El periodismo de trinchera
Los gobernantes eluden su obligación de investigar cualquier indicio de mala praxis y arropan a los suyos a sabiendas de que las noticias son ciertas
El pasado 15 de octubre el periodista santanderino Fernando Jáuregui presentó en el Ateneo, en un acto organizado por la asociación Foramontanos Siglo XXI, su último libro titulado 'El cambio en 100 palabras' ... . Un mirador al futuro, al año 2050, casi imposible de predecir porque las personas analizamos el futuro con instrumentos del presente, sin tener en cuenta la transformación que se produce continuamente con los avances científicos y tecnológicos.
Junto a Jáuregui intervino el director de El Diario Montañés, Íñigo Noriega, y también parte del público asistente en un coloquio posterior. En el turno de preguntas hubo una deriva hacia el papel de los medios de comunicación en los mecanismos democráticos. Jáuregui explicó que la crispación y el frentismo ahora existente se circunscribe a los medios informativos de Madrid, mientras que los denominados periódicos de 'provincias' mantienen un equilibrio informativo, alejado del constante enfrentamiento y fuera de la militancia partidista.
La polarización que crece a ojos vista en el mapa sociológico de España alcanza a algunos medios de comunicación y afecta de manera directa al ejercicio del periodismo. Un axioma se cuartea: «Los hechos son sagrados, la opinión es libre». Este principio ha regido y debe ser haciéndolo la buena praxis de la profesión periodística. Con ello a los ciudadanos se le ofrecen los hechos con honestidad y transparencia y luego los articulistas vierten sus análisis y opiniones. Con ello el lector puede formarse su propia opinión, al margen de lo que dicten los comentaristas.
Cuando un elemento esencial como éste se elimina se pone en serio riesgo la propia estructura del edificio democrático. Estamos en un momento en el cual se niegan los hechos y en el que algunos medios –los más influyentes– han optado por el camino errado del periodismo de trinchera. Determinados medios de comunicación llevan adherida a su cabecera la sigla de un determinado partido político. Para alimentar la confrontación niegan hechos evidentes u ocultan determinadas informaciones como si de esa manera fueran a desaparecer.
Mi impresión personal es que de nada sirve la experiencia para enmendar errores. Los políticos en el poder persisten en su deseo de impedir que la información llegue a los ciudadanos en un empeño absolutamente antidemocrático. Recuerdo la frase de un periodista cántabro que decía que los políticos huyen de la información como los ladrones de la luz de las farolas.
El gobierno de Pedro Sánchez comete los mismos errores que la mayoría de sus antecesores: negar los hechos en cuanto un periodista publica una noticia que perjudica a sus colores políticos. Los nacionalistas catalanes negaron y taparon los desmanes de Jordi Pujol; el gobierno no sólo negó, sino que insistió en que Luis Roldán era víctima de unas falsas acusaciones, cuando un periódico informó de comisiones en las obras de mejora de los cuarteles de la guardia civil; más tarde, el escándalo de Luis Bárcenas, todopoderoso tesorero del PP (y senador electo por Cantabria), fue menospreciado como una 'fake new'; Los millones de los ERE's de Andalucía eran delirios de los periodistas; el multipremiado en la lotería, Carlos Fabra, y destacado presidente del PP en el Levante español, también era un perseguido por la prensa y un largo etcétera que llega hasta el presente con Cerdán, Ábalos, Koldo y los nombres que aún restan por aparecer.
Una periodista, Kety Garat, publicó varios meses antes de que estallara el caso Ábalos, una serie de informaciones que apuntaban lo que sucedía en el seno del Ministerio de Obras Públicas y en el propio PSOE. El partido socialista, como antes otras formaciones políticas, eludió darse por enterado y además arremetió contra la periodista por alentar falsas noticias. Garat se inventaba hechos que nunca habían sucedido. Finalmente, como antes en el caso Gürtel o en los ERE's andaluces, el tiempo otorgó la razón a los periodistas. Es triste comprobar la carencia de influencia pedagógica de estas denuncias de los informadores.
Tras tantas experiencias resulta que no se ha aprendido nada. Los gobernantes eluden su obligación de investigar cualquier indicio de mala praxis y arropan a los suyos a sabiendas de que las noticias son ciertas.
Este comportamiento no es exclusivo de España. Donald Trump ha sido –y persiste en ello– un combatiente contra los periodistas. Denuesto como «Los seres más indignos» o aquella amenaza «Estoy librando una guerra contra los medios». Peor aún es la situación en muchos países en los que no existe ni siquiera la posibilidad de difundir información alguna por la censura.
En España la mayor parte de las noticias críticas al gobierno de Pedro Sánchez se han demostrado ciertas: Begoña Gómez ha dirigido una cátedra sin ser licenciada, el hermano de Sánchez obtuvo una plaza de empleo público y no supo explicar dónde estaba su puesto de trabajo. La lista es larga y aun no está completa.
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