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La segunda irrupción de Donald Trump en la escena mundial se parece, cada día más, a la de un elefante en una cacharrería; se lleva ... por delante todo lo que encuentra y, en consecuencia, no deja títere con cabeza. Los europeos, que hasta ahora nos considerábamos buenos aliados de los Estados Unidos y pensábamos que, en gran medida, estábamos a salvo de las salidas de tono de su mandatario, estamos sufriendo tanto como el resto del mundo los desmanes con los que nos sorprende cada día. Uno de los ámbitos en los que esto se manifiesta con más claridad es el de la defensa, con una presión continuada por parte de la Administración estadounidense para que el gasto en la misma supere con creces (en el caso español de forma muy sustancial) los porcentajes de PIB destinados hasta ahora.
Del abanico de principios en los que se sustenta la Unión Europea hay dos que, a mi juicio, deberían ser irrenunciables. Uno de ellos es el de la defensa de los valores de la democracia, la libertad y el imperio de la ley. El otro, no menos importante, es el de proseguir en la construcción de un Estado del Bienestar cada vez más sólido, potente y justo. Mientras que el mantenimiento del primero está ligado directamente con nuestra capacidad de defensa colectiva ante potenciales agresores y agresiones, el progreso en el segundo lo está con la capacidad de mantener y mejorar nuestro nivel de vida. El mantenimiento y fortalecimiento de ambos principios, sin embargo, es muy caro y, dado que los recursos con los que contamos son limitados, no sorprende que surjan voces acerca de cuál de ellos debería priorizarse.
En esencia, como nos dicen los profesores Hemericjk y Matsaganis, dos son las posiciones que existen al respecto. Por un lado, la de los pacifistas, más o menos ingenuos dependiendo del punto de vista del analista, que sostienen a ultranza que hay que priorizar el gasto social (el estado del bienestar) frente al gasto en defensa y, por otro, la de quienes mantienen la opinión contraria, bien porque consideran que las amenazas al respecto son muy fuertes y hay que estar preparados para enfrentarlas de forma autónoma, bien porque, tomando a Estados Unidos como ejemplo a seguir, estiman que el papel del Estado en la economía en Europa es más que excesivo y ven así, de forma indirecta, la oportunidad de reducirlo de manera significativa.
Aunque cualquiera de estas dos posiciones cuenta con argumentos a favor y en contra, ambas cometen el error, al menos así lo entienden los profesores citados y yo coincido bastante con ellos, de enfrentarlas entre sí cuando, al menos en principio, podrían ser compatibles y, sobre todo, deberíamos hacerlas compatibles. En sus propias palabras, nos dicen que «el estado del bienestar es un componente integral de lo que hace que Europa sea un lugar tan atractivo para trabajar, vivir, crear una familia, buscar la felicidad y disfrutar de la libertad. Todos estos son valores que hay que defender. Por lo tanto, incluso si la necesidad inmediata de disuadir la agresión y proteger nuestras libertades limita temporalmente el espacio fiscal disponible para ambiciosas reformas de inversión social, en el mediano y largo plazo, la disyuntiva entre defensa y bienestar deja de aplicarse. Lejos de agotar los recursos escasos que podrían utilizarse mejor para hacer frente a necesidades más acuciantes, un estado de bienestar bien financiado contribuye de manera crucial a la resiliencia de las democracias liberales».
Enfrentados a tiempos tan convulsos como los que nos toca vivir, sería de ingenuos pensar que todo puede seguir como hasta ahora. Quizás, ojalá, en el futuro la situación se reconduzca para mejor pero, mientras tanto, debemos estar preparados para defender nuestro modo de vida y nuestros valores. Esto implica, necesariamente, algunos sacrificios que deberíamos estar dispuestos a asumir como, por ejemplo, un incremento de impuestos.
Desde luego, una forma de tratar de hacer que el mayor gasto militar no redunde en un debilitamiento del estado del bienestar es que la Unión Europea flexibilice las reglas fiscales y otorgue más margen de maniobra fiscal a los gobiernos; la creación de un fondo específico europeo, similar al Next Generation, para financiar gastos de defensa, así como la emisión de bonos europeos con la misma finalidad serían, asimismo, otras medidas que ayudarían a conciliar los «cañones con la mantequilla». Europa puede hacerlo, pues tiene la capacidad para ello, y debería hacerlo.
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