Toros y tigres
Si adjuntamos a cualquier idea, por disparatada que sea, la coletilla «para atraer turismo e impulsar el comercio y el empleo», la cosa cambia de ... prisma y la chorrada como un piano se convierte en un ideón. Es el caso de ese proyecto delirante de la Academia Española de Tauromaquia de construir un toro de 300 metros de altura. Ellos dicen que pagan el invento, solo necesitan un visionario que les ceda suelo público para colocar el mastodonte. Y, como han añadido la coletilla citada, era cuestión de tiempo que apareciera una mente preclara que aplaudiera el asunto con las orejas, en este caso el teniente de alcalde de Burgos, Fernando Martínez-Acitores (Vox).
Solo lamento que se hayan quedado un poco cortos con los tamaños y los volúmenes. Se podría ser más ambicioso en lo faraónico. Al parecer, el objetivo a batir es ese puñal clavado en el corazón de la identidad española llamado Torre Eiffel, que se yergue desafiante en el centro de París con sus insultantes 300 metros de altura. Nuestro toro debería superarla para evitar traumáticas comparaciones. Luego están los que se oponen, los que se ríen, los que pensaban que era coña y se burlan de la gente de bien que tiene ideas artísticas para impulsar la economía. Los de siempre. No os gustan los toros, no os gustan las estatuas gigantes, no os gusta nada.
Vox sueña con un país sin inmigrantes y con toros de 300 metros. Quieren que acudamos en peregrinación a idolatrar al becerro de oro. Poca broma con las ocurrencias de esta gente: algún día nos las tragaremos. Me recuerda aquello de Ortega y Gasset: «Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse». Y de idiotizarse, también.
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