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Un grupo de diputadas se fotografía antes del inicio del debate de investidura en el Congreso. Virginia Carrasco
Olor a nuevo en el Congreso, palabras viejas en la tribuna

Olor a nuevo en el Congreso, palabras viejas en la tribuna

El debate de investidura dejó situaciones inéditas: ocho grupos parlamentarios, la posibilidad de un Gobierno de coalición y la incerditumbre del resultado

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Lunes, 22 de julio 2019, 14:14

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Olía a nuevo en el Congreso de los Diputados este lunes. Los guías turísticos que hacían la ruta por la Carrera de San Jerómino explicaban que dentro se estaba decidiendo «el futuro de España». Por primera vez en cuarenta años los parlamentarios entraban en el hemiciclo sin saber -ni siquiera los propios protagonistas- si volverían el jueves a sus casas con un Gobierno formado o tendrían, por contra, que poner su escaño en juego en unas nuevas elecciones. Pero esta legislatura nacida en las urnas el pasado 28 de abril se ha empeñado en convertir en primerizos a políticos, periodistas y ciudadanos: ahora coexisten ocho grupos en la cámara (más que nunca), planea un posible Gobierno de coalición en el ambiente -entre PSOE y Unidas Podemos-, hay flores amarillas en los escaños vacíos de independentistas encarcelados y un 'overbooking' en la bancada que tradicionalmente ha ocupado el Partido Popular y que ahora comparte casi a medias con Ciudadanos.

Esta configuración separa por un pasillo, por ejemplo, al diputado de ERC Gabriel Rufián y al de Cs Juan Carlos Girauta; el jefe de este último, Albert Rivera, está solo a cuatro asientos de distancia del líder del PP, Pablo Casado, y a pocos centímetros de Aitor Esteban, del PNV. Lo que llaman el fin del bipartidismo ha dejado un panorama tan apretado que sus señorías prefieren mirar al frente o al móvil, porque si giran un poco la cabeza se cruzan los ojos de sus adversarios. Los miembros de Vox por su parte, ya se quejaron amargamente de estar situados en el gallinero. Dos de sus primeros espada, Santiago Abascal e Iván Espinosa de los Monteros, comparten pupitre junto a los de las formaciones nacionalistas catalanas -que acudieron ayer con ramos de flores amarillas- y vascas. Si la legislatura sale adelante, están obligados a convivir en armonía.

El secretario general de Vox, Javier Ortega-Smith, observa a sus vecinos de escaño en el Congreso.
El secretario general de Vox, Javier Ortega-Smith, observa a sus vecinos de escaño en el Congreso. EFE

La situación es tan nueva en esta legislatura que muchas formaciones, como ERC, PNV, Compromís o Bildu, manifestaron que se esperarían al discurso del presidente en funciones y candidato a la investidura, Pedro Sánchez, para decidir el sentido de su voto. Pero una vez en la tribuna, cada interventor recuperó el viejo lenguaje de ataques políticos que los ciudadanos llevan escuchando durante una campaña electoral que parece haberse alargado eternamente.

Sánchez empezó su cortejo enumerando todas las medidas que han sido posibles en el último año gracias al apoyo de otras formaciones. Reveladora fue la mirada, sin guiño, que dirigió a Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos, cuando le recordó que juntos subieron el Salario Mínimo Interprofesional a 900 euros. También desgranó todas las propuestas sociales que 'se perderán como lágrimas en la lluvia' si no consigue formar Gobierno. Pero no logró que Iglesias modificara un ápice su semblante serio durante las dos horas que duró la intervención. En las negociaciones entre ambos partidos, el líder socialista dejó claro que no le quiere como ministro. El «te quiero, pero solo como amigo» elevado a tradición parlamentaria española. Por cierto, bajó de la tribuna sin mencionar a Cataluña.

Ocurre que sus señorías ya no aplauden las medidas que les parecen oportunas, independientemente del color del candidato que las pronuncie. Las 'risas enlatadas' en la tele hacen que los chistes malos parezcan mejores y en el hemiciclo las palmas sirven para aumentar la onda expansiva de los discursos.

«¿Quién es realmente usted?»

Después del almuerzo se retomó la sesión. «¿Quién es realmente usted? Se ha transformado tanto que ya no sabemos si está en su fase de crisálida o ya la ha superado». Es necesario oír esta frase de Pablo Casado, líder del PP, en su contexto, para evitar confusiones.

Casado -con 66 diputados- aceptó el guante que ayer le tiró Albert Rivera, líder de Ciudadanos -57 escaños- en la competición por ver quién es el verdadero jefe de la oposición. Y se emplearon a fondo pese a toparse contra un Sánchez que llegó a responder, algo aburrido, a Rivera un escueto «lo he entendido, me ha quedado claro».

La habitación del pánico

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su intervención en el debate.
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, durante su intervención en el debate. Virginia Carrasco

Para Rivera, Sánchez es «puro teatro», quiere «despistar» a los españoles mientras se reparte «sillas con Podemos» y cede ante los independentistas «en la habitación de al lado, la habitación del pánico». Existe, según el líder de Ciudadanos, un «plan Sánchez» que se quiere perpetuar en el poder para manipular la televisión pública, para los «enchufados» del PSOE.

Iglesias, la pareja de baile deseada, también tiró de las orejas al socialista. «Ha buscado hoy los apoyos de PP y Cs, solo le ha faltado pedírselos a Vox», le dijo. En su réplica, Sánchez despejó una de las incógnitas de la jornada: aún no han llegado a un acuerdo. «Mediten su voto», pidió al resto de diputados, a lo que el líder de Unidas Podemos pidió «respeto» y le recordó que «quien tiene 123 diputados tiene que negociar. Si no, temo que usted no sea presidente de España».

Todavía quedaba tiempo para el turno de Santiago Abascal, en su debut parlamentario. Pero habló solo, Sánchez no se dirigió a él en sus réplicas.

Y es que ahora la construcción del relato es más importante que la propia realidad. Así empezó el juego de las culpas en el Congreso. Si Sánchez no sale investido, todas las formaciones parlamentarias intentarán culpar a los demás de repetir las elecciones y el terreno empieza a abonarse en el hemiciclo. Solo las negociaciones entre PSOE y Unidas Podemos, que actualmente se manejan en absoluto secretismo, podrían evitar que los ciudadanos vivan otro lunes incierto de investidura, esta vez ya no tan novedoso.

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