El nuevo desorden mundial
El propósito estratégico de China es contrarrestar el orden mundial de 1945 y la visión de un mundo de hegemonía occidental dominado por los EE UU
Este año se cumple el 75º aniversario de la reunión en Yalta, una pequeña localidad de la península de Crimea, en la que los líderes ... de las naciones aliadas, a punto de ganar la Segunda Guerra Mundial, sentaron las bases del actual orden mundial. Lo acordado en aquella reunión histórica perseguía una doble lógica: por un lado, evitar conflictos bélicos de costes humanos y económicos devastadores -como los que habían asolado la primera mitad del siglo XX-, y, por otro, sentar las bases de un dominio occidental global duradero, estable y pacífico. De aquella conferencia surgieron las principales instituciones supranacionales de la actualidad (ONU, FMI, Banco Mundial, FAO, etc.).
En aquel mundo, vastos territorios del planeta estaban aún controlados por las potencias coloniales europeas, la evolución demográfica mundial era muy distinta a la actual y Asia era un continente eminentemente agrícola. El orden mundial que se pactó en Yalta partía de dos premisas fundamentales: en primer lugar, que la mejor garantía de un sistema político estable es el saneamiento de su economía y la solvencia de su sistema financiero; en segundo lugar, que naciones fuertemente interdependientes comercialmente no se enzarzan en conflictos bélicos. Aquel orden mundial tenía como barco insignia a la ONU: organización que, como uno de sus secretarios generales describió: «No fue creada para mandar a la Humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno». En muchos aspectos, aquel orden mundial pactado en 1945 ha superado con creces las expectativas de sus fundadores pues, tras 75 años, las instituciones perviven y el mundo se ha visto libre, hasta ahora, de guerras mundiales.
Sin embargo, la pandemia covid-19 ha sorprendido a la comunidad internacional en sus horas más bajas, cuando el proteccionismo económico y los nacionalismos vienen a poner de relieve el declive de las instituciones multilaterales, la fragilidad de la sociedad global y su gobernanza. Si esta y sus mecanismos hubiesen funcionado correctamente, el mundo hubiese identificado el peligro vírico a tiempo y tomado precauciones de manera global que, aún sin poder evitar la propagación planetaria del virus, sí hubiesen permitido limitar mucho su impacto. Esta pandemia es el primer evento verdaderamente mundializado del que tiene noticia la Humanidad moderna y es también, por tanto, un recordatorio de las garrafales consecuencias que tiene el desorden mundial.
La Historia nos demuestra que las medidas que se toman para atajar este tipo de crisis planetarias se prolongan cuando acaba la emergencia. Así, el nuevo orden mundial - el mundo poscovid- va a quedar muy definido por el modo en que se decida cómo vencer la actual pandemia. Los futuros escenarios que dará a luz esta crisis global son, esencialmente, dos: una mayor cooperación internacional capaz de proteger a nuestra especie de manera global, o la división. La respuesta debe ser global para resultar efectiva pues ya no hay ninguna nación capaz de solucionar, por sí sola, la epidemia ni el resto de los desafíos que plantea el siglo XXI (el cambio climático, la amenaza nuclear, el reto biotecnológico, etc.). Estamos condenados a colaborar y alcanzar acuerdos globales.
Lo preocupante de esta crisis es que los EE UU, alma máter, promotor y principal garante del orden mundial actual, bajo el liderazgo de su presidente Donald Trump, ha emprendido una decidida retirada de los diferentes organismos y tratados que lo apuntalan. En septiembre del año pasado, durante una intervención ante la ONU, Trump espetó al resto de líderes mundiales toda una declaración de intenciones: «El futuro no pertenece a los globalistas. El futuro pertenece a los patriotas». En un momento en el que la interconexión del mundo ha permitido avances de todo tipo y en el que un virus que no respeta razas, credos ni banderas exige de soluciones transnacionales, esta afirmación es una monumental sandez.
Como indicaba la prestigiosa revista británica 'The Economist' en su editorial del 18 de julio: «Si América se retira de las instituciones globales, otras potencias darán un paso adelante». Así, mientras EE UU se «desentiende» de su labor de garante del orden mundial que promovió hace 75 años, China aprovecha para ocupar ágilmente ese vacío de poder global. Hoy en día, China contribuye ya con un 12% al presupuesto de la ONU (en comparación con el 1% que aportaba hace sólo 20 años) y lidera 4 de las agencias especializadas de esta (FAO, ITU, Unidp y la ICAO), mientras EE UU actualmente sólo dirige una. El propósito estratégico de China es contrarrestar ese orden mundial de 1945 y la visión de un mundo de hegemonía occidental dominado por los EE UU. Por eso, una de las principales razones para creer en el fortalecimiento del multilateralismo y la globalización, es que China es la principal beneficiada de ambas, empleando muchas de esas instituciones para defender su creciente influencia e intereses globales. Como dice un proverbio chino «cuando soplan vientos de cambio, hay quien construye muros y quien construye molinos». Pasen y vean.
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