El desafío migratorio
El reto de la civilización occidental, mantener los valores democráticos o aplicar la agenda de los que quieren destruirla, depende de cómo gestione las llegadas
Los acontecimientos en numerosas ciudades estadounidenses estas últimas semanas y el protagonismo de la Guardia Nacional y del Ejército en los mismos, respaldando las redadas y detenciones de inmigrantes irregulares ... , son una muestra del papel principal que han adquirido los movimientos migratorios de población de unas zonas a otras del planeta y las políticas para controlarlas. Aunque este fenómeno no sea nuevo, en cada momento de la historia las causas que lo originan, las peculiaridades que lo caracterizan, las consecuencias que implican, los desasosiegos y temores que provocan y los alegatos y disertaciones colectivas a que dan lugar han sido diferentes.
Nunca han ocupado un lugar tan central en el debate público como está ocurriendo desde finales del pasado siglo y principios de este y, por supuesto, nunca, como hasta ahora, han desatado tanto interés y preocupación en gobiernos, instituciones internacionales, medios de comunicación y en la propia sociedad civil. La politización del fenómeno ha devenido en enfrentamiento partidario y electoral y, en dicha sociedad civil, en preocupación acentuada y posturas radicalizadas.
Los importantes desequilibrios y conflictos que generan en el tablero internacional tienen claramente que ver con dicotomías como el volumen de emigración que pueden soportar los países desfavorecidos y el que están dispuestos a admitir los más desarrollados, como el número de inmigrantes que estos necesitan y el que efectivamente admiten, como la emigración que los países receptores desearían recibir y la que de hecho reciben, etcétera. Todas estas cuestiones adquieren mayor relevancia porque la movilidad internacional ha aumentado en los últimos decenios y sigue creciendo, al menos en términos absolutos, a la par que se ha mundializado. Y esto a pesar de que el escenario actual no resulta muy propicio para las migraciones internacionales, aunque tiendan a aumentar en volumen, ya que en este mundo globalizado la movilidad de las personas es cada vez más restringida.
Así se manifiesta en los tres principales focos receptores de migración en Occidente: EE UU, Canadá y Europa. En el primero, con más de 35 millones de personas extranjeras, los éxitos pasados en esta cuestión parecen haberse esfumado. En el segundo, el modelo basado en políticas de selección e integración de los inmigrantes a gran escala (sistema de puntos para la selección de inmigrantes cualificados, selección a nivel provincial, política de integración basada en el multiculturalismo...) lo ha convertido en prototipo internacional, aunque la integración económica no haya garantizado la integración social. Y en el tercero, es interesante destacar que a lo largo de la historia de la UE se ha enfatizado unilateralmente en las cuestiones de seguridad y control inmigratorio (asilo, fronteras, expulsión de inmigrantes) y en sus últimos documentos políticos así se refleja (Frontex, patrullas costeras, tecnología de detección...), aunque de cara a la galería se exhiba una honda inquietud por la situación de las economías africanas y de otros países cantera de inmigrantes.
Aunque en el pasado Europa fuera la principal generadora de emigración del mundo (en dos siglos la abandonaron unos 70 millones de personas), en estos momentos es uno de los destinos principales de la emigración mundial. El año pasado, el Parlamento Europeo aprobó el Pacto sobre Migración y Asilo, asumido por el Consejo y la propia UE y que se aplicará desde junio de 2026, endureciendo la política migratoria comunitaria. Los representantes europeos han reconocido sin tapujos que con este endurecimiento han pretendido contener el avance en todo el continente de la extrema derecha y su discurso xenófobo.
El dogal de la deuda externa, los desastres ocasionados por el cambio climático, el ininterrumpido aumento del hambre, la pobreza más absoluta y la desigualdad más vergonzosa, las guerras interminables, la violencia endémica y las disputas por los recursos estratégicos explican con claridad meridiana el porqué de estos movimientos masivos de personas desde sus respectivos países. La naturaleza de la inmigración lleva grabados los estigmas de la vejación de clase, de la explotación y de la guerra, de la avaricia y de la crueldad, de la discriminación violenta entre ricos y pobres.
Occidente necesita inmigrantes, por razones demográficas y laborales, pero a la par debe reflexionar sobre cuestiones impuestas tales como si hablar de multiculturalismo implica hacerlo de una sociedad sin coherencia, sin proyecto común, sin futuro, es decir, una 'no sociedad'; de si es posible el pluralismo cultural, o lo que es lo mismo, pertenecer a varias civilizaciones a la vez; entre otras. El reto existencial al que se enfrenta la civilización occidental, mantenimiento de valores democráticos o aplicar la agenda de quienes la quieren destruir, depende de cómo afronte el desafío migratorio.
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