Corrupción endémica
«Hay que cuidar un sistema que cuanto más se desprestigie mayor será el abandono del barco por parte de los mejores»
Hace ahora ocho años publiqué un artículo titulado 'Ineptitud y corrupción'. El texto empezaba así: «A esto ha llegado la política de 'tierra quemada' ... que se practica en nuestro país, a tener que elegir entre ineptos y corruptos». Y continuaba más abajo «Cuando el principal objetivo de los políticos es destruir cualquier iniciativa que pueda ser de utilidad al contrincante, lo que finalmente se consigue es reducir la contienda a la descalificación mutua. El electorado concluye que «todos los políticos son iguales» y deciden reelegir a los suyos o abstenerse.
Uno pensaría que no se puede caer más bajo y sin embargo… Por aquellas fechas algunos hablamos de que en el PP había cuajado una especie de corrupción sistémica, lo cual exigía una limpieza a fondo de los establos, y la refundación del partido, so pena de un grave riesgo de desaparición. Hoy se cantan las mismas aleluyas pero aplicadas al PSOE. Un PSOE que había padecido parecida lacra durante la última etapa de los gobiernos de Felipe González, que pareció regenerarse durante el gobierno de Zapatero, y que recuperó la presidencia mediante una moción de censura por causa de la corrupción en el PP.
Hablar de corrupción endémica tras dicho historial no parece que esté fuera de lugar. Fue en la Venezuela de los años ochenta donde presencié en vivo y en directo los estragos de la corrupción a todos los niveles, al extremo de que se había convertido en el modus operandi del sistema. Sistema que, por cierto, se vendría abajo a manos de Chávez; pero no así la corrupción, que ha seguido campando por sus respetos hasta el día de hoy.
Cuando la corrupción se convierte en un mal endémico que, en el caso que nos ocupa, ha afectado a los dos grandes partidos que han gobernado en España desde 1982, curarlo es poco menos que imposible. Ha devenido en el modus operandi no ya del sistema sino de la sociedad en sí. Forma parte esencial de su cultura. Como quizá recuerden, a mi juicio los cambios culturales son el cambio más difícil de implementar.
No parece haberse regenerado el PP, tras su caída en desgracia en 2019, y dudo que vaya a regenerarse el PSOE, por mucho que lo jure y perjure el presidente Sánchez. En cuanto a los dos aspirantes a sustituirlos, Podemos y Vox, teniendo en cuenta que al uno le inspiró el chavismo y al otro le inspira el trumpismo, poco podemos esperar.
Por si fuera poco, uno de los más serios problemas de los partidos españoles es su financiación. Problema que abre la puerta a una corrupción 'justificada' por un fin superior; pero que no se queda ahí sino que, como indicaba un viejo refrán español caído en desuso, «administrador que administra y enfermo que enjuaga algo tragan». Dos enseñanzas del refrán: que el problema de la corrupción endémica en nuestro país viene de muy atrás; y que, una vez abierta la puerta a la corrupción, esta contagia a todo el que trata con ella. Cuando una masa crítica de usuarios la asume como algo inevitable, no queda otro remedio que convivir con ella.
Pero, en fin, las enfermedades incurables dejan de serlo cuando se descubre la vacuna apropiada y se inocula a un porcentaje elevado de la población; otro tanto ocurre con el descubrimiento y desarrollo de nuevos fármacos. Ignoro qué vacuna o fármaco vendrá a curar la corrupción endémica. La hornada de políticos que estamos conociendo no parece predispuesta a coger el toro por los cuernos aunque juren lo contrario.
A la espera de que las circunstancias cambien y demos con la poción mágica de Fierabrás, habrá que conformarse con que el grado de corrupción no supere ciertos límites, al igual que se hace con las enfermedades contagiosas. Es decir que en la política, como en cualquier otra actividad, hay personajes de todo pelaje que en su mayor parte tratan de escribir derecho con renglones torcidos. Pero tales esfuerzos se ven frustrados por un puñado de garbanzos negros que resultan ser los dueños del negocio. Así pues, hay que cuidar un sistema que cuanto más se desprestigie mayor será el abandono del barco por parte de los mejores.
En la deslegitimación democrática juegan un papel muy decisivo los altavoces mediáticos, que con una mano denuncian la corrupción y con la otra se prestan al juego deslegitimador en convivencia con sus respectivos partidos. El cúmulo de escándalos ocupa los medios y las redes, tanto al informar como al interpretar tal información sesgadamente. A esto, amado lector, contribuimos todos por acción y por omisión.
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