Faros sin luz
Hoy vivimos en la era dorada de la 'potestas', a espaldas de la 'auctoritas'. El tiempo en que los cargos sustituyen a las ideas y los títulos a la sabiduría
Los romanos no inventaron la filosofía, pero sí el poder tal y como lo concebimos hoy, sabían diferenciar con precisión quirúrgica entre 'auctoritas' y 'potestas'. ... Mientras que la 'potestas' era el poder conferido por una estructura legal o institucional, la 'auctoritas' era algo más sutil, más elevado: el prestigio moral, el respeto ganado por sabiduría, virtud o experiencia. Uno podía tener 'potestas' sin 'auctoritas'; pero nadie podía tener 'auctoritas' sin haberla merecido.
El Senado romano no tenía poder ejecutivo. Pero su 'auctoritas' era el faro que determinaba el rumbo del Imperio. Y lo era porque estaban los que sabían, los que habían demostrado su competencia, los que iluminaban con su ejemplo. Pero hoy vivimos en la era dorada de la 'potestas', a espaldas de la 'auctoritas'. El tiempo en que los cargos sustituyen a las ideas, los títulos a la sabiduría y los procedimientos a la razón.
La jerarquía, entendida como una construcción humana originalmente destinada a ayudarnos, a servirnos, se ha transformado en una entidad perniciosa que ha logrado convertir a legiones de mediocres en lideres autoproclamados (o lo que es peor, erróneamente elegidos), solo por haber ocupado un asiento con 'poder'.
Porque, hoy, basta con que un 'jefecito' hable, para que su voz pase a considerarse palabra revelada. Esta confusión –tragicómica si no fuera tan grotesca– entre 'potestas' y 'auctoritas', entre poder conferido y respeto merecido, entre cargo y virtud, no es un accidente. Es un síntoma; síntoma de una sociedad dócil, de una sociedad donde la miseria intelectual se ha ido institucionalizando, donde mandar es más fácil que pensar; y, sobre todo, más rentable.
Donde decidir es más rápido que deliberar; incluso, donde la inacción que conlleva el mantenimiento del poder es deseable. La jefatura del mediocre que confunde liderazgo con razón, y obediencia con respeto. Porque cuando se pierde la distinción entre 'auctoritas' y 'potestas', no queda espacio para el mérito, solo para la sumisión, para la nada. Y es así, como en la nada, los más grises se convierten en guías. Los menos capaces, en faros. Faros sin luz, por supuesto.
Una diferencia que hoy nadie recuerda, por ignorancia y, claro está, porque incomoda en exceso. Perdónenme la licencia, hoy el carro se ha puesto delante de los bueyes. La 'auctoritas' se ha vuelto sospechosa. Ya no se respeta al que sabe, se respeta al que manda, tenga o no capacidad, competencia y conocimiento para hacerlo. Y éste que manda, sin merecerlo, exige respeto hacia su mando. Y en este nuevo ecosistema se vuelve casi subversivo tener 'auctoritas' y proclamarla, especialmente si no ostentas 'potestas'. El docente sin cargo que orienta a generaciones.
El profesional que escucha más que manda. Faros que iluminan hasta que alguien con 'potestas' se siente amenazado (en realidad, se siente reconocido en su incapacidad) y decide apagar su luz, neutralizarlos con diferentes aproximaciones; desde la orden más chusca hasta el comentario falsamente empático.
Un poder que no cambia nada, que no inspira, que no construye. Ese poder pírrico, de despacho frío y funcional, de mediocre con aspiraciones de jefe de escalera. Un poder que no necesita resultados, ni legitimidad, ni admiración. Un poder mezquino, no por pequeño, sino por la ausencia de luz. Un poder que sirve de refugio frente a la oscuridad autopercibida, frente a la propia mediocridad. Un poder ínfimo pero extraordinariamente dañino para sus administrados.
El poder del que necesita referenciar su jerarquía porque la ausencia de ideas, la ausencia de luz, lo envuelve todo en tinieblas. Un poder que, cada vez más, está presente en nuestra sociedad. En la universidad, en la empresa, en la Administración. Jefes que no iluminan, responsables cuya único responsabilidad es evitar la luz de los demás. El poder, por pequeño que sea. Aunque no sirva para nada. Aunque no sea respetado. Aunque sea criticado. Aunque sea estéril.
Solo queda una rendija por la que penetre la luz; para que el faro nos siga guiando. Que sepamos reconocer la diferencia, que sigamos mostrando la radical diferencia entre 'potestas' y 'auctoritas'. Que reclamemos la necesaria comunión de los dos términos en las personas que nos mandan. Cada uno en los límites de sus competencias. Que no aplaudamos a quien solo ocupa, sino a quien representa. Que desconfiemos de la 'potestas' cuando no venga acompañada de 'auctoritas'. Que entendamos que el poder no legitima por sí mismo. El olvido de estos conceptos nos llevará a ser (seguir siendo) gobernados por jefes que no lideran, que no entienden, que no dudan, y que no saben más que una cosa: que son los jefes. Faros sin luz.
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