Estoy muy decepcionado porque Afri no se ha puesto en contacto conmigo. Ni conmigo ni con la Policía, claro. No sé por qué tenía la ... esperanza de que después de mi llamamiento de hace un par de semanas iba a desvelarme dónde se había escondido su admirador secreto, ese que le había declarado amor eterno inscribiéndolo con un objeto punzante sobre el vestido de la Menina del artista valenciano Manolo Valdés instalado en el Muelle Calderón. Pero no pasa nada porque atando cabos sé dónde ha podido esconderse. No muy lejos de ahí. Solo ha tenido que coger una pedreñera para camuflarse entre la masa y dejar su rastro de maldad en lo que es un paraíso que algunos se empeñan en destruir. Y espero que tú, Afri, no le hayas acompañado porque entonces la decepción pasaría a otro nivel.
Me contaba un amigo, habitual de ese paraíso, que nunca había visto nada igual, ni siquiera el año pasado donde la situación era ya preocupante. Y ya no solo por la cantidad de jóvenes que desbordaron El Puntal el último sábado de la Semana Grande, sino por el rastro de basura que dejaron. Bolsas, botellas, desperdicios... «La zona está hecha una mierda absoluta», describía indignado. Y si hay alguien cómodo ahí, en ese escenario, ese tiene que ser el amigo de Afri. Me lo imagino bebiendo, saltando y ensuciando el paraíso, todo lo que sea posible y más. Porque él, y los que son como él, son capaces de garabatear una obra de arte, pero también de destruir un entorno natural privilegiado.
Y ese es el gran problema. No que los chavales se diviertan, sino que aprovechen la coyuntura para dejar su huella más cutre y mugrienta. Y, por cierto, visto lo visto, sin que nadie haga nada por evitarlo. Aunque ayer hubo mucha más suerte porque no hubo macrobotellón.
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