrece mañana y el sábado en el Palacio de Festivales, anuncia que se tomará 2026 como año sabático
A pocas horas de volver a subirse al escenario con 'Chavela', el espectáculo musical que mañana y el sábado se representa en la Sala ... Argenta del Palacio de Festivales, Rozalén (Albacete, 1986) reconoce que vive estos últimos compases con una emoción que la desborda. Está a punto de cerrar no solo la gira de su último disco 'El abrazo', sino también su participación en esta obra, la que la trae a Santander con todas las entradas vendidas -menos ese 15% que por ley se pone a la venta la mañana de cada función- que ha marcado profundamente su relación con la música y con el escenario.
María de los Ángeles del Carmelo Rozalén, su verdadero nombre confiesa que estos días finales le pesan pues interpretar a Chavela Vargas la está «cargando emocionalmente», como si cada función condensara un aprendizaje que ha necesitado más de dos años y medio para asimilar.
La artista albaceteña explica que el montaje presenta a tres Chavelas distintas tres días antes de morir: la niña, la joven y la del mito. A ella le ha tocado encarnar a esta ultima, esa figura legendaria y simbólica en la que la cantante mexicana se convirtió, una responsabilidad que, según confiesa, al principio rechazó. Cuando le propusieron el papel, recuerda que su primera reacción fue decir que no; argumentó que no era actriz, ella es licenciada en psicología, y aunque lleva años en los escenarios nunca se había dedicado a la interpretación.
A eso se sumó que Chavela era «demasiado grande» para atreverse a interpretarla. Sin embargo, finalmente aceptó y ahora mira hacia atrás feliz de haber aceptado «el reto» y, sobre todo, sorprendida de haber recorrido un camino que define como «un viaje de aprendizaje». Durante dos años y medio ha convivido con un personaje que la confronta emocionalmente cada noche.
En esos momentos sobre el escenario, afirma que siente la presencia de un mito que considera «inimitable». Le impresiona la vida marcada por el dolor que tuvo desde la infancia, agravada por la invisibilidad obligada de su orientación sexual y por sus problemas con el alcohol. «Yo, con mis más y menos como todo el mundo, he tenido una vida feliz, no hay nada en Chavela que pueda sentir como propio», reconoce. Pero no deja de manifestar su gran fascinación por el mito. De ella admira, sobre todo, su forma de cantar, «un llanto» que convertía cada interpretación en una experiencia intensa. Por eso desea que el público que vea este espectáculo pueda percibir esa presencia y ese desgarro.
«Transmitir lo que ella transmitía » es, según dice, lo que más le gustaría conseguir. Para ella, la mexicana, en escena «es una liturgia», una ceremonia íntima en la que el canto se convierte en un espacio de verdad absoluta. Quizá por eso, confiesa no puede evitar llorar en las funciones. Explica que sus emociones están a flor de piel y que las canciones, cargadas de memoria y dolor, la atraviesan con facilidad.
Reconoce que a veces se siente intrusa, porque no es actriz, pero que el equipo artístico la ha acompañado siempre. Habla con un enorme agradecimiento de Carolina Román, la directora y autora de la obra cuya confianza fue clave para que diera el paso, y también del resto de intérpretes que encarnan las otras dos chavelas: la veterana Luisa Gavasa y Paula Iwasaki. Con ellas, asegura, ha construido un espacio seguro desde el que habitar un personaje tan delicado.
Su relación con el cántabro Alejandro Pelayo, director musical del espectáculo, está siendo otro de los ejes de este proceso. Cuenta que trabajar con él está resultando «genial» y, sobre todo, que admira su capacidad para dar valor a los silencios, algo que considera esencial en esta obra. Aunque ya se conocían sobre todo en la etapa en la que él formaba parte de Marlango junto a Leonor Watling, nunca habían colaborado de un modo tan estrecho, y asegura que por lo tanto también en lo musical está aprendiendo muchísimo. Para ella, 'Chavela' no tendría sentido sin la presencia de Pelayo, cuya sensibilidad envuelve toda la puesta en escena. «Tiene la capacidad de ser esencial en el escenario y al tiempo parecer que no está», indica.
A la vez que interpreta esta obra ha mantenido un ritmo de trabajo frenético en los últimos años. Lleva todo 2025 combinando el teatro con la gira y con la grabación de su podcast 'Entre canciones', un espacio íntimo en el que conversa sobre temas esenciales de la vida y termina cada episodio interpretando una de sus canciones. A pesar del agotamiento, disfruta del viaje.
Siente que han pasado muchas cosas en quince años de carrera y que está viviendo un momento de madurez, aunque reconoce que le cuesta creérselo del todo. Tiene miedo a que la gente la olvide y admite que en este sentido debería trabajar más la autoestima. Pese a ese temor, al mismo tiempo, observa que está «en todos lados», convertida «incluso en meme» y que no para de trabajar. Por eso mismo ha decidido que tras cerrar la gira se tomará un año sabático y que parará para «repensar». Necesita descansar para poder continuar, aunque eso no significa que vaya a dejar de escribir: las canciones siguen apareciendo incluso cuando se impone descanso.
Uno de los últimos coletazos de esta gira llegará el próximo día 13 de diciembre en El Soplao, un escenario natural al que acude con especial ilusión y que clausura también el ciclo de conciertos con el que el Gobierno regional celebra el vigésimo aniversario de su apertura. Aún no lo conoce y expresa muchas ganas de sentir la potencia del lugar. Además, confiesa que desea profundizar en Cantabria, sobre todo en la zona de montaña, ya que últimamente ha visitado con frecuencia las playas cántabras más cercanas al País Vasco.
De Chavela, además del legado emocional, se queda con una frase que, aunque no aparece en el musical, la acompaña constantemente: «Habitaré mi canto». Le parece una imagen preciosa, una invitación a vivir la vida plenamente, a habitar lo que se es y lo que se siente. Quizá por eso el personaje la ha transformado tanto. En su voz, Chavela vuelve a ser, más que un mito, una presencia viva que exige verdad, silencio, entrega y lágrima.
Rozalén se despide de esta etapa con gratitud, consciente de que ha adquirido herramientas nuevas y de que ha atravesado emociones profundas. Ojalá, dice, «algún día pueda transmitir como transmitía Chavela». Ese es su deseo para el público y para sí misma: comprender que, a veces, cantar también puede ser una forma de habitar la vida. Y en esa liturgia, como en el escenario, ella sigue encontrando el camino.
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