Secciones
Servicios
Destacamos
Ese día, un día normal en el que había desarrollado mis tareas habituales, llegué a casa al atardecer y, traspasando la puerta, escuché un murmullo ... de alegría, comentándome de inmediato «por fin tenemos Papa y además habla en nuestro idioma, es argentino». No tenía conocimiento alguno ni del hecho que se me anunciaba, ni tampoco de la persona, pero hablaba nuestro idioma y eso me gustaba. También que perteneciera al pueblo hispanoamericano, tierra tan querida y cercana emocionalmente aunque con muchos años bajo la influencia del poderío norteamericano, desde donde se alimentaron movimientos tan violentos que desestabilizaron gobiernos y pueblos, surgiendo dictaduras que propiciaron, además de mucho sufrimiento, destrucciones y muertes. En aquel momento pensé que Dios había estado inspirado. Surgirá, me dije, cierta influencia espiritual para que tanto los que crean como los que no crean, puedan observar que hay personas buenas, personas que predican y practican la paz, facilitando por ello cierta liberación para todos.
Lo vi en el balcón después de su nombramiento y ya se presentó ligero de ropajes, tanto de vestidos como de calzado, atuendo por ello más cercano al pueblo del que es sustancia espiritual. Era realmente Cristo en la tierra, la impronta de un hombre bueno que con sus brazos abiertos abrazaba a su rebaño y de forma especial a la gente humilde o no humilde, pero que saludaba con voz amable, tierna y cercana, como la que utiliza un padre bueno cuando se acerca el hijo necesitado de ayuda. Sonriendo trasmitía paz, la paz que deseaba a todos, y solicitaba con humildad que rezáramos para que él supiera estar a nuestro lado, para ayudarle en el ejercicio de esa convivencia pacífica y amable que deseaba. Aspiraba a conseguir el mayor grado de cercanía manifestando que todos somos iguales, que todos tenemos los mismos derechos y que la humildad, la cercanía, la justicia, la solidaridad y amor, curan las heridas de la soledad, de la pobreza, y del desarraigo.
Esa ha sido su doctrina, el acercamiento a cada persona necesitada y no necesitada, el amor al prójimo, la búsqueda permanente de la paz, el acompañamiento y solidaridad con el desvalido, la protección del necesitado, para lo que se despojó de oropeles en la vestimenta, e hizo su estar humano, sencillo y cercano. Se instaló en una casa sencilla, en un apartamento de pequeñas dimensiones; apartó a cuantos bien instalados disfrutaban de estancias y conductas cómodas; acometió la gran obra del saneamiento del banco de la Iglesia, tantas y tantas veces hundido en fosas mal olientes, y junto a esto recortó bienes y propiedades a la jerarquía bien instalada. Quiso llevar a la Iglesia a su nacimiento superando a Constantino, naciendo así el verdadero Jesús, el eterno padre, con todas sus bondades.
El emigrante, el desarraigado, el desposeído incluso de toda su familia y el desgraciado sometido por los poderes destructores, supusieron una preocupación medular, de tal forma que la primera visita fue a la isla de Lampedusa, etapa final de un camino lleno de trampas mortíferas, algunas humanas y además desgarradoras, tanto que envilecen nuestra raza. También se enfrentó de rodillas a los poderosos, con las manos llenas de amor y suplicando por el escarnio y la destrucción a la que tiene sometida a la humanidad. Se puso al lado de la mujer. Primero la nombró, para más tarde tenerla presente e incorporarla a alguna tarea dentro de la Iglesia. También puso sobre la mesa con toda la claridad al colectivo gay, a los que no tenía que juzgar sino solamente entender, y sintió una preocupación especialmente constante con las personas que sufren en las cárceles, individuos necesitados de compañía y compresión, además de amor, visitando de forma constante y manteniendo contacto vivo con estos centros, a los que siempre defendió.
Pero lo más grande es que en todos sus actos, sea en centros carcelarios, entre jóvenes, entre familias, entre las multitudes de poblaciones pobres y lejanas, en aquellos lugares en los que los católicos estaban en minorías… siempre se acercaba a todos, porque todos somos hijos de Dios, con lenguaje humilde cargado del amor de padre, tierno, fresco y cercano. Tanto que le podías tocar y mirar de cerca a sus ojos, porque era uno de nosotros, incluso el máximo servidor, el que lava los pies de aquellos desamparados, el verdadero pastor del rebaño, que carga con sus ovejas al nacer, que acoge al que camina despistado por la muerte de su madre, al enfermo, al que sufre, siempre vigilando su rebaño.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.