Hasta hace nada, los meteorólogos nos tenían engañados, creyendo a pie juntillas que lo suyo era una ciencia exacta. Vamos, que si lo decía el ... hombre del tiempo, aquí llovía; por lo civil o por lo criminal, pero llovía. Pero ha sido llegar la revolución tecnológica, ahora que todos llevamos la predicción en el bolsillo, en la aplicación del móvil, y se ha ido al traste toda esa precisión matemática. Por lo menos, en estas latitudes.
Vamos, que los expertos muy a menudo se pasan toda la semana diciendo que el sábado va a caer la mundial, y el sábado… sol y playa. Bueno, en realidad sin playa, porque te has quedado en casa, por si en vez de agua caía ácido. Esto a nivel particular tampoco tendría demasiada importancia, pero desde que somos un destino turístico en lo universal, al sector que vive de eso le están haciendo un mal apaño. Ya lo denunció Revilla hace unos años en las televisiones: pronostican mal tiempo y se cancelan las reservas, pero luego llega el efecto foehn, la rosa de los vientos o lo que sea que produzca el milagro, y pocos son los que pueden aprovechar los días de viento sur.
Claro, antes era mucho más fácil acertar: en octubre empezaba a llover, y algunos años paraba en junio… o no. Pero el cambio climático tenía que ser bueno para alguien, y ha tocado aquí la pedrea.
Lo que pasa es que, pensándolo mejor, igual tampoco sería bueno que los meteorólogos acertasen siempre. Bastante se nos está masificando la región, en cuanto se acercan unos días de vacaciones. Tampoco está mal guardar un poco el secreto, porque por muy infinita que sea, al final en Cantabria no vamos a caber todos.
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