El carril del trolebús
A lo mejor es una tendencia natural de los seres humanos, no lo sé, pero presiento que tenemos cierta animadversión a los carriles. Eso de ... que nos obliguen a mantener un camino sin salirse del cauce establecido, por muy cómodo que resulte para el devenir colectivo, no es del agrado de las almas libres e imprevisibles que todos llevamos dentro.
El carril bus de Santander, que inmediatamente ha incorporado a taxis y motocicletas, ha sido una de las medidas que se salvaron del desastre del MetroTUS. Así como la experiencia de los intercambios de viajeros, aquel sube y baja que nos decía la canción de Chema Puente, demostró que era un sinsentido, el carril bus ha dejado constancia de cierta eficacia y ha proporcionado a los autobuses una agilidad para desenvolverse entre la marabunta del tráfico urbano que incluso ha hecho apetecible subirse a ellos para ahorrar tiempo y contribuir a la denominada 'movilidad sostenible'. Además, el carril bus proporciona mayor seguridad a los motoristas, siempre tentados de hacer eslalon entre los coches, y ventajas para los taxis en un tiempo donde se les presentan constantes obstáculos para llevar a cabo su servicio.
Pero si la naturaleza humana tiene esa tendencia de ir contra los carriles, qué les voy a decir del placer de derrumbar lo construido por el simple motivo de llevar la contraria al rival o de lucirse con una idea diferente, aunque sea peor. ¿A quién se le ocurrió retirar de la calle a los trolebuses, aquellos vehículos eléctricos conectados a una red de cables que circularon por la ciudad entre 1951 y 1971? Recuerdo que emitían un zumbido especial y que gracias a sus largas antenas que salían del techo hasta la catenaria, podían esquivar los obstáculos sin necesidad de estar sujetos a la dictadura del camino recto. Hoy serían ideales para reducir las emisiones de CO2. Lástima que el carril bus, condenado como culpable de los atascos y víctima de los cambios de la rivalidad política, tengan los días contados, aunque a la hora de contar, dicen que siempre hay más días que longanizas.
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