De canales y protocolos
Las mujeres solemos saber bien quién es un acosador, abusador, baboso o rijoso
Elena Martínez de Madina
Filóloga
Martes, 15 de julio 2025, 07:04
Ya tenemos, otra vez, un nuevo (viejo) terremoto relacionado con las mujeres. El asunto es que, por un lado, hemos oído, no sólo leído, las ... conversaciones entre dirigentes políticos en amena charla sobre ésta y la otra, en clara referencia a mujeres que ellos utilizan y usan a su antojo, con todo su poderío. Por otra, que un dirigente político se ha tenido que retirar por claros abusos hacia mujeres de su propio partido. Y la reacción ante estos hechos ha sido la de siempre: asustados ellos, asustadas ellas, ¡todos asustados! El país conmocionado. ¿Cómo puede ser que esto pase? –se preguntan. ¡Si todos estamos a favor de las mujeres y, hasta incluso, somos feministas! –, dicen.
Y una, con santa paciencia, saca el abanico para darse un poco de aire, a ver si así consigue quitarse de encima el hedor pestilente de tanta bondad e ignorancia. Pero, cuando te intentas reponer un poco, ahí llega el Supremo, derrochando paternalismo, y nos da una 'sabia' lección a las mujeres: «A ver, almas de cántaro, ¿por qué no utilizáis los canales?».
Es decir, más de lo mismo. Las reacciones de sorpresa y estupor ante estos hechos son falsas, puro postureo. Las mujeres solemos saber bien quién es un acosador, abusador, baboso o rijoso. Y los hombres, también, aunque la información les llegue a ambos, dependiendo de su sexo, por diferentes vías.
Pero es obvio que las reacciones y comportamientos de alrededor van a depender del poder que ejerza el tipo en cuestión. Los abusos sexuales a mujeres se presentan en todos los estamentos de la sociedad, pero huelga explicar que, si el abusador es, por ejemplo, tu jefe (en cualquier profesión), tutor, profesor, pariente cercano, o líder de tu organización, la capacidad de denuncia baja a mínimos. Y más, cuando ya sabemos lo que ha pasado a lo largo de la historia, y lo que sigue pasando, que «estar callada es mejor».
Las leyes han cambiado, sí, y la situación de las mujeres ha mejorado, es indudable. No tenemos más que ir un poco atrás, y ver cómo estaban las leyes de este país hace cuatro días (hablo de aquí, no del mundo...). Pero esto no significa que las personas hayan asimilado todo lo que la ley dice. Ni mucho menos. Y es ahí donde está el meollo.
El considerar a las mujeres como un objetivo sexual a alcanzar, o que tienen de facto menos capacidad intelectual, de mando, o que, en definitiva, tienen menos aptitudes, no es algo exclusivo de una determinada ideología política. Es un problema cultural, estructural y universal. Se puede repetir una y otra vez que todos somos iguales, o mejor «todos y todas», pero no significa que así sea de facto.
Para combatir los posibles abusos a mujeres, se han creado protocolos y canales de actuación en muchas organizaciones y organismos públicos. Pero, como en el caso que nos ocupa, no son válidos. Por lo tanto, señor presidente, ahórrese el consejito innecesario. Es fácil de entender (ahora yo soy la del consejito): si no se utilizan los canales de denuncia, es que no sirven. Así de sencillo.
Hacen falta muchas mujeres para que una verdad sea creída. Pero ni, aun así, supondrá una actuación consecuente. Todo depende del poder que ejerza el tipo en cuestión, o del poder que se le quiera asignar. Pero el protocolo que sí se cumple a rajatabla es el de las mismas reacciones ante el enésimo suceso de abuso, pues siempre son las mismas, a saber: «no había ninguna denuncia en el canal»; «yo, por lo menos, lo que conozco, es una persona intachable» o el consabido «yo no sabía nada». Y enfrente: «qué vergüenza», «nosotros no somos así», etc. Y, como colofón, «si no se denuncia, ¿cómo vamos a actuar?»
Pero ya, tampoco cuela. Porque es increíble que alguien se sorprenda ante una realidad cotidiana; increíble que nadie lo sepa; sorprendente que los hombres compañeros, aunque lo sepan, jamás denuncien, debe de pensar que es cosa de mujeres, e indignante que se siga apuntando con el dedo a las mujeres por no hacer lo que «les corresponde», utilizar los canales. Pues bien, o llamamos al servicio de fontanería para que los repare, o directamente se cambian, porque no sirven.
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