Conversión de San Agustín: «Te comenté en mi anterior carta el final de mi zozobra y mi encuentro con Cristo. Pues bien, cuando Alipio y ... yo se lo contamos a mi madre se llenó de una inmensa alegría. Me retiré a un lugar tranquilo, cerca de Milán, llamado Casiciaco. Seis meses permanecí allí, pensando, orando y charlando en amistad con los míos. ¡Qué tiempo más feliz pasé aquí! Por entonces escribí 'Los Diálogos', donde recogí las reflexiones y conversaciones que teníamos. Y también me fui preparando como catecúmeno para recibir el bautismo en la religión cristiana.
Y como anécdota te diré que tuve un dolor de muelas como pocos habrán tenido. Pedí a todos mis amigos que rogaran a Dios por mí y cuando éstos hincaron las rodillas en el suelo desaparecieron aquellos terribles dolores. Por fin, la noche de Pascua (24-25 de abril) del año 387, cuando tenía 33 años, recibí las aguas del bautismo en la iglesia de Milán. Conmigo bautizaron a mi hijo, Adeodato; y Alipio, mi amigo. El obispo que nos administró el sacramento fue Ambrosio, de quien ya te he hablado. Fue un día grande. Mi madre, Mónica, no cabía en sí de gozo. Sus lágrimas y oraciones estaban más que recompensadas.
Pronto dejamos Milán, camino de Roma. Había decidido servir al Señor en mi tierra: África. Cuando estábamos preparando el viaje, en Ostia Tiberina, murió mi madre. ¡Qué gran mujer en todos los sentidos! Lloré de lo lindo. Y solo me consolaba saberla al lado de Dios a quien siempre estuvo unida». «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Fiestas Colegio San Agustín.
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